“Una ciudad ecofeminista, diversa, multipropósito, que empiece a construir cercanías para facilitar los roles de cuidado y para repartirlos. El ecofeminismo al ser un modelo absolutamente contrario a lo que el extractivismo urbano nos impone, es la salida”, sugiere Ana María Vázquez Duplat, investigadora integrante del Centro de Estrategias y Acción por la Igualdad y coordinadora de proyectos de la Fundación Rosa Luxemburgo. Para ir hacia la transformación del sistema que hoy rige en las ciudades, Ana propone pensar en los procesos de participación política ¿Quiénes inciden en la definición de políticas públicas? ¿Quiénes toman las decisiones? ¿Desde qué perspectivas?.
La respuesta no sorprende, faltan las voces de la población LGBTIQ y las mujeres en la planificación urbana. Si los roles de cuidado, el trabajo precario, la falta de vivienda recaen principalmente sobre esos cuerpos, entonces es necesario pensar una ciudad con espacios de discusión política que contemplen esas necesidades y ponga en el centro la distribución social de los cuidados.
“Hace un tiempo atrás la lucha en las villas era por la titularidad de la tierra, las mujeres transformaron esa jerarquización y hoy la exigencia prioritaria son los servicios públicos, los espacios comunes, para ganar en calidad de vida”, cuenta Ana que trabaja hace más de 10 años investigando sobre el proceso de colonización de la tierra, un concepto de Raquel Rolnik, arquitecta y urbanista brasileña, para referirse a al proceso de acumulación privada por desposesión de bienes públicos en las ciudades.
“¿Quienes están llevando adelante estas medidas que destruyen la vida en la ciudad?” se pregunta Ana. Según ella, los sujetos que piensan y construyen las ciudades tienen características específicas “son hombres jóvenes, liberales, trabajadores formales con cierto ingreso de medio a alto y blancos, obviamente ninguno de ellos migrante”.
Como las ciudades se construyen desde ese perfil de sujeto “los circuitos de transporte están pensados para ir de la casa al trabajo y de la vivienda al trabajo”, Ana explica que todos todos los circuitos de reproducción de los roles de cuidados están invisibilizados. No se piensa en quiénes son jefas de hogar, quiénes viven en la periferia y tienen que ir a trabajar al centro o quiénes no pueden salir de un barrio porque se inunda o porque no tienen servicios básicos.
Los ecofeminismos buscan visibilizar esas estructuras patriarcales que también se replican en la planificación de las grandes ciudades y en el trato con el medioambiente. Desde los espacios vecinales y de organización social proponen construir urbanidad desde la perspectiva del Buen Vivir, un concepto que reivindican desde el Movimiento de Mujeres Indígenas como derecho a vivir en armonía, reciprocidad y respeto entre los pueblos y para con la naturaleza.
Por lo tanto las consecuencias del extractivismo urbano impactan de manera diferenciada a “mujeres y feminidades, a quiénes estamos más cerca de los procesos de sostenibilidad de la vida, porque históricamente se nos asignaron roles de cuidado”, agrega Belén Silva, abogada especializada en soberanía, alimentaria y militante del ambientalismo popular, y asegura que en muchas oportunidades una mujer en un hogar monoparental no accede a la vivienda por tener trabajos mal remunerados, vinculados a los cuidados y con menos derechos. Según los resultados preliminares de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2021 son las mujeres quienes ocupan el 91,6% de su tiempo en trabajos domésticos, de cuidado o de apoyo a otros hogares.
Belén, como activista antirracista, señala que es necesario discutir el ordenamiento territorial desde una perspectiva interseccional, “la distribución de la riqueza, los lugares de toma de decisión. El feminismo no viene a pintar todo de violeta, viene a discutir puestos de poder. Son agendas que no tienen lugar porque quienes toman decisiones no lo vivieron, es enriquecer la discusión”. Según la abogada, las comunidades racializadas son quiénes en gran medida pagan con el cuerpo y territorios las consecuencias de las actividades extractivas. También resalta la falta de justicia y acceso a los canales efectivos de reclamo judicial respecto al medio ambiente.
La transformación ¿cuál transformación?
¿Cuántos edificios construyeron en tu manzana estos últimos años? ¿Podés reconocer la plaza de tu infancia? ¿Cuántos árboles hay en tu cuadra? ¿A cuántos metros o kilómetros vivís de una plaza o algún espacio verde? y ¿de un río? ¿Ves el cielo desde tu departamento? En las ciudades el suelo urbano, la tierra y los bienes comunes son mercancías, por lo tanto este modelo funciona a la perfección. Es un proceso similar al extractivismo clásico hidrocarburífero y a lo que pasa en el campo con la sojización de la tierra. Un modelo de opresión que reproduce las lógicas patriarcales sobre nuestros territorios.
