Cuestiona una de las obras narrativas más importantes de los últimos años, Mi lucha, de Karl Ove Knausgard; detecta una evidente desigualdad entre la condición femenina y la masculina en nuestras sociedades, tanto en el ámbito profesional como en el personal, incluso desde los prejuicios generales inherentes a ambos géneros; plantea cuánto de verdad hay en la ficción y cuánto en la Historia, tanto la general escrita así, en mayúsculas, como en la propia que construimos a través de nuestra memoria personal; expone cuán importante es la recepción de la obra artística para completar su función. Se pregunta, se contradice, destruye todo, lo recompone, reflexiona, vuelve a su propia piel y redobla la apuesta. Aguijonea los parámetros establecidos. Es incómoda. Sufre unas jaquecas insoportables. Escribe. Imagina. Observa. Tiene los ojos más azules de Brooklyn y la piel más blanca de Norteamerica. Le ha declarado la guerra a Trump aunque a él no le importe. Y muerde si le sugieren que todo lo que sabe ha debido ser, sin duda, por influencia del genio de su marido, Paul Auster.
Siri Hustvedt trabaja en círculos o en elipsis que se superponen y se van cruzando en determinados puntos y todos esos espacios mentales centrifugan pensamientos recurrentes en torno a cuestiones fundamentales del humanismo. Para ella, sin duda, las más relevantes pivotan en base al feminismo, el arte y la ciencia. Escribe desde su propio cuerpo hacia el mundo. Reflexiona sobre la globalidad partiendo de unos pilares determinados que, a la vez, abarcan a la condición humana toda. Pero, ¿cómo hacerlo sin desperdigarse y perder solidez? Trabajando desde la interdisciplinariedad, no sólo en su versión más académica, si se quiere, sino en todo su pensamiento general con el que, por supuesto, crea ensayos, sí, pero también poesía y narrativa. Ficción o no ficción parten y se desarrollan desde las mismas premisas. Toda su obra se preocupa por cuestionar nuestra forma de ser en el mundo, se pregunta por qué algo es de un modo y no de otro, por qué hasta acá ha sido así y hasta cuándo lo será, qué hace que biológicamente seamos de este modo y cuánto pesa la creatividad humana a la hora de modificar ese estado de las cosas. Su última novela, Un mundo deslumbrante, fue uno de los mejores ejemplos en los que se podía ver cómo la autora era capaz de trabajar con excelencia los mismos temas desde un punto de vista ficcional. Y lo hacía sin que nada se le pudiera reprochar. Ni siquiera un feminismo inoperante o poco constructivo: Siri Hustvedt no odia a todos los hombres por serlo, más bien todo lo contrario. Lo que intenta es crear un pensamiento que valore a las personas por sus cualidades particulares y no a modo de clasificaciones útiles para el control social y la perpetuación de los roles establecidos tradicionalmente.
Lo más valioso en la obra de Siri Hustvedt es que no propone respuestas sino que abre nuevos interrogantes pero aportando argumentos muy cuidados sobre los que estos posicionamientos puedan sostenerse. En esta ocasión, publica La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Se trata de un compendio de ensayos que recogen sus temáticas habituales y que asegura haber escrito a lo largo de cuatro años. Es, en realidad, una recopilación –casi en su totalidad– de sus conferencias y apariciones públicas en diferentes ámbitos que, en su caso, suelen ser mucho más ricos de lo habitual porque es de las pocas intelectuales que tienen como propósito perpetuo una lucha contra la separación categórica entre ciencias y letras. Y eso le da un valor agregado a su mirada personal: su formación hace que sus preguntas acerca de la ciencia sean mucho más interesantes que las de un cerebro formado en la práctica del pensamiento puramente científico. Y viceversa: su visión suma en el caso del campo del ejercicio artístico, tanto como creadora como desde su papel de receptora, ya sea como crítica o como estudiosa o como simple lectora. Lo fascinante de sus textos reside en el amplísimo ángulo de su perspectiva sobre los temas que aborda. Y, aún así, nunca resulta críptica, justamente porque sabe muy bien que comunicar a través de la emoción es mucho más efectivo que desde el lenguaje acartonado propio del academicismo. Usa una primera persona lógica: sus reflexiones parten de su propia experiencia como escritora, como enferma, como mujer, como docente, como crítica de arte. Pero esa elección narrativa no implica una argumentación vacua basada en la simple observación de un mundo propio, al contrario: Siri Hustvedt contrasta su experiencia personal con una descomunal batería de lecturas e interpretaciones de otros especialistas en distintas áreas de la condición humana.
Si bien es cierto que cuando se publican libros de esta índole no se puede dejar de sospechar que se trata de una forma de aprovechar la rentabilidad de textos que, en realidad, fueron escritos para otro objetivo, Siri Hustvedt se toma la molestia de escribir un prólogo para justificarse. Es, quizás, demasiado explicativo y más bien ayuda a acusarse a sí misma pero en todo caso, funciona como una guía de lectura para comprender la estructura del libro. En la primera, se agrupan los artículos más vinculados a la pregunta de cómo juzgamos la literatura, el arte y el mundo en general desde nuestra cosmovisión, que, por supuesto, no trabaja desde una óptica de división entre cuerpo y mente, sino todo lo contrario. En la segunda parte, la cuestión tratada sigue siendo a grandes rasgos la misma, pero quizás se pueda decir que los textos tienen un carácter más específico puesto que, como ella misma confiesa, son trabajos que en su mayoría fueron escritos por encargo.
Siri Hustvedt resulta una referencia, como siempre, y es capaz de conjugar intelectualidad con emoción de una forma lúcida y efectiva. Es impresionante leer sus experiencias como tallerista de un centro psiquiátrico de internos en Nueva York, o cómo superó su primer ataque nervioso, o de qué forma es capaz de explicar con aplomo por qué la ficción es necesaria para el ser humano y de qué manera funciona como una mejora potencial de las sociedades en las que vivimos.