“Tras la sanción del tiempo, lo que ha merecido el honor del canto y el dolor del canto; porque la poesía no es un mero hábito de expresión, sino una necesidad de expresión, y porque sólo el poeta sabe distinguir el cómo y el cuándo de todas y cada una de sus primaveras”, diría Leopoldo Marechal, hermano espiritual de María Rosa Lojo, al ver surgir, o mejor dicho florecer Los brotes de esta tierra, su reciente libro de poesía.
“Si bien la poesía, como mirada sobre la realidad y sobre el lenguaje, está diseminada en toda mi obra de ficción y también es su motor, publiqué menos libros de poesía que de narrativa. Casi todos han sido textos de la modalidad que antes se llamaba poema en prosa, según el formato y la expresión acuñados por Baudelaire, y que hoy se engloba preferentemente en la “microficción lírica”. En Los brotes de esta tierra adopté preferentemente el verso libre”, dice María Rosa Lojo, merecedora de la Medalla Europea de Poesía y Arte Homero (Bruselas, 2021) y el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2020). ”Tengo mucha más poesía escrita que publicada. Poemas que se acumulan, incluso a lo largo de años, que precedieron a mis novelas, que a veces las “dispararon” en el plano de la imagen y el sentido o terminaron integrados en ellas sin independizarse en un tomo estrictamente lírico, o fueron apareciendo en revistas, blogs, antologías. La decisión de rastrear este itinerario surgió a partir de conversaciones con un joven crítico, Enzo Cárcano, profesor y becario postdoctoral del CONICET, que estudia mi poesía. Enzo conocía tanto los textos inéditos como las publicaciones dispersas. Y me convenció, con buenos argumentos, de que era posible encontrar un hilo y una continuidad que vinculaba entre sí muchos textos sueltos. No incluí en Los brotes de esta tierra todo lo que había en mis archivos, sino aquello que a mi juicio constituía ese “libro secreto”, como se dice en el postfacio, que tuvo varias etapas compositivas: la más antigua entre 1991 y 1998; otra entre 2004 y 2005, y otra correspondiente a 2018. Los poemas escritos entre 2004 y 2005 son los más abundantes.Tal vez lo más interesante sea la conexión genética que tienen algunos poemas con las novelas: “Nota de réquiem” con Todos éramos hijos; “Pampa traslúcida” con Finisterre, por ejemplo. Pero también a partir de las novelas se generan poemas, como sucede con todos los de este libro donde aparece la voz del chamán Mira más lejos, personaje de Finisterre. Hay un ida y vuelta continuos, porque se trata de un mismo mundo. No me siento dividida entre narradora por un lado y poeta por el otro. Todo forma parte de la misma experiencia y aventura literaria: una búsqueda de conocimiento, comprensión, revelación”.
Hacer referencia a los tópicos, no agota ni explica Los brotes de esta tierra. Ya se dijo: lo que cuenta en la poesía, y en toda la literatura artística, no es el qué sino el cómo: darle la vuelta a los tópicos, que suelen ser ejes de la común experiencia humana, para que esa experiencia universal sea dicha de una manera iluminadora, personal y única, nueva y eterna al mismo tiempo. El viaje hacia lo ancestral, lo originario, lo oculto, en dos geografías fundantes (la pampeana y la gallega) es uno de los hilos conductores. Otro es el diálogo con los muertos, tanto los padres, como los muertos anónimos, las víctimas de los combates de la historia, los exiliados y desaparecidos, los masacrados, los confundidos en sepulturas sin nombre, que sin embargo están en el cielo y en la tierra, en el humus y las raíces y en la luz del amanecer: “Entonces camino por la superficie de la tierra azul,/ alucinada por las grandes claridades/ y el cielo es una tela incandescente hecha de puntos que titilan./ Son los ojos sin párpados de los muertos/ los ojos que reflejan sus pupilas quemadas contra la bóveda del aire/ los ojos que nadie ve, que nadie recuerda,/ porque ellos hacen la luz que nos ilumina”, escribe en Pampa traslúcida.
La comunidad de los seres es el nombre de una sección y es un tópico también: en un cosmos que parece desgarrado y dividido en una exuberante multiplicidad de criaturas incompatibles, sin embargo hay conexiones secretas. La ciencia las descubre y lo hace también la poesía: “Los seres son comunes./ Unos para los otros, en los otros, con los otros./ Entrelazados, entretejidos, sensibles como dendritas,/ infinitamente relacionables”. “Todos están hechos de la misma madre, de la misma madera/ idénticos pero divergentes como un puercoespín y una flor carnívora”. También en una comunidad escindida y fragmentada por la violencia interna, esas conexiones persisten por debajo y a pesar de todo, más allá de lo que alcanzamos a percibir: “Es la luz de los ríos de la plata/ la luz argentina/ sin peso ni medida/ invulnerable al robo y la codicia/ La luz de todos/ que fluye como el tiempo y que permanece”, son los versos de La luz argentina.
Pero, ¿qué es este mundo al que llegamos?, se pregunta María Rosa Lojo ¿Esta vida inexplicable, que se nos dio como gratuidad, que un día nos será arrebatada y que experimentamos, en buena medida, como sufrimiento? Parece no haber piedad ni justicia, ni en el orden natural ni en el orden humano. Crueldades es la sección que se concentra en el a veces intolerable dolor de vivir: “Niña vieja/ es hora de que sepas:/ el pez grande se come al chico./ Las águilas y los cóndores roban pichones, gazapos y pollitos/ para destriparlos./ Lo perdido no vuelve/ por bueno que sea el conjuro que apliques”. Dios, si es o si está, no nos oye. Parece haberlo abandonado todo: “Sombra de manos que abren, desamparan/ manos desvaliendo.// Sombra madre negada/ del abrazo de Dios”.
Pese a todo, hay esperanza. Arte de amar es la sección dedicada al amor humano: el gran amor-pasión, compañero de toda una vida: “En mi cuarto hay un varón domesticado/ hecho a mí./ Se ha vuelto sutil y entrañable con los años/ como una tela fina deslizada bajo la piel”. Y los hijos: “Los quisiste de pie sobre la tierra/ sin prever su estatura ni el color de su pelo/ ni el peligro o la gloria de su pasión distinta”.
Y pese a todo, también, hay alguien dispuesto a cuidar las almas humanas sembradas al azar por el Dios ausente en las cuevas de la montaña como brotecitos frágiles. Alguien dispuesto a protegerlas de las inclemencias, alguien capaz de completar y sostener la creación divina: “Aquí estaré hasta el fin de los tiempos/ y no florecerán los brotes de esta tierra sin que los vea”. Es Mira más lejos, el chamán ranquel del linaje del águila que aquí no muestra su lado feroz, porque sus alas se vuelven “lentas y abrigadas como una manta para que nada muriera”.
Poetas y chamanes, guardianes, guardianas, de las palabras y de las almas frágiles de nuestra especie para que cumplan sus destinos soñados de trascendencia y floración, seguimos apostando, o mejor: necesitando los brotes de esta tierra.