Se presentó el libro "Nuestro tiempo redondo", una producción colectiva de la comunidad originaria Kondorwaira en conjunto con investigadoras del Instituto de Investigaciones en Energía No Convencional de la UNSa (NENCO- CONICET). Allí se plasmó la sabiduría, las prácticas y las creencias que la comunidad tiene en torno a la naturaleza y el universo que les rodea.
La comunidad Kondorwaira, del Pueblo Kolla, se encuentra en el paraje Potrero de Castilla, en el departamento La Caldera.
El libro, presentado el viernes último, fue declarado de interés cultural por la Cámara de Senadores de Salta, y de interés educativo por la Subsecretaría de Desarrollo Curricular e Innovación Pedagógica del Ministerio de Educación de la provincia.
La presidenta de Kondorwaira, Teodora Sarapura, contó a Salta/12 que la idea surgió porque querían plasmar las costumbres y la cultura de su comunidad con el objetivo de que quedara "para el futuro", principalmente para las infancias y las juventudes del pueblo.
El nombre del libro expresa la concepción del tiempo en el Pueblo Kolla, que se mide de acuerdo a las etapas de la siembra. De esta manera, a diferencia del calendario gregoriano, el inicio del año es en noviembre, cuando se realizan las primeras siembras, aprovechando la cercanía del verano y la época de lluvias.
Luego llega el tiempo de la cosecha, generalmente de marzo a mayo, es decir, que en estas semanas se está en la etapa final para recoger los frutos de la siembra. Ni bien concluye la cosecha, las personas de la comunidad dejan descansar la tierra hasta julio, para comenzar nuevamente la preparación para los próximos cultivos. En ese descanso de la tierra se hacen otras actividades, como las artesanías. También para hacer las marcadas y señaladas hay momentos determinados.
Potrero de Castilla está a unos 52 kilómetros de Capital, y llegar al lugar usualmente se deben caminar unos 26 kilómetros desde la escuelita del paraje Yacones. El clima suele ser frío y seco, por eso se producen papas andinas y "todo lo que se da en las alturas". Su principal fuente de alimentos es el maíz. "Ha sido toda nuestra vida el sustento familiar, y sabemos que el maíz siempre ha estado", subrayó Teodora.
"El tiempo que nosotros vemos es un tiempo circular, donde se piensa una cosa, y de acuerdo a cómo viene el tiempo, se la diseña en diferentes etapas del año", lo que origina "una actividad que va en círculos", afirmó.
El libro se realizó a partir del acompañamiento a la comunidad que dio un grupo de profesionale del INENCO. Toda la producción concluyó en 2019, pero no pudo ser presentada por el inicio de la pandemia. El proceso se dio con una serie de talleres donde se pudo recopilar datos, pero sobre todo, saber cómo vivía el tiempo la comunidad.
"Se fueron plasmando las prácticas que se tienen en relación a la siembra y el ganado mayor", dijo la investigadora e integrante del Instituto Karla Pérez Domínguez. "La siembra es importante para la comunidad y a partir de ella, se consume y se comparte", por lo que es un momento de encuentro entre las personas en el que también surgen otras prácticas alrededor de ella.
Por eso, para la investigadora hay que comprender que la tierra no debe mirarse como un recurso que únicamente debe ser explotado, sino que el trato que tienen los pueblos con ella plantea "otra forma de relacionarse", "Existe una relación de reciprocidad que la comunidad tiene con la tierra". Un ejemplo de ello, es la celebración de la Pachamama, en la que agradece lo que se tiene y se pide lo que falta.
"Es una relación más simbólica, espiritual y armoniosa con el territorio", agregó Domínguez, destacando la importancia de la cosmovisión de las comunidades y los saberes que poseen para una mejor gestión del territorio. La investigadora consideró asímismo que se deben considerar las formas de habitar de los pueblos originarios, ya que esas prácticas son ancestrales, "es algo que nuestra visión occidental tiene que aprender".
El cuidado de la tierra
La principal motivación para emprender este libro fue la promoción del cuidado de la tierra. "Siempre ha sido importante porque es nuestro medio de vida y sin la tierra, no podríamos subsistir en ningún lado", manifestó Sarapura. Indicó que ese cuidado también está sostenido en prácticas como que cada dos como mínimo se cambie el lugar de siembra para "recuperar su energía" y tener futuras buenas cosechas.
Lo mismo pasa con los lugares de pastoreo de animales, con cambios para que el pasto no se degrade. En la comunidad viven 31 familias, que van y vienen entre el pueblo y la ciudad.
La insistencia por subrayar el cuidado de la tierra también está emparentada con la defensa del territorio, aspecto sobre el que siguen exigiendo la entrega de los títulos de propiedad comunitaria. "En esa lucha estamos todos", expresó Sarapura, quien contó que su comunidad fue relevada de acuerdo a lo que dispone la Ley nacional 26.160, que declaró la emergencia en materia de posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan las comunidades indígenas del país.
Si bien cuentan con la carpeta del relevamiento, Sarapura afirmó que el paso siguiente es que el Estado reconozca la propiedad comunitaria de las tierras. "No podemos seguir subsistiendo si alguien después nos desaloja", sostuvo.
"Nosotros nos consideramos guardianes de los cerros y de las aguas que de allí bajan, y que son los que abastecen a una parte de nuestra provincia", expresó. En ese sentido, consideró que en medio de un contexto donde se debate la soberanía alimentaria y el cambio climático, es preciso reconocer que "las comunidades originarias son el futuro de los alimentos", de acuerdo a la concepción del buen vivir.
Para Sarapura, el reclamo es legítimo y urgente, y los habitantes originarios buscan: "Que se reconozca en todos los ámbitos como originarios y seamos respetados de esas formas".