Esa mujer, la mujer del cuento que Rodolfo Walsh escribió en 1965, la Evita que sugiere pero nunca menciona en una elipsis atrapante, tenía una Copa con su nombre: “Eva Perón, benefactora del fútbol”, se llamaba. La ocurrencia de Martín, un argentino que vive en México y tuiteó sobre ese trofeo olvidado 70 años después, provocó que el diputado porteño del Frente de Todos, Claudio Morresi, rescatara la historia hace unos días. Futbolista mandato cumplido –como él se autodefine–, pero siempre vigente en la lucha por los Derechos Humanos, presentó un proyecto de Declaración para que la AFA le otorgue a River aquella Copa que nunca le entregó. El 14 de agosto de 1952, la asociación que lideraba Valentín Suárez, cinco veces presidente de Banfield, había votado hacerle un homenaje a la abanderada de los humildes. Su muerte, el 26 de julio, seguía doliendo en el corazón del pueblo peronista después de dieciséis días de duelo nacional. Aquel reconocimiento jamás concretado, se convirtió en una idea trunca que los golpistas del ’55 sentenciaron al olvido. De ese olvido la recuperó el ex jugador de Huracán, River, Vélez y Platense. Porque como dice su iniciativa legislativa: “Toda acción repudiable llevada adelante en dictaduras tiene que ser reparada en democracia”.
El proyecto de Morresi explica por qué la institución de Núñez debe recibir ese trofeo, siete décadas más tarde. “Según lo establecido, dicha Copa sería otorgada al club que lograra adjudicarse tres títulos de liga de manera consecutiva o cinco de manera alternada. Durante aquella década, el Club Atlético River Plate logró ese doble objetivo: ganó los campeonatos de Primera División de 1952 y 1953 y también los de 1955, 1956 y 1957; es decir, consiguió los cinco títulos alternados y los tres consecutivos”.
El diputado le cuenta a este diario que Le comentó la idea al presidente de la AFA, Claudio Tapia. “Me mandó un mensaje que dice: ‘muy bien el reconocimiento’. El proyecto va a pasar por comisiones antes de su aprobación. Lo que pienso es que la Copa no entrará en el medallero porque no es por un campeonato ganado”. La iniciativa fue recibida con simpatía en el club, pero hasta ahora no hubo un pronunciamiento oficial.
Morresi da fundamentos históricos en su proyecto: “Cuando el Club Atlético River Plate obtiene el certamen de 1957 habían pasado dos años de la interrupción del gobierno constitucional de Juan Domingo Perón por parte de la dictadura que se autoproclamó ‘Revolución Libertadora’, conocida popularmente como ‘La Fusiladora’. Por lo tanto, River Plate no ha podido contar con esta copa en sus vitrinas dado que todo aquello que llevara el apellido Perón debía ser borrado de la historia argentina según lo establecido por el Decreto-Ley 4161 del 5 de marzo de 1956”.
Esa mujer del cuento para el que Walsh investigaba, la va describiendo con sutileza en su diálogo con el coronel Eugenio Moori Koenig, un oscuro oficial de Inteligencia que se apoderó de su cadáver. Su cuerpo –explica el apropiador con detalles macabros- fue vejado por militares como los que bombardearon la Plaza de Mayo. El único episodio bélico de ese tipo en la historia de Sudamérica. Una ciudad y población indefensas atacadas desde el cielo por las fuerzas armadas de su propio país. Ni Pinochet llegó tan lejos cuando bombardeó La Moneda el 11 de septiembre del ’73.
Perseguida también en democracia
Esa mujer que había sido consumida por el cáncer, con apenas 33 años al momento de su muerte, da su nombre a una Copa olvidada que ahora se destaca. Morresi decidió preguntar por ella con afán reparador y da sus razones: “La resolución de la AFA de otorgar este título nunca fue derogada. A River se le debe brindar la restitución de este galardón merecidamente obtenido, que, además, es una reparación necesaria para la memoria de nuestro deporte y nuestra sociedad. No solamente en honor a River, también en homenaje a la figura de Eva Perón”.
Walsh no necesita mencionarla en su cuento porque está omnipresente. Su texto tiene un suspenso que asfixia. El cuerpo de esa mujer proscripta, que los golpistas del ’55 desaparecen y al que se le pierde el rastro durante años, está hoy en el cementerio de La Recoleta. Sus sepultureros de uniforme no solo decidieron su destino desde la política. Hubo otros que intentaron hacerlo desde el fútbol. No pudieron invisibilizarla. Está a la vista.
Una bandera alusiva a Evita, sus fotografías, una escultura, su imagen en el parche de un bombo, todo se prohibió mucho más allá de la cacería empezada en el ’55. Demasiados gobiernos se lanzaron a esa faena. El último que la proscribió fue de signo macrista. María Eugenia Vidal mandaba en la provincia de Buenos Aires. Sucedió en mayo de 2018 en Sarmiento de Junín: su equipo, su segunda casa, el estadio que lleva su nombre muy cerca de Los Toldos, el pueblo donde ella nació. También pasó en Banfield, el otro club que se identifica con esa mujer por aquella definición ajustada con Racing –el de Ramón Cereijo- en el torneo de 1951. Le aplicaron el derecho de admisión como si fuera una hincha más. La Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte bonaerense (Aprevide) no dejó pasar ni una estampita.
“Luego de que Perón fuera derrocado en 1955, el decreto-ley 4161 del 5 de marzo de 1956 dispuso que todo lo que llevara el apellido Perón debía ser prohibido y borrado de la historia argentina”, dice Morresi, quien acaba de cumplir 60 años y sabía que la entrega de la Copa Eva Perón, benefactora del fútbol, era una resolución que jamás se había cumplido. Constaba en los boletines 1799 y 1802 de AFA y en la Memoria y Balance de 1952. Pero un cruento golpe de Estado borroneó la idea de los dirigentes peronistas que la habían promovido.
Las dictaduras más sangrientas del Siglo XX en la Argentina, con veintiún años de diferencia (1955-1976), le reservaron al fútbol una curiosa coincidencia. Eligieron para gobernarlo a dos hombres que eran primos y compartían el apellido. Arturo Adolfo Bullrich Cantilo, después del derrocamiento de Perón, y Alfredo Cantilo, cuando el régimen encabezado por Videla se instaló en la Casa Rosada. El primero fue nombrado interventor en la AFA y el segundo la presidió tras una votación amañada por el vicealmirante Carlos Alberto Lacoste.
La Copa con el nombre de esa mujer que se transformó en mito, esa Copa olvidada, River podría colocarla en sus vitrinas si la AFA revisa su historia y hace cumplir una medida que votó en democracia pero se volvió impracticable bajo el peso de las bombas. La resolución de la asamblea extraordinaria y votada por unanimidad estaba apoyada en cuatro puntos: La colocación de un busto en el hall de la presidencia de AFA. A todos los campeonatos organizados en 1952 debía llamárselos Eva Perón. La organización de un funeral. Y que la Copa con su nombre se entregara al club que fuera campeón tres veces consecutivas o cinco alternadas en el torneo de Primera División.
El trofeo perdido es puro capital simbólico. No tiene valor estadístico, ni suma como título según los especialistas. Pero si perdura como efecto reparador para la memoria colectiva.