El viejo lleva el nombre de un rey griego de Egipto, padre de Cleopatra, pero ninguno de sus vecinos lo toma en serio. Trabajó como empleado de correos y chofer de un camión de helados, y padece un cuadro de demencia en el que la memoria se extravía bajo la forma de pesadillas y alucinaciones. Sin embargo, el nombre y el recorrido personal contienen un legado que fue destinado a su pueblo, la gente negra, y está en peligro: Los últimos días de Ptolemy Grey, la serie de Apple TV + sobre una novela de Walter Mosley, pone en escena así un drama que lleva al espectador desde la actualidad hasta el corazón de un conflicto histórico de larga duración.
Ptolemy Grey, interpretación enorme de Samuel L. Jackson, vive en una casa llena de trastos, mugre y basura, un laberinto del que empieza a salir por un llamado del pasado: Coyote, el hombre que lo crio cuando era niño en el ambiente rural de Misisipi, lo urge a cumplir con la promesa que hizo de utilizar un tesoro “para salvar a toda la gente negra”. Pero el viejo se encuentra en un deterioro acelerado en el que es incapaz de recordar hasta lo más inmediato.
El tesoro en cuestión fue robado a un blanco cuya familia se enriqueció durante generaciones con la explotación de trabajadores negros. Se trata entonces de hacer una restitución, de un acto de reparación de la muerte y del sufrimiento, porque además tiene un precio alto: el sacrificio de Coyote, linchado por los blancos, y ahora el del propio Ptolemy, que se somete a un tratamiento médico en etapa de prueba para recuperar la memoria y cumplir con el mandato del pasado. En ese paso es decisivo el encuentro con Robyn Barnet (interpretada por Dominique Fishback), una adolescente huérfana que proviene de la calle y de un hogar marcado por la prostitución y las drogas.
La búsqueda del tesoro y su redistribución se integra con otras líneas argumentales: la historia de Ptolemy y Sensia Howard, la mujer a la que amó, y la investigación que lleva adelante a su manera por el asesinato de Reggie Lloyd, el sobrino nieto que lo cuidaba. “En un mundo donde a la gente no le importa si nacemos o morimos”, y particularmente donde el crimen de un negro no es un asunto que le importe aclarar a la policía, Ptolemy se propone así otro acto de reparación: “¿Cómo podría dejar que la gente olvida su nombre? ¿Qué clase de hombre sería si no reconociese la injusticia de su muerte?”, se pregunta en el homenaje que le rinde a Reggie ante su familia.
Los últimos días de Ptolemy Grey se desarrolla en seis capítulos y se estrenó en la plataforma el 11 de marzo, en coincidencia con la reedición en español de dos novelas de Easy Rawlins, el detective negro de Mosley: El demonio vestido de azul, primera entrega de la saga, y Rubia peligrosa, la undécima. Una oportunidad para recorrer el universo de un escritor todavía no reconocido en su magnitud, por lo menos en nuestra lengua.
La cronología de las novelas de Easy Rawlins transcurre hasta el momento entre 1948 y 1969 y en la ciudad de Los Ángeles (donde nació Mosley, en 1952, de padre negro y madre de origen judío). Desempleado y con una hipoteca sobre su casa, en El demonio vestido de azul el protagonista se inicia como detective con la búsqueda de una mujer que se perdió de vista llevándose treinta mil dólares y en cuya persecución a través de garitos, clubes nocturnos y bares de mala muerte se suceden los crímenes.
La particularidad de Mosley dentro del género policial no consiste tanto en presentar personajes y lugares del mundo de los negros, aunque lo hace con un detalle notable y delicioso respecto a comportamientos, valores y formas de sociabilidad, sino en el modo en que esas referencias sostienen una perspectiva crítica sobre la sociedad norteamericana. Si la denuncia del capitalismo de los autores clásicos se convirtió en un estereotipo que no molesta a nadie, Mosley revive la tradición al poner el foco en el racismo y desplegarlo como un factor histórico de exclusión y violencia.
Rawlins es el narrador de sus historias y su punto de vista escéptico y mordaz se proyecta también sobre la propia comunidad, en particular sobre los negros que se desconocen como tales y sobre los blancos pobres que no tienen conciencia de su propia marginación. En El demonio vestido de azul aparece uno de sus acompañantes, Raymond Alexander, alias Mouse, amigo de infancia capaz de matar a cualquiera por dinero. Su maestro es Saul Lynx, detective judío que no le ve condiciones para el oficio por su afición a la lectura antes que a los puños. En entregas posteriores se agrega Navidad Black, veterano de Vietnam y en tanto tal “un asesino entrenado por el gobierno”, según escribe Mosley en Rubia peligrosa.
No obstante, la saga de Rawlins prescinde de los prototipos del detective y su ayudante. El personaje está en acción en el ambiente más amplio de la comunidad negra; no solo se desentiende de la policía y de la justicia sino que padece sus persecuciones. “Lo único que tenemos son los amigos”, reflexiona uno de los personajes en el desenlace de El demonio vestido de azul (llevada al cine en 1995, con dirección de Carl Franklin y Denzel Washington como el detective).
