“El pitbull es muy agresivo”, “El beagle es el perro más tonto de todos”, “El labrador es gentil e inteligente”… Estas son solo algunas de las frases más recurrentes que se escuchan sobre la conducta de los perros. Sin embargo, un estudio publicado recientemente en la revista científica Science demuestra que no es la raza de los caninos la que determina su comportamiento, sino el entorno. Según el artículo, solo el 9 por ciento de las diferencias de personalidad entre los perros estaban relacionadas con su raza.
Se trata del estudio más grande de su tipo: para investigar cómo los genes se corresponden con las características de las razas, el equipo —liderado por Kathleen Morrill de la Universidad de Massachusetts—, comparó los datos genéticos de más de 2.155 perros y los resultados de una encuesta hecha a propietarios de 18.385 perros adicionales. Los cachorros, por su parte, incluyeron mezclas y razas puras, con 128 razas representadas. El cuestionario consistía en 100 preguntas, que van desde qué tanto confía el animal en un extraño hasta si persigue ardillas.
En cuanto a los rasgos físicos, los investigadores notaron que el 80 por ciento se debe a su genética, pero no sucede lo mismo con el comportamiento. Si bien la mayoría de los rasgos de conducta son hereditarios, las diferencias entre razas son sutiles. Los factores de comportamiento son muy variados: la raza no es por sí sola lo suficientemente informativa para predecir lo que hará un individuo canino.
La importancia del entorno
Lo que sí afecta el comportamiento es el entorno del animal. En este sentido, en diálogo con la Agencia de noticias científicas de la UNQ, el médico veterinario Juan Enrique Romero explica cuáles son esos factores. “En primer lugar, el desmadre precoz, es decir, quitarlo de al lado de la madre. Esto debe ocurrir a los sesenta días de nacido ya que en ese momento su madre le pone límites al inhibir la mordida. De esta manera, el cachorro aprende a moderar el uso de su mordida sin exagerar”, cuenta.
Otro factor igual de importante es la sociabilización de los cachorros en el “período sensible”, que va desde los dos hasta los cuatro meses de edad. “Un perro adecuadamente sociabilizado y con su mordida inhibida no será un problema para la convivencia”, explica el especialista. Sin embargo, advierte que “el factor humano se vuelve peligroso cuando se pretende la ‘humanización’ del animal, en lugar de respetar su condición específica de perro. Se debe conocer, entender y llevar a cabo acciones que correspondan a su especie”.
En este sentido, el equipo de investigación propone en sus conclusiones reconocer la diversidad del animal para su descubrimiento genético. Además, el equipo desarrolló un sitio web que muestra que ningún comportamiento es exclusivo de un individuo.
La historia de las razas
Las razas modernas de perros tienen menos de 160 años. Según cuenta el estudio, su selección se debe a rasgos estéticos y a menudo están desconectadas de su comportamiento funcional. Se les suele atribuir actitudes y ciertos comportamientos basados en la supuesta función de la población de origen ancestral.
El doctor Romero define: “La división de las razas fue y es un hecho cultural. Cada uno de los pueblos generó divisiones endogámicas o consanguíneas con animales. Por ejemplo, la división de las distintas razas europeas tiene que ver con el perro Moloso romano, que lo llevaban los gendarmes y quedaba aislado. De este perro derivan tanto el Rottweiler como el San Bernardo y físicamente no tienen nada que ver. La división de razas se debe a que el perro acompañó al hombre en su distribución cosmopolita a lo largo y ancho del mundo”.
En este sentido, se vuelve necesario entonces conocer y comprender a cada canino de manera individual y no según los estereotipos existentes. “Es la única manera de tratarlo como corresponde sin alterar su conducta final”, plantea el especialista.
De la Agencia de noticias científicas de la UNQ