Desde Barcelona
UNO Hace un par de sábados, Rodríguez no cantó pero sí hizo que sonase como desfondada música de fondo (como en ese soundtrack mental que proyecta la película muy privada de la propia vida casi siempre con críticas variadas o indecisas) la no hacía mucho estrenada "The Lighting I, II". Canción de Arcade Fire que avisaba de la pronta llegada, el próximo 6 de mayo, de WE: sexto álbum de la banda canadiense-texana-cósmica, registrado en tiempos de confinamiento y cuyo título surge del clásico distópico-totalitario-policial ruso de Yevgeny Zamyatin.
En verdad lo que resonaba en Rodríguez era, además de la canción, el huracanado video de la canción dirigido por Emily Kai Bock: una letra que invitaba a la comunión ya la victoria, una música casi marcial en su entrega, un himno de batalla cantándole a la llegada del efímero relámpago de una paz que se quiere pero no se siente duradera. Y, ahí, la banda azotada por un súbito temporal digno de Kansas/Oz sin escalas. Y entonces Rodríguez se acordó de la letra y música e imagen de "The Lighting I, II" porque a su alrededor todo parecía volar por los aires. Viento y lluvia y granizo en un mediodía soleado hasta hacía apenas minutos. Todo llevándose todo por delante y por detrás y para arriba y para abajo puestos y toldos y libros en el Día de Sant Jordi (ese tan admirable como perturbador fenómeno de histeria colectiva en el que cientos de miles de personas salen a las calles como en trance a comprar novelas y rosas y, no, no es el Día de la Literatura ni el de La Lectura, apenas el del Libro con todo lo que eso implica y rejunta). Y, sí, parecía el principio del fin del mundo. De ese fin del mundo que de un tiempo a esta parte parece cada vez más cerca finalmente empezar para dar tiempo y espacio al acabose.
DOS Y, sí, más de uno había dado por acabada a Arcade Fire. Rodríguez incluido quien, en su momento, la sintió no como algo nuevo pero sí que le hacía sentir de nuevo lo que alguna vez sintió como nuevo aunque... Pero la velocidad centrífuga del pop es algo bestial. Y entonces ese un tanto superficial y mecánico y obvio y torpemente didáctico en su denuncia consumista (como si no fuese exactamente eso lo que sostiene a todo el tinglado del rock) Everything Now. De ahí, Rodríguez había apreciado mucho la muy sentida "We Don't Deserve Love", casi sobre el final y conectando con ese sentimiento que tanto le había conmovido a la altura de Funeral (que venía del EP Us Kids Now y que se continuaría con el ya tomándose un poco demasiado en serio Neon Bible) y repuntar con el magistral The Suburbs como suerte de Quadrophenia en Houston, Linklaterlandia, y posible playlist tanto para J. D. Salinger como para Bret Easton Ellis. Y, después, poco más y demasiado mucho. Reflektor ya parecía un tanto excesivo en sus excesos. Y todo parecía restar al haberse sumado a las obligaciones impuestas por ese pacto mefistofélico que (desde tiempos de los Beatles & Dylan & Bowie) parece obligar a la reinvención permanente. Eso de no repetirse ignorando que en verdad Beatles & Dylan & Bowie no hicieron otra cosa que ser siempre ellos mismos. Con Everything Now a Arcade Fire --que empezó como fundiendo a Neil Young & David Byrne & Nick Cave-- le pasó lo mismo que a U2 con Pop, pensó Rodríguez: acabaron, de algún modo, celebrando aquello que denunciaban, y la cosa no salió bien.