“Aumentan los problemas de salud y habitacionales, crece la población en situación de calle, en villas y asentamientos. Disminuyen los metros cuadrados verdes por persona, aumenta la contaminación, el enrejamiento de parques y plazas, el cercenamiento de los espacios de participación popular, la persecución al arte callejero, de los vendedores ambulantes y la desfinanciación de las comunas”, son algunas de las consecuencias que detalla Ana María Vázquez Duplat. Los y las habitantes de las grandes ciudades cuentan cada vez con menos espacios para el encuentro. En Buenos Aires hay una crisis habitacional sin precedentes y las corporaciones avaladas por los gobiernos son las que toman decisiones, desoyendo el reclamo y la necesidad de lxs vecinxs. El cemento cubre los suelos absorbentes de lo que alguna vez fue un humedal, los parques son reemplazados por plazas secas, las casas por monoambientes, la sombra se apodera de las calles, el ecosistema característico de la zona es olvidado en pos de un fenómeno que genera impactos en la sociedad en su conjunto.
Según el observatorio de la Ciudad de Buenos Aires, en casi 15 años de gestión del Pro, se perdieron más de 500 hectáreas de tierras públicas. El proceso de expansión inmobiliaria y neolibreral arrasa con los espacios verdes, vivimos una crisis del espacio público que se profundiza ante una planificación urbana excluyente y privatizadora. Durante los gobiernos de Macri y Larreta se concretó la venta de terrenos de la ex autopista 3, Catalinas Norte, el Edificio Del Plata situado frente al Obelisco, la entrega en concesión del Parque Roca y de 45 hectáreas en el Parque de las Victorias, en el sur de la Ciudad. Larreta, por su parte, concretó la venta de la última parcela verde en Puerto Madero, el Playón ferroviario del barrio de Colegiales, de los terrenos del Tiro Federal sobre Avenida Del Libertador, se autorizó la privatización de predios para la construcción de un estadio en Villa Crespo y la concesión del Centro de Exposiciones en Recoleta. También el proyecto de Barrio IRSA en Costanera Sur y la rezonificación de Costa Salguero, hoy frenado gracias a la movilización ciudadana. Por último el llamado Distrito Joven, más de 14 hectáreas que limitan con el Río de la Plata.
Es un modelo que expulsa a la naturaleza, abandona el arbolado público, desatiende los grandes focos de contaminación y profundiza las desigualdades “los gobiernos le dan la espalda a los conflictos ambientales, para priorizar construcciones de lujo para una cierta clase social mientras los alquileres aumentan y las personas en situación de calle siguen muriendo” afirma Belén Silva. Además hay comunas donde el porcentaje de espacios verdes y de aire limpio son cada vez más minúsculos, según cifras del Atlas de Espacios Verdes de Ciudades Argentinas el 25% de la población de menores recursos carece de acceso a espacios verdes, situación que solo afecta al 4% de la población con mayores ingresos. “Eso es el extractivismo, un paradigma de un modelo insalubre” comenta Ana que hace años trabaja junto a sus compañerxs del Colectivo por la Igualdad sobre la gravedad de este proceso para quiénes viven en las ciudades.
El valor de la sombra
Cuando se abordan temas sobre ambientalismo una afirmación muy común es que como sociedad tenemos otras prioridades: la falta de trabajo o el hambre, principalmente, sin embargo los conflictos ambientales atraviesan las problemáticas económicas, políticas, sociales y de género. El extractivismo fomenta la desigualdad y promulga un modelo de vida excluyente “se profundizan los conflictos a nivel luz, cloacas, suministro de agua, es muy es urgente que volvamos a la naturaleza, sino nuestra calidad de vida va a empeorar”, remarca Belén. En un contexto de aumento de la temperatura máxima anual, la pérdida de los espacios verdes nos deja expuestos a olas de calor e inundaciones, por la destrucción de los humedales. En países como Ecuador y Chile lograron reconocer los derechos de la naturaleza, Belén desea que podamos conquistar ese derecho en Argentina ya que se trata de una herramienta para defender y proteger nuestra casa común.
La tala indiscriminada e ilegal de árboles en la Ciudad de Buenos Aires impulsó la conformación de “Paren de mutilar” una organización de vecines que luego se extendió a otras urbes del país. Buscan generar conciencia sobre la importancia vital que tienen los árboles para nuestra salud. “Permiten la fijación de dióxido de carbono, la producción de oxígeno, absorben gases contaminantes. Disminuyen la temperatura ambiente. Son indispensables en la fijación del suelo y en la absorción de agua de las precipitaciones”, detalla María Angélica fundadora de Basta de Mutilar en 2012. La Ley de Arbolado Público Urbano prohíbe la tala y dispone multas, que se duplican de tratarse de empresas constructoras, basta caminar por la ciudad para evidenciar que la normativa no se cumple. “El verde se está convirtiendo en un privilegio de las clases más pudientes”, concluye Angélica.
No mires al río
Una de las expresiones más crudas del extractivismo urbano es la presencia de plomo en la sangre de quiénes viven sobre el Riachuelo, la cuenca fluvial más contaminada del país. Una extensión de 64 kilómetros que atraviesa 14 municipios de la provincia de Buenos Aires y la Ciudad, cubre 2.200 Km2. En sus orillas funcionan miles de industrias, muchas tiran directamente los desechos al río. Según ACUMAR (Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo) sobre esas tierras viven más de 4.8 millones de personas que conviven con la contaminación del agua, el suelo y el aire en ese entorno, lo que hace que sean más propensas a tener enfermedades. Fue Beatriz Mendoza la primera en denunciar la contaminación en ese territorio, exigiendo su recomposición.
