Nació como Romina Bernardo en San Miguel de Tucumán en el Barrio Vial, un barrio para empleados de vialidad. Su abuelo era vialero, su papá también lo fue y su hermano lo es; “Y yo salí como cantante de reggaetón, qué se le va a hacer”, dice riéndose. Torta full time torta desde que tiene memoria y chongaza tremenda desde su infancia, su primer flechazo fue a los 12 años con una amiguita del barrio con quien sintió por primera vez “una electricidad tremenda” que la hizo ver las estrellas.
Durante su niñez tucumana la música de consumo popular fue parte de su ecosistema auditivo, donde la radio familiar inundaba el ambiente con el pop de artistas como Britney Spears hasta voces latinas como Luis Miguel, Valeria Lynch y también folclore: el collage kitsch que ofrecían los medios masivos. Ahora, asegura que esos años formativos definieron su noción artística del mundo: “Me gusta mucho la música de consumo popular, que está orientada para que cualquier persona la puede entender, disfrutar, que tengan muchos niveles de lectura y que pueden ser accesibles para diferentes personas”.
¿Dónde termina Romina y dónde empieza Chocolate Remix?
--Pensar eso me resulta un poco raro, porque lo siento como algo muy del pasado. Hoy toda mi gente cercana me conoce como Choco y me siento como más Choco; Romina casi me remite a alguna documentación donde hay que presentar nombre completo y DNI.
Hablemos de Pajuerana. ¿Cómo surgió este proyecto?
--Bueno, pajuerana fue un insulto, en realidad.
-¿En dónde? ¿Quién te dijo eso?
--Un personaje… Un personaje muy académico. En un acto de desborde y de desboque, me quiso insultar diciéndome “pajuerana”. A mí me pareció como muy bello y muy poético. Fue como “me calza perfecto”. O sea, tomar el insulto. Reapropiárselo. Para mí hay una mirada que pesa sobre las personas de las provincias o del interior que generalmente tiene que ver con que se lo asocia a alguien que no está muy enterado de nada, que es medio un paleto. Digo “soy de Tucumán” y lo primero que me preguntan es “ah, allá es muy…”. Como que creen que somos medio unas bestias, casi, te diría. “Ay, la gente allá… es un bajón”. Y, efectivamente, hay ciertas cosas... Es un lugar más pequeño, tal vez más tradicional en algunas cuestiones, pero la mirada que hay es siempre muy…
Muy porteñocéntrica...
--Porteña o rioplatense, diría. No solo porteña. Como que en general se cree que en el interior, no sé, la gente es más chota, más mierda, más difícil, más atrasada…
Pajuerana y lesbiana del under porteño a Europa
¿Y cómo es ser una pajuerana lesbiana en Capital?
--Y yo hace un montón que vivo acá. Pero ciertamente hay algo que te hace ser distinta. Quieras o no, la idiosincracia es diferente. Es diferente tu manera de ver el mundo, tu manera de comportarte, la manera de vincularte. Y no es lo mismo, en todos los sentidos, pertenecer a la hegemonía que no pertenecer. Y ser porteño o ser rioplatense es ser la hegemonía. A cualquier persona le decís “Palermo” y sabe que es un barrio de Capital Federal. Nadie de Capital Federal sabe el nombre de ningún barrio ni de Tucumán, de Salta, Catamarca ni de Formosa. Vos sos tucumano, prendés la tele y la tele habla como porteño, como rioplatense. No es habitual para alguien de acá prender la tele y que hablen correntino, o con otro acento, con otras palabras. Y eso te forma una manera de estar y de vivir que es distinta.
¿Y en qué momento se te fue esa sensación de sentirte una “outsider”? Perdón por el anglicismo.
--En una primera instancia no lo reflexionaba. Simplemente estaba en una etapa más de supervivencia. Y en ese tratar de acomodarte pasan un montón de cosas. Por ejemplo, empezás a cambiar tu manera de hablar. Yo no me sentía con la misma seguridad al ir, por ejemplo, a pedir un trabajo. No me sentía con la misma seguridad hablando tucumano 100 por ciento. Era como que eso me hacía trastabillar ahí, porque no sabés qué tan en serio te toman. Una amiga que trabaja con la madera es diseñadora y hace muebles y objetos de madera. Y venía acá a algunas ferias de diseño y me contaba que (risas) por momentos había gente que venía y se acercaba, algunas señoras medio paquetas y le decían “¡Ay, mirá lo que hacen los chicos de Tucumán!”. Casi como si fuesen, no sé, niños que hacen cosas con palitos de helado. También pasa cuando hablábamos de las zonas rurales. “Ay, los chicos de la escuelita del campo”.
