• "Los jóvenes de hoy en día aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad. Muestran muy poco respeto por sus superiores, pierden el tiempo yendo de un lado para otro y están siempre dispuestos a contradecir a sus padres y tiranizar a sus maestros". La cita no es de ningún pedagogo escandalizado por el comportamiento de los esperpénticos cachorros de la generación 'ni ni', sino de Sócrates, quien la pronunció hace más de dos mil cuatrocientos años. Esta oración completa sirve en algunas escuelas británicas como excusa para experimentar el uso de la fuerza cuando sea considerado necesario. Aquí es el otro extremo: no se toca al alumno ni para verificar si tienen fiebre .O sea se puede morir que un docente no puede ni rozarlos. Estamos en un mundo de extremistas.
     
  • Le sucede vez en cuando. Con Geraldine Chaplin, con Julie Newmar, la Gatúbela en la vieja versión de Batman, con Bárbara Feldom, la Agente 99  y es con quienes más permanece la sensación. Es la de desear haberlas conocido de niño y haber sido amigo, o novios, inocentes,intuitivos y paseadores. No se imagina el sexo, solo la ternura y la complicidad de poder haber entrado en sus vidas por la ventana del cariño sin malicia. Y las locaciones pueden ser al campo y el río o una ciudad futurista donde poder jugar a las escondidas. Una locura que a sus sesenta años mantiene en secreto, mientras conduce por las autopistas en busca de su convencional esposa y su vida racional de adulto en vías; más que de volver a ser niño otra vez y conquistar a estas damas, en estado ya de tramitar la jubilación y el retiro.
     
  • Los perros son de la calle y viejos, con costurones de golpes de autos, mordidas y accidentes. Fieros, duros, sucios, hermosos. Uno atrapa un pedazo de franela del piso y empieza a zamarrearlo. El otro se acerca y se lo intenta robar. Ambos gruñen, se muerden sin dolor y se le agitan las colas. Por un instante esos viejos campeones de la orfandad volvieron a ser cachorros nuevamente.
     
  • Juega a los jueguitos de guerra con su hijo y le pone un énfasis extraordinario, a tal punto que a veces, el pibe decide dejar el momento de juego por encontrarse cansado. Y piensa que papá tan copado que tiene  pues se adapta a su vida y la comparte. Lo que ignora es que su padre defiende su bastión, su reino de botones e imágenes como si tuviera la misma edad de su hijo y hasta se olvida del teléfono y la oficina por un rato. Ha descuidado el trabajo por jugar, igual a cuando era chico: no hacía las tareas del colegio, por patear la pelota o subirse a los árboles. Ahora la pelota, está lejos, colgada de los árboles.
     
  • Ambos, ella y él, no han ido a estudiar. Se encuentran en un recodo de la placita que mira al río: ‑¿Y si nos descubren?, duda ella. ‑No, nadie nos va a descubrir, -afirma él, con solvencia de experimentado fugitivo. Toca al azar los botones de un portero. Se suben a la calesita, a las hamacas y descienden gritando por una rampa que termina un un rectángulo de arena. Se abrazan. ‑¿No estaremos metidos en una propaganda de yogur? grita él. Un perro gruñón les sale al encuentro y huyen saltando unos ligustros. Un vecino viejo, airado, les grita que no le pisen los malvones. El tiene algo de dinero y compra para ambos un paquete con churros. Deliciosos. Cae la tarde. Los pajaritos vuelven a dormir y el río se ha puesto violeta para luego ennegrecerse en un santiamén. ‑¿No es hora de irnos?, -exclama ella. ‑Dale, -afirma él. Y ambos se separan de los juegos y el encuentro. A ella lo espera un marido y tres hijos, y a él su esposa con gripe y dos adolescentes. Ella tiene 51 y él 58.
     
  • ‑!Pif, pan! -y le vuela la cabeza ensangrentada, desprendida de su cuerpo. ‑!Crack! -y se le quiebra el cuello. ‑!Pouooom! -y se le cae encima la lámpara que le hace añicos la cabeza. En todo eso piensa como cuando era niño y la directora lo amonesta mientras soporta reconfortado en esos recuerdos infantiles, la monserga, el reto de su superior que lo ha encerrado en la oficina muy parecida a la Dirección del colegio donde supo transitar su estupor ante un mundo idiota.
     