Una exigencia que obtuvo como resultado la creación del organismo en 2006 para llevar adelante el saneamiento de la Cuenca. Belén Silva recuerda ese fallo y denuncia que “las viviendas que se entregaron en ese contexto no tienen las condiciones para que las personas puedan vivir de forma digna. Se priorizan viviendas de lujo y un negocio inmobiliario, mientras del otro lado hay una parte de la sociedad que no accede a un derecho básico”. Hoy se llevan adelante tareas de saneamiento y exámenes de salud a quiénes viven sobre la cuenca, sin embargo vivir en un ambiente sano no debería ser un privilegio. El organismo, fuertemente desfinanciado entre 2016 y 2019, detalló en el último informe que las principales problemáticas ambientales están vinculadas a la falta de acceso al sistema de desagüe, al estado de las calles, los malos olores provenientes del río y la construcción de hogares sobre terreno rellenado.
En el municipio de San Martín sucede una situación similar con el Río Reconquista, locatario del CEAMSE, “somos el basural de toda Gran Buenos Aires y Capital, se entierra la basura de 34 municipios. Estamos hablando de 17 millones de kilos de basura por día”, detalla Teresa Pérez, trabajadora de la UNSAM (Universidad de San Martín) e integrante del Bosque Urbano, un predio recuperado por estudiantes en 2008 para preservar las especias y ecosistemas autóctonos de la zona. En plena dictadura la intendencia de Buenos Aires prohibió la incineración de la basura y dispuso rellenos sanitarios. En 1976 se creó la empresa Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE) y comenzaron a transportar los residuos desde las zonas de acopio al río. “El río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe”, escribió Rodolfo Walsh en la carta a las juntas militares.
Un Bosque Urbano cuidado por estudiantes
A 20 cuadras de la General Paz, 15 kilómetros del río Reconquista y frente a la Universidad de San Martín, hay una reserva natural creada por un grupo de estudiantes universitarios junto a vecinxs de la zona. Un espacio que conserva cientos de especies de la región, que mantiene una huerta, un estanque y en la que participan más de 20 voluntarixs. Tipas, ombúes, algarrobos Aguaribay, pastizales, te reciben luego de cruzar un portón a media cuadra de las vías del tren y dos de la Avenida 25 de Mayo. El terreno fue un estacionamiento, utilizado por Tránsito del Municipio. Hace 14 años un grupo de universitarios junto con recicladores de la zona propusieron la creación de un predio para reproducir los ecosistemas de las ecoregiones: la pampa y selva marginal del Río de la Plata y Paraná.
Entre la huerta y la zona de pastizales, emplazaron un espacio techado con una barra, cocina y baño para realizar talleres. Sobre la pared hay un mapa del municipio y del recorrido que hace el río Reconquista. También varias fotos viejas en las que se puede ver a niñxs jugando y la cuenca despejada “son compañeras, que pudieron recuperar esas fotos, en los 70 iban al río con sus familias, hasta que llegó el CEAMSE y prohibieron la salida”, recuerda. Semejante desplazamiento incluyó desalojos y mucha violencia sobre quiénes vivían en los barrios ya que el predio pasó a manos de una empresa.
Mientras separa unas semillas que encontró en la caminata, Teresa cuenta que al BU lo visitan estudiantes de escuelas de la zona, para ella es importante que conozcan la historia de su territorio, puedan respetar la naturaleza y conocer las especies que lxs rodean. Señala un afiche sobre un pizarrón con la consigna Justicia por Dieguito. Se trata de un niño que el 15 de marzo de 2004 desapareció en el predio del Ceamse, aplastado por la basura que tiraba una máquina, mientras se escondía de la policía. Teresa cuenta que más de 20 mil personas vivían del relleno sanitario, en la pobreza extrema, desplazados por el avance de la basura sobre sus hogares.
“Alicia Duarte, hermana de Dieguito, es la que encabeza la lucha porque aún no se hizo justicia”, lamenta. Ese hecho impulsó la organización de las vecinas del Reconquista acompañando el reclamo de la familia de Diego. Hoy en las 8 cooperativas que funcionan en los galpones del CEAMSE, trabajan 6 mujeres como jefas de turno. “No es casualidad,son ellas las que en la montaña de basura sufrían el doble y necesitaban ordenar los espacios de trabajo para ocuparse de las tareas de cuidado de sus hijos”.
En sus más de 10 años participando como voluntaria, estudiante y ahora docente en la UNSAM, Teresa pudo dar cuenta que son las mujeres las que encabezan el cuidado del Medio Ambiente en los barrios, las que luchan para que el basural no esté en la esquina, las que pelean con el carrero, con el recolector, con la Municipalidad, las que intercambian saberes en cada ronda “son las guardianas de nuestro medio ambiente. Desde el ecofeminismo defendemos la vida, la diversidad y buscamos recuperar nuestra tierra”.