Al reflexionar sobre la Ley de Identidad de Género 26.743 sancionada hace una década, no puedo dejar de pensar en las ramas que se abren de ese frondoso árbol de posibilidades de existencia que parecen convertirse en posibles. No porque no hayamos existido antes las personas trans, travestis o no binarias, lesbianas, maricas, y un gran etcétera de personas que no nos sentimos cómodxs con aquello que nos impusieron, sino porque es una ley cuya esencia es no necesitar de estas denominaciones taxonómicas para su implementación.
Esta ley ha sido ejemplo de muchas de las recientes normativas que han surgido en territorios vecinos, un pilar desde el cual repensar las experiencias personales y colectivas en geografías concretas con tradiciones concretas y distintas a las nuestras. Sin embargo, compartimos, entre todos, todas y todes, el derecho a nuestra identidad como un derecho humano. Y la LIG viene a pararse en paralelo, en diálogo y en respuesta, también, a los Principios de Yogyakarta de año 2006.
A pesar de las bellas palabras y las intenciones que se inscriben en esta Ley, muchas han sido sus violaciones en estos diez años. La desinformación del mundo paki, sobretodo en cuestiones administrativas en el campo de la Salud, la Educación, en fin, las instituciones (gubernamentales y no gubernamentales) nos ha expuesto a quienes deseamos hacer uso de ella a situaciones de violencia que se convierten en frustración, tristeza, enojo.
Fue en comunidad que esta ley se gestó y es en comunidad que nos sostenemos cuando no se cumple. Por ejemplo, la Ley permite, en su artículo tercero, el cambio registral de nuestros datos “cuando no coincidan con su identidad de género autopercibida”. Sin embargo, una vez realizados estos cambios, debemos ir institución por institución a realizar las modificaciones correspondientes. En la vida de una persona, estas instituciones son muchas, y estas experiencias se convierten en una salida del closet constante en contra de nuestros deseos, al no haber un cruzamiento de datos automatizado. Claramente no es una falla en la Ley, sino en la aplicación que de ella se hace y en el desconocimiento o la falta de interés de quienes deberían hacerla cumplir o estar, al menos, informadxs. Asimismo, podemos mencionar también el binarismo al cual el RENAPER nos obliga, ya que en la Ley jamás se menciona que haya dos géneros por los cuales optar. El decreto N°476/21 de Julio del año pasado, permite elegir entre la “X”, aparte de la “F” y la “M” ya presentes. Nuevamente, esto es también insuficiente, ya que no todas las personas se identifican con una “X”, con una “F” o una “M”, y esta realidad habla de las luchas que aún nos quedan por acompañar.
Con el tiempo y gracias a la militancia de muchas personas y organizaciones, la Ley se va popularizando y llegando a las generaciones más jóvenes. A mí personalmente me sorprende cuando esto ocurre, no hay nada más bello que la apropiación de un derecho, y aún más si es un derecho cuya premisa es el acceso a la construcción de nuestra identidad y a la autonomía de los cuerpos. Es por eso que en su artículo quinto se indica que las personas menores de 18 años pueden acceder a los cambios que la Ley permite sin necesidad de esperar a la mayoría de edad. Pienso que unos 25 años atrás, me hubiera gustado tener a la mano una Ley que me permitiera repensar mi identidad lejos del género que nos asignan al nacer.
Esta ley es una herramienta. No solo para hacer frente al heterocisexismo imperante en la sociedad, sino para ir ganando terreno en situaciones cotidianas que suelen ser las que más nos cuestan. Muchas, muchos y muches utilizamos esta ley como una estampita siempre a mano para reclamar nuestro derecho a una vida digna. Esta ley ha permitido catapultar no solo el decreto 476/21 mencionado anteriormente, sino también el Decreto 721/2020 de Cupo Laboral Travesti Trans. Todos estos derechos hoy conseguidos llevan los nombres de personas que no están con nosotrxs para celebrarlos. Como todas las luchas que son convertidas en Leyes, se consiguieron en la calle, en marchas, cortando avenidas, en tensión con las fuerzas de (in)seguridad, en el abrazo con lxs amigxs y en la resistencia ante quienes no respetan nuestras identidades y existencias, resistencia que hay que sostener, porque seguimos teniendo casos de muertes y desapariciones de personas de nuestra comunidad (como Tehuel de la Torre).
Celebro los 10 años de esta Ley, que cambió mi vida en muchos aspectos impulsando la búsqueda constante del bienestar personal y colectivo, armando redes con amigxs y compañerxs con quienes creamos trincheras.