Volvamos a tu nuevo disco. ¿En qué está inspirada la estética de la tapa, tan kisch, con mucho dorado y brillos?
--Remite mucho a mi vida en Tucumán, los años que viví ahí. Infancia y adolescencia. Justamente, este cocoliche que es esa etapa de la vida, ese cocoliche de influencias y cosas. Una de las influencias fue visualmente así, bastante pop y bastante kitsch. Y eso está inspirado en mi casa, en la decoración de mi mamá. Yo que pienso que mi mamá es una gran artista del kitsch y no lo sabe.
Reggateón calentito y lesbiano: el estilo de Choco
Muchas de tus canciones relatan situaciones lésbicas eróticas y eso es algo que se va repitiendo a lo largo de tu trayectoria.
--Sí, de hecho, más allá de mi gusto por el género musical, la elección de hacer reggaetón es porque quería hablar de eso y es el material óptimo. Quería hablar de sexo. Y a la vez me encantaba el reggaetón. Pero me encantaba el reggaetón por lo cachondo que tiene. Como que me convivían estas dos cosas y dije “sí, tengo que hacer reggaetón”. Las músicas, si bien pueden hablar de cualquier cosa, para mí tienen una materialidad misma que generalmente que hablan de algo. Si uno escucha folklore, eso te lleva a la tierra, al arraigo, a determinadas cuestiones que son parte del universo de ese género. Hay un sentir que está combinado con ese sonido. Y una historia también. Y para mí el reggaetón es la música que habla de sexo y erotismo, entre otras cosas.
¿Y cómo sentís que convive Chocolate Remix dentro de este universo musical? Por lesbiana, por chonga, por pajuerana, también. Porque es cierto que, si bien hay algunos exponentes más ambiguos con su género como Bad Bunny, se trata de un estilo musical muy binario. Los varones son tipos súper chongazos. Y las minas llevan a un punto extremo la femineidad.
--El género se va componiendo también de las personas que lo hacen. Vivimos en esta sociedad donde, si una observa, en general, están muy marcados los roles. Si vas a un boliche hetero, los chabones son re chabones y las chicas son re chicas. Y eso para mí se va reproduciendo. Sin embargo, yo no encajo dentro de ese perfil ni en el mundo del reggaetón ni en la vida.
Adelantame un poco cómo va a ser el show de esta noche.
--Sin spoilear, el show lo está dirigiendo Rodri Arena. Él es director de danza y de teatro. Un poco nos pasa que, si bien hay algunos conciertos que los exploran más que otros el formato clásico de concierto, siento que a veces se queda solo en la perfo de les músiques. Y estás en un escenario con luces, todo, es una situación re escénica y a mí me interpela.
Vos girás mucho por Europa. ¿Qué ven los europeos en vos que les llama tanto la atención?
--Les gusta el cachondeo. Tiene que ver con la invitación a la desinhibición. Hay algo de eso que me parece que convoca. Creo que esa esencia del proyecto gusta.
Y hay una identidad lésbica fuerte y bien marcada, que también es difícil de encontrar en otras propuestas.
--Sí, eso es cierto. Es cierto que no son tantas las propuestas que hay de lesbianismo así, puro y duro.
Recién estábamos hablando sobre cómo se performean de forma binaria los géneros en el reggaetón. ¿Qué función crees que cumple esto?
--Las que para mí tienen un propósito artístico, son el propósito artístico. Pero en la vida, después también están estas perfos. Cumplen simplemente funciones sociales. ¿Qué alimentan? ¿Alimentan cosas que son piolas o alimentan cosas que son una verga? Hay perfos que exacerban la noción de jerarquía, entre dos personas, por ejemplo, que para mí no están piolas. Digo, a nivel de la sociedad en que me gustaría vivir. Los valores que yo profesaría, no me copan.
¿Cuál es la línea que separa hablar de sexo en una canción y hacer una letra misógina?
--Hay casos de chabones que hablan de sexo y no me parecen misóginas sus letras. Pero digo que también hay una cuestión de contexto en el sentido que hay un público por ahí más mainstream. Digo, el mayor porcentaje de público que escucha determinadas canciones, por ahí no piensa eso. Una cosa es que lo pensemos vos y yo, que somos dos tortas atravesadas por el transfeminismo y un montón de cosas y pensamos y vemos y decodificamos el mundo de esa manera. Pero de pronto hay gente que lo ve distinto. Y que en algún punto la música no deja de ser una reproducción de lo que piensa la gente. Sale de nosotres, digamos; de la sociedad misma. Por ejemplo, que algo hable de sexo, no necesariamente es misógino. Bueno, esa es una discusión que tardó en llegar. Porque en un momento a todo el reggaetón se lo había tachado de misógino. Simplemente porque eran varones hablando de sexo… Digo, que son discusiones que han vuelto. Mismo, dentro del feminismo, en un momento decíamos “estas canciones, no”. Y, después, el mismo feminismo le dijo a un montón de canciones “estas sí”.