WE --producido por Nigel Godrich, algo así como el George Martin de Radiohead, víctimas también del Síndrome de la Mutación Inconformista-- parece devolverlos al buen camino avanzando hacia atrás, a no irse por las ramas y reencontrar las raíces. Así y de ahí que --todo parece indicarlo a partir del single difundido y las primeras reseñas extáticas-- WE los remonte a sus orígenes con esas baladas/invocaciones que van de lo doméstico a lo épico como "Rebellion (Lies") o "Wake Up" o la magnífica "Neighborhood #1 (Tunnels)". Y, desde lo alto, lanzarse a reconquista del trono/cama del catarsis-rock que les hizo/movió The War on Drugs. Canciones que empiezan sombrías para, enseguida, resultar encandiladoras. Así que ahí están ahora: de vuelta luego de haber vuelto a volver. A veces pasa, a veces sale bien eso de entrar de nuevo y parecer novedosos. Después, claro, se pasa. Y se le pasará a Rodríguez. De nuevo.
TRES Y ahí estaba Rodríguez: en pleno Sant Jordi, con el paraguas dado vuelta y rodeado de multitudes aullando en la tormenta y protegiendo ese libro que, seguro, como todos los 23 de abril, al anochecer descubrirían en sus manos aún mientras se preguntaban si el hecho de haberlo comprado obligaba también al pago de tener que leerlo. Ahí estaban todos casi volando por las orillas de esa novedosa y reconcentrada "super-illa literària" (invocar una súper-isla tenía el riesgo de atraer a una súper-tormenta) que había dispuesto el ayuntamiento a lo largo y ancho del Passeig de Gracia. De nuevo, todo muy parecido al video de "The Lighting I, II" y Rodríguez se acordó, también, de que Arcade Fire ocupaba desde hacía años una fecha importante en su biografía. Arcade Fire presentaba The Suburbs en Barcelona, era la noche del 23 de noviembre del 2010 y, aunque Rodríguez no lo sabía aún, ese sería el último gran rock-recital de su vida. The Suburbs era el disco que más escuchaba por entonces y le gustaba tanto y hasta se lo había comprado por segunda vez (esa special edition con un par de bonus-tracks + el precioso cortometraje Scenes from The Suburbs dirigido por Spike Jonze) para poder volver a sentir el placer de abrirlo otra vez. Y esa noche empezó el concierto con "Ready to Start". Y estaba todo bien, muy bien, pero a los pocos temas Rodríguez comenzó a sentir una cierta inquietud. Se imaginó de ahí a un rato bajando lento por la ladera del Montjuïc entre multitudes y, luego, descubrir que no habría taxis a la vista en Plaça d'Espanya y, más tarde, los vagones desbordados del metro y... Así que tomó determinación histórica: se quedó en el campo abierto-cubierto del Palau hasta "Deep Blue", su canción preferida de The Suburbs y acaso su favorita de todo Arcade Fire. Y escuchó --así, todo de corrido y seguido, como en el cuadernillo del álbum-- la poderosa voz trémula de Butler cantándole al duelo entre ajedrecista y computadora como metáfora del crepúsculo de la adolescente tierra baldía: "Aquí, en mi tiempo y lugar, y aquí en mi propia piel, finalmente puedo comenzar. Dejé que el siglo me ignorara, bajo un cielo nocturno, el mañana no significa nada". Y, después, advirtiendo de que la memoria se pierde y la mente te hace malas jugadas y que más vale dejar de lado el celular y la laptop por un rato y de que "El show terminó, haz una reverencia". Y después Rodríguez se fue del Palau Sant Jordi a mitad de tan temporal concierto. A su manera y escala, una decisión íntima e histórica a la vez: muy Arcade Fire, sí. Ya nunca regresar a esa escena. Entonces, Rodríguez se dejó ir, se dejó llevar como hace un par de sábados, en la tormenta, prometiéndose que ese sería su también último Día de Sant Jordi. Y guardándose el dinero para el libro obligado e invertirlo, dentro de unos días, en el ya deseado WE mientras en su mente sonaba y veía a "The Lighting I, II". Y todo estaba en el aire nublado, volando pero más que listo para estrellarse o, si hay suerte, ver las estrellas después de tantos truenos y rayos.