En el marco del mayor evento literario de la Argentina -léase la Feria del Libro- se desarrolló el esperado partido desafío por la Copa Mundial de Literatura, el clásico literario entre la Selección Argentina de Escritores y el Resto del Mundo Editorial.
Ya desde la salida de ambos equipos, se destacó el entusiasmo de los lectores borgianos y del Grupo Martín Fierro que en vez de papelitos arrojaron señaladores con la cara del autor de El Aleph. El grito de “Y dale Bo… Y dale Bo… Y dale Borges” inundó todo el Sector Azul de la Feria y hubo que desalojar. No menos entusiastas estaban los seguidores de Julio Cortázar que, desde la tribuna improvisada en el stand 341 hasta el baño de damas cercano, irrumpieron con su clásico:
“Soy de Cortázar, desde que escribió Bestiario.
Al gran cronopio yo lo admiro de verdad.
Aunque no haya mejor libro que Rayuela
a la Feria hoy la vuelvo a visitar”
El partido comienza con incidentes: un simpatizante arroja un best seller a la cabeza del delantero Antón Chéjov, que no protesta porque sabe que los libros abren las puertas de un mundo maravilloso, son un pasaje al campo del conocimiento y un vehículo de la cultura. El defensor William Faulkner le acota que no en este caso ya que se trata de un libro de autoayuda de Claudio María Domínguez, lo que provoca una estentórea antología de puteadas en idioma ruso del autor de La Gaviota.
Roberto Arlt imita a su personaje Silvio Astier, el ladrón de El Juguete Rabioso y se roba el balón. Se la pasa a su compañero Ernesto Sábato quien elude a Hemingway con un caño que es una obra de arte y da origen a su futuro libro El Túnel. Julio Verne se apodera de la pelota y da una Vuelta al Mundo en 80 días hasta caer en los pies de Gregorio Samsa, que despierta convertido en un insecto gigante y se siente preocupado porque no llegará a cruzar el mediocampo.
Julio Cortázar se escapa por la Rayuela de cal con la pelota, cruza la Autopista del Sur y le da el pase a Borges que se mete en el jardín de los senderos que se bifurcan y lo acercan al gol, pero Rubén Darío le hace el verso y logra desviar la pelota hasta la línea del córner. El árbitro cobra tiro de esquina. Si fuera tiro de Esquina Rosada lo ejecutaría Borges, pero no. Lo patea Alfonsina Storni antes de arrojarse al mar de piernas que hay en el área chica.
Muchos años después, frente a la barrera del tiro libre, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre le dijo que trate de no tocar la pelota con la mano. Leopoldo Lugones pide penal. Y Dostoyevski pide Crimen y Castigo.
El árbitro, que viene de amonestar a un lector por leer de ojito la solapa del libro “Como agua para Chocolate Baley” decreta tiro penal. “Ser penal o no serlo” se plantea el árbitro Hamlet. La situación es más confusa que el Ulises de Joyce. Milan Kundera propone La Insoportable levedad del VAR pero nadie adhiere. Maquiavelo postula que el penal lo patee El Príncipe pero Francescoli no está en la cancha. Si el Coronel no tiene quien le escriba sí tiene quien le ataje el penal. Es el Manco de Lepanto Cervantes. ¿Un manco de arquero? Eso para García Márquez es Crónica de una goleada anunciada. Y para Rodolfo Walsh una Operación Masacre. Baudelaire sin versear le pide a Cervantes que ni lo intente: “Tenés menos fútbol que Antígona, de Sofocles”, le grita.
¿Cómo termina todo? Argentina sale campeón y el Resto del Mundo queda Segundo Sombra.