Tus canciones también pasaron por esa lupa. ¿Por qué?
--Y porque… yo empecé en 2013. Y en 2013 era totalmente otro contexto. La secuencia de todas las tortas bailando reggaetón y franeleando no existía. Y cuando yo aparecí cantando esto y con todas perreando fue como que a mucha gente le parecía que estaba mal. Les parecía una sexualización total. Esa era la lectura del reggaetón que se hizo. Muchas personas vieron eso. Chabonas sexualizadas.
Pero más tremendo todavía, porque son chabonas sexualizadas por una misma chabona, ¿no?
--Claro, hubo gente que puso el grito en el cielo.
Claro, porque además está el factor de que las lesbianas tienden a ser leídas como más perversas…
--Por las mismas lesbianas. Eso es peor.
Sí, se vuelve una cosa bastante enroscada, por momentos. Y también hay una cuestión muy puritana, moralista.
--Y en líneas generales ahora se vive una cosa de “viva el sexo”. Los debates que hay hoy sobre el trabajo sexual. En ese entonces, cualquier “buena feminista” salía a despegar cartelitos. Eso era ser feminista. Me acuerdo que en 2013, 2014, era el día de las Trabajadoras Sexuales y hacían un evento en la Plaza de Mayo, muy chiquitito. Eran quince. Y nos llamó Georgina y dijo “che, ¿quieren tocar?” y yo: re sí. Y yo no tenía ningún marco teórico para decir que sí. Para mí la ecuación era “estas chabonas están decidiendo que quieren ejercer el trabajo sexual, eso es lo que les conviene, lo que les gusta, lo que quieren, lo que pueden. Sí”. Y me acuerdo que caímos a tocar y ellas estaban vestidas de brujas, me parece, todas ahí las de AMMAR y fue re lindo. Fue re hermoso ver todo el camino que hicieron y al nivel de debate que se llegó hoy.
¿Y te llegaron críticas por haber participado de un acto de AMMAR?
--Hubo un momento en que a nosotras nos tildaban de todo, porque estábamos en la bolsa de las parias. Después nos dieron más reconocimiento. En ese momento, éramos las polémicas. La mitad del feminismo, más del 90 por ciento, el 95, pensaba que estaba mal el trabajo sexual. Y sin embargo hoy, un montón lo reivindica. También uno se tiene que cuestionar lo que cree porque por ahí cinco años después puede pensar otra cosa. Ha pasado eso, sistemáticamente.
¿Qué responderías cuando alguien te dice que estás haciendo apropiación cultural porque sos una blanca que hace reggaetón?
--Es un concepto. Lo querés leer así, lo podés leer así. Y me parece válida la lectura en tanto posibilita realizar un montón de otras cosas. Que yo creo que en verdad lo que hay que revisar no es que los artistas no puedan hacer tal o cual tipo de música, sino revisar por qué efectivamente hay sociedades y poblaciones que tienen mucho menos acceso a producir, a hacer. Creo que tendríamos que poner el foco en buscar políticas que equilibren esa balanza y decir que es verdad que en lugares de donde salen o surgieron ciertos ritmos, la gente no tiene las mismas posibilidades que en otras geografías, de hacer esas músicas. Para mí tiene que salir desde otros lugares. Por ejemplo, el cuarteto lo inventó una mujer. Sin embargo, la mayoría de las bandas de cuarteto son de chabones. Entonces ¿cancelemos a todos los varones que hagan cuarteto, que ninguno pueda hacer? No. Tratemos de generar condiciones para que las mujeres también puedan tener banda y hacer música. Me parece que es por ahí donde están las cosas que posiblemente se pueden hacer y van a ser más útiles. Pero sí me parece legítimo decir “che, ¿cómo puede ser que de donde se inventó ese ritmo, la gente no tenga la mismas posibilidades que pueda tener otra persona, por un racismo estructural?”. Pero de ahí a vetar a los artistas para que no puedan hacer determinados ritmos… o poder definir cuál es la identidad cultural de una persona… Es decir, si a mí hacer reggaetón me define y me atraviesa, ¿quién puede decir cuál es mi identidad cultural? Si se metieran a decir cuál es mi identidad de género o mi identidad sexual, nadie se atrevería a hacerlo, ¿por qué alguien se puede atrever a decir cuál es mi identidad cultural?