En El dogma, María Ventura es Rivkele, hija de un judío polaco que maneja un prostíbulo en el subsuelo de su propia casa en Balvanera, durante los años de la presidencia de Yrigoyen. Sara, la madre de Rivkele, “subió” al casarse con el proxeneta y él intenta santificar su actividad con el uso de la torá, el libro sagrado, para mantener a “su nena” al margen del burdel y a salvo del barro.
Pero entre realidad y dogma hay un abismo y la tormenta se desata. La chica se enamora de Manke (Ximena Di Toro), una de las pupilas explotadas. “Usted vive amordazado a un libro sagrado pero está más preso que las mujeres que trata”, confronta Rivkele al padre. “Yo en cambio amo, gozo con ella, río, canto y leo los libros que hablan de la verdadera libertad”.
En la comedia musical sobre la cancionista Ada Falcon se expone “muy claramente el machismo de los años veinte y treinta, especialmente en el ambiente de tango”, señala su directora Cintia Miraglia. El espectáculo pone en valor “una de las voces femeninas más relevantes de la historia de la música popular argentina, que a pesar del enorme reconocimiento que tuvo, la llamaban la emperatriz del tango, hoy es de las menos recordadas”. Es que Falcon fue por diez años la amante de un hombre muy poderoso del ambiente: Francisco Canaro, y esa relación “la atormentó a tal punto que terminó jurando que jamás volvería a mirar a un hombre. Y lo cumplió al retirarse al anonimato, en Córdoba, donde vivió oculta o saliendo con un velo y anteojos oscuros”.
“Aunque no pertenezco a ese ambiente, sé que las mujeres del tango son pocas en relación con los cantantes varones. Todavía sigue habiendo dificultades para trascender”, advierte Miraglia.
“El Dogma llegó cuando estalló el justo reclamo de las mujeres por sus derechos, cuando empezamos a triunfar”, dice Ventura, la hija en apariencia sumisa y obediente, “pero con deseos propios y a punto de erupcionar como un volcán, que no está dispuesta a resignarse”. Más allá de posturas pro o antiabolicionistas, acá el tema es “la trata de personas y el ejercicio obligado de la prostitución como flagelos que existieron y continúan intensificados y sofisticados”. El espectador se enoja (o se ríe) con los personajes masculinos, empatiza con los femeninos “y anhela que Rivkele se libere a través del amor lésbico, que le da felicidad y es su derecho”.
Di Toro revela que su puta, Manke, “es una transgresora llena de pasión, que disfruta de lo sencillo y ve lo hermoso en lo simple. Se ocupa del amor y lee a Alfonsina Storni para escapar de la realidad cruda que vive”.
“La trata sigue siendo como antes, un negocio de consumo de sexo cuyo objeto es el cuerpo de las mujeres”, continúa la actriz. “Reconozco que me cuesta ver la prostitución como un trabajo, pero sé que hoy hay organizaciones de trabajadoras sexuales que defienden sus derechos laborales. Quizás nos encontremos con un nuevo paradigma, mujeres que lo eligen libremente como actividad laboral”.
“Ojalá podamos sentirnos pares, sostenes de las otras. Nuestras madres fueron de una generación en que las mujeres dejaban todo para cuidar a los hijos. Agradezco ser parte de este cambio que está dejando de aceptar como natural lo impuesto. Gracias al feminismo, los jóvenes, mis hijxs, ya tienen instaladas las nuevas ideas. Nos estamos despertando, rompiendo con el concepto de que hay roles exclusivos. Necesitamos hacernos cargo de lo que nos pasa, de lo que sentimos. Vivimos con estructuras culturalmente impuestas, juzgamos y nos juzgan, señalamos con el dedo por lo que hacemos y lo que no hacemos. Manke y Rivkele rompen desde el amor, eso es clave”.