  • Aprendió que las puertas al cerrarse hacían "¡Slam!". Y que al caerse los personajes hacen "¡Plop!"; y los perros "¡Arff!"; y al olfatear sale un "Snif" y el ahogo en un río produce "Glú" y al tragar frente a una mala noticia se oye un "¡Glup!". La mayor diversidad onomatopéyica vino con Batman y sus peleas sicodélicas donde los ruidos eran palabras extrañísimas y divertidas. Hoy, según ve en las historietas, todos esos ruidos y ruiditos han desaparecido como tragados por una moda que se devora lo añejo.
     
  • Julio del 2016 y Macri desde Norteamérica, en un inglés chapuciento, declara -teniendo en cuenta los aumentos de tarifas de gas y luz de a veces más de un 4000 por ciento-: "Estoy sorprendido de cómo la gente nos entendió y se han hecho compañeros nuestros al comprender que esto es necesario y estoy contento por ello". El tipo ve la nota y tiene  reminiscencias infantiles de cuando en la mesa familiar su tío, el que se disfrazaba de Papá Noel en las Fiestas declamaba: "Es impresionante cómo los pibes me quieren". Y era el pariente más odiado por la manada juvenil. El presidente fraticida y criminal ya ha endeudado a Argentina en un año lo que cualquiera en diez. El lejano tío, merced a unos chanchullos, se quedó con la casa familar de los abuelos. Y además sonreía con sus parejos dientes implantados.
     
  • Sus hijos juegan con otros y hablan en idiomas extraños, con gruñidos y palabras en clave. Ella piensa en el surrealismo y se consuela del dolor de cabeza que arrastra, con tal de que los pibes se expresen en un manifiesto de belleza, salvajismo, incongruencia y rebeldías auténticas, provenientes de su bronca contra el sistema en que las familias los ha embargado y que se juramentan a través del juego con poder escaparse por un momento de tanta locura organizada.
     
  • Un niño o niña enamorados son de una esperanza y un desasosiego infinitos. Nadie comprende a los niños enamorados cuando no son correspondidos. Parecen adormecidos y entonces sobrevienen las preguntas sobre si les duele algo y las consultas al doctor que le habrá de suministrar una batería de vitaminas inútiles y una psicopedagoga y sus tests, y los niños acceden porque no pueden confesar que esa aflicción cósmica que los atraviesa los avergüenza, pues parece ser un pecado mortal solo contemplado en la novelas, en el mundo adulto y ellos, los niños, no pueden hablar pues sus sentimientos son muy pequeñitos y sin valor, por ende no saben nada del amor. ‑Es un berrinche con algo, ya se le va a pasar, -comenta algún mayor y en vez de preguntarles terminan comprándole una Play Station.
     
  • El padre le enseña y corrige lo que puede con su hijo. Las hojas de las carpetas numeradas, las carátulas visibles, la cartuchera prolija. Lo que no pudo explicarle es cuando su hijo se detuvo en el repaso en voz alta de las tablas y al llegar al 2x1 le demandó por la cuestión que había oído acerca de criminales sueltos. ‑¿Son los malos? -inquirió como en una serie de dibujitos. El papá le dijo que sí, que entre todos iban a impedir que salieran a las calles, que se quede tranquilo. El pibe siguió con la tabla del 3 y le agarró el puño peludo para asegurarse de que estarían juntos.
     
  • Creía en los vampiros, en el Lobizón, en la resurrección de las muertos, en los fantasmas, en los Diez Mandamientos, en el Chancho con cadenas, en los sátiros, en la maldición de Tutankamón, en el Diablo, en Dios, en la Divina Concepción y los pecados de la carne, en los súcubos y los íncubos, en los invasores extraterrestres, en la Policía, en el Pombero, el Alma Mula, la Salamanca, las brujas, los muñecos malditos, en el Cielo y en el Infierno.

Hoy, a la único que teme es a este Gabinete.

 

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