Fernando “Pájaro” Rickard armó su propia Martinica en Villa Elisa. Colgó un tablero de dardos en la planta de paltas del patio y cada uno que iba, cuidando la distancia, era invitado a tirar al blanco y a tomar unos vinos. De souvenir, se llevaba una pipa casera de tacuara, de la poda del monte de atrás. “Hacía pipas, no tenía nada que hacer”, dice el Pájaro. “Así que me volví medio artesano”. Fueron las circunstancias, cuenta, los que lo llevaron a grabar Irracional, su tardío debut solista. “Al romper con Pájaros no logré la empatía, estaba con miedo de tocar con otra gente, muy acostumbrado a tocar siempre con los mismos chicos, me costó muchísimo abrirme, entonces empecé a tocar solo. Vino un violero y se ofreció a tocar conmigo y me empezó a acompañar, pero yo estaba muy fantasmeado, muy solo. Siempre compuse solo, pero ahora ya no había a quién mostrarle los temas”.
De sangre irlandesa, mixada con lo romántico de los boleros y sazonada con las mieles del alcohol, el Pájaro hizo su camino en las barras de los bares, y en los fogones del pueblo. Fue el gaucho guitarrero en cada asado, y también fue el barman de los Rolling Stones. Conquistó a Keith Richards, con quien zapó en el lobby del ex Hyatt, en las previas de los conciertos de River de 1998. Aquel hito lo llevó nuevamente a componer y tocar. Frustrado por lo ingrato del oficio, después de disolver 40 Escalones y otras bandas, el Pájaro había querido alejarse, pero Richards le hizo entender que no se puede dejar de querer. “¿Qué vas a hacer cuando la música golpee tu puerta?”, le preguntó el brujo stone. Fue cuando creó Pájaros, con viejos compañeros del rock, con quienes grabaron dos discos y un EP, y tocaron incansablemente hasta que, hace unos años, se separaron.
Con lo que tenía, estampó en Irracional nueve canciones que lo terminan de definir como el crooner latin rocker que es, platense por adopción, tanguero por herencia e inevitable decantación.
De esa síntesis de caudal notable y fraseo original, cuya raíz se da en las guitarreadas en Carlos Tejedor, su pueblo natal, el Pájaro se dio a conocer en cada parada: Tejedor, Recoleta, Villa Elisa, Gesell, Bialet Massé, lugares que nombra en las nuevas canciones. Esta vez, Los Amores, un puñado de amigos y amigas, acompañaron. “En un tema, ‘Gesell’, están invitados Irupé Tarragó Ros y Martín Espíndola, que son Los Apóstoles, una banda que me acompañó mucho tiempo cuando estuve solo”, cuenta. Uno de los productores, Ardilla Espinosa, dueño del estudio, se entusiasmó con el disco y le pidió tocar en los temas que produjo. “No era mi bajista, pero entró en la banda”. Marcos Tardatti, guitarrista de Don Lunfardo y productor de la segunda parte del disco, también pidió tocar como invitado en los temas en los que trabajó. “Después está Gustavo (Lojo), el otro guitarrista que está desde el principio; y Pedro Simón, el batero, que es de mis pagos, de Trenque Lauquen”, enumera Rickard.
Irracional, además de ser el nombre del track 4, es la forma en que se presentó el devenir de los días para Rickard. Ni plan ni intenciones. “No pegaba onda con nadie”, dice. Recién había empezado a mostrarle canciones a Espinosa, vecino en Villa Elisa, cuando le cayó la pandemia. Entonces se dio el boom del Zoom y todo el mundo empezó a mostrar su música por streaming. “Yo no me quise sumar a esa locura porque me daba bronca. No quería esa vorágine de ‘vamos a la cubierta del Titanic a tocar dos temas porque nos morimos en un rato’”.
Manuel Moretti, su amigo, de Estelares, le dijo que “en México la rompería con ‘Irracional’, un bolero rockero”, de potencia sentimental. Cuando le dio el disco para escuchar, el cantante de Estelares eligió el primer tema para cantar, “La catedral”, una suerte de paralelismo temporal entre el asesinato del fotógrafo francés Laurent Schwebel en Plaza San Martín en 2012, y una muerte afectiva y simbólica, para Rickard. La canción, con frases como “estrujé tu foto en el gamulán”, revela la primera pista: en este disco habrá nostalgia. Las imágenes que presenta el Pájaro a lo largo de las canciones lo vuelven a presentar como el decidor que es, letrista bendecido, de la generación que empezó a reverdecer con la democracia.
Ya no hay fotos en papel ni gamulanes, sin embargo. En “Bialet Massé” el Pájaro lee revistas en su habitación, como lo hacía de niño, y sueña. En “Gesell” recuerda los ’80 y la lisergia; en “Carpita de opio” el pueblo queda clavado en la postal; en “Teje/Recoleta/Villaelí” vuelve a la casita de los viejos. Y todo, atemperado con tinto del bueno, corrompido con soda, como para durar todo el día.
“Y sí, está como melancólico, y eso que para mí era como un paso al frente, imaginate si hubiera hecho un disco revival: me mato entre las paredes”, se ríe. “Soy medio melancólico. Yo también me he ido poniendo así con los años, como un joven viejo. Pero bueno, es la forma de sublimar, tal vez, de darle lugar a esas cosas. Siempre me gustó la música dark, la cosa oscura, jamás fui el Carioca Rickard, de ninguna manera”.
Acerca de las administraciones pueblerinas que le dieron la espalda cuando necesitó su apoyo, Rickard dice: “Los pibes fueron los que me reivindicaron, me dieron la revancha con toda esa sociedad pelotuda que lo único que ayudaba era para que salgan del pueblo jugadores de fútbol. No promovían nada. Ahora han cambiado, pero yo ya no estoy. El lugar que tengo, musicalmente, me lo dieron las generaciones que me siguen, no la mía”. Salvo, aclara, Carlos Rivas, intendente de Tejedor electo en varios mandatos, que lo llevó una vez a conocer a una directora de Cultura en La Plata.
En aquella oportunidad le pidieron un disco, pero él todavía no tenía. Sí podía sentarse durante horas con la guitarra a tocar y cantar, como en un asado eterno. Por fortuna, la vida da revancha. “Ya me calmé, ya me entregué a la inercia, y sé que lo que pueda llegar a lograr son cosas más pequeñas a lo que alguno, una vez, soñó de chico”, dice. Ahora, de grande y con tantas revistas leídas, le toca juntar las flores que, tal vez sin darse cuenta, fue sembrando en primavera.