Las alusiones literarias y culturales son constantes, no como un guiño para el lector enterado sino como una referencia compartida para la reflexión. En Rubia peligrosa, Rawlins parafrasea la Fenomenología del espíritu de Hegel para definir su propio lugar en un pasaje de entonación lírica: “La oscuridad era mi libertad negativa. Mientras todos los demás temían y evitaban la noche, yo la veía como mi liberación”. Ptolemy Grey, que por otra parte ocupa una casa llena de libros, lee a Theodore Dreiser y a Patricia Highsmith en ediciones populares y una célebre cita de Carl Sagan (“Hay más estrellas en el universo que granos de arena en la playa, y todas vienen del mismo lugar”) es redireccionada con belleza hacia la historia íntima de los negros.
Rawlins tuvo sus primeras experiencias de la muerte en el frente de batalla de la Segunda Guerra Mundial, una “guerra de blancos” donde fue soldado del Ejército del general Patton. De esa etapa le quedan los fantasmas recurrentes de los hombres a los que mató y un rasgo de carácter: una voz que le habla solo en los peores momentos “y me da los mejores consejos que puedo recibir”. El desdoblamiento como condición de lucidez.
El recurso reaparece en la historia de Ptolemy Grey. La miniserie transcurre entre la actualidad (en la ciudad de Atlanta, marzo de 2011), la segunda mitad de los años 70 (cuando Ptolemy conoció a Sensia Howard, su gran amor, una relación abierta) y un pasado indefinido pero asociado con los iconos de la segregación y la opresión de los negros: el trabajo en los campos de algodón y el régimen esclavista. Coyote proviene de ese tiempo y reaparece como una voz de advertencia, de consejo, de alerta, que Ptolemy escucha en los momentos de crisis.
No es el único cruce significativo entre las novelas y la serie. La paradoja de que “nacemos muriendo”, que enuncia Coyote en una escena clave de la serie, mientras comparte una tarde de pesca con el pequeño Ptolemy, remite a un pasaje de Rubia peligrosa y supone una clave en la visión histórica de Mosley sobre los negros: la muerte es condición de la vida y de la proyección individual en la memoria del pueblo. Pasado y presente se asocian visualmente en los picos dramáticos de la serie, como la escena del linchamiento o el incendio nocturno que provocó la muerte de una amiga, una pérdida que remuerde la conciencia del protagonista.
A través de la saga Rawlins construye también su historia personal. En Rubia peligrosa, una trama sobre tráfico de drogas que remite a la guerra en Asia, atraviesa un prolongado duelo por la separación de su pareja, Bonnie Shay. Presentar el rostro humano de los detectives es también un lugar común en el género, pero Mosley aprovecha con destreza y sensibilidad los aspectos dramáticos en las relaciones sentimentales y familiares.
El contrapunto entre Rawlins y su hija Feather puede asociarse con los de Ptolemy Grey y Robyn Barnet en cuanto al voltaje emotivo y al ritmo que los diálogos le imprimen a la acción. Los personajes que interpretan Samuel L. Jackson (también productor ejecutivo de la serie) y Dominique Fishback son distintos y complementarios: la energía de la juventud choca con la fragilidad del que está con un pie en la tumba, la aspereza y las pocas pulgas de la chica se recortan contra la comprensión del viejo hacia las pequeñas mezquindades de personas que necesitan ayuda, dice, para que puedan escapar de esas trampas cotidianas. A través de las diferencias ambos construyen un elemento común, decisivo para lo que se juega en la historia: la transmisión de un legado, aquello de lo que el tesoro es finalmente una imagen.
El tesoro que fue escondido en un pozo excavado por esclavos está conformado por monedas de oro: un doblón Brasher (primera moneda de oro acuñada en EEUU después de la independencia) y dos ejemplares del águila doble de Saint-Gaudens (producida entre 1907 y 1933), en la realidad piezas en poder de coleccionistas millonarios. El filón recuerda a los antiguos tesoros de los piratas, pero también porque fue el producto del robo de la fuerza de trabajo de los negros, y al mismo tiempo evoca las heridas abiertas que dejaron la esclavitud y la discriminación.
“La familia es lo más importante que tenemos”, dice Ptolemy. La afirmación que podría sustentar valores que refuerzan la opresión es objeto de una controversia sostenida. Ptolemy confronta con familiares que le roban la plata de la jubilación o quieren mandarlo a un asilo para quedarse con sus cosas, sin darle demasiada importancia a esas rencillas y sin propósitos de redención; en el revés de esas relaciones, encuentra en Robyn, una extraña, la persona con quien cumplir la promesa formulada cuando era un niño y entablar, por lo mismo, el lazo de amor más fuerte de su vida.
Los personajes de Mosley reivindican el habla de la calle, las formas impuras de la cultura popular y la educación que se transmite no tanto de padres a hijos como de abuelos a nietos, de tíos a sobrinos o en definitiva de mayores a menores, ya que el tejido familiar suele estar desgarrado por las pérdidas y las muertes. En ese sentido, el legado de Coyote consiste también en las sentencias y reflexiones que Ptolemy desgrana a cada paso de su vida. A veces cargado de cierto fatalismo (hay que “dejar que el río siga su curso”, teniendo en cuenta que “todos estamos en ese río”, y el río “sabe exactamente dónde va”), a veces capaz de condensar una maravillosa lección en una imagen (si pensamos en los ausentes y sonreímos, los ausentes están en algún lugar), ese saber es quizá lo más valioso que atesora.