Con un fin ilustrativo, al inconsciente humano, lo podríamos visualizar como una persona externa al individuo e invisible, pero que está siempre junto a nosotros. Por supuesto, que cada persona transita por la vida sólo con el suyo. Pero, además, ese acompañante involuntario y vitalicio que poseemos, constantemente procura modificar la percepción que tenemos de la realidad, tanto externa como interna, para que veamos lo que él desea que veamos. Nuestro director inconsciente posee también sus directivas, posee su deseo y otra lógica, vinculada a ciertas apetencias infantiles imperecederas, que si bien para el sujeto adulto ya perecieron, para el niño inconsciente continúan vigentes. Esa trama infantil que acompaña al adulto, y que este desconoce, irrumpe simbólicamente en los sueños, en los actos fallidos, en la fantasía y asimismo influye en su vocación, como en sus miedos y angustias. De este modo, se va configurando en él una trayectoria en la vida que puede ser armónica o conflictiva. En la medida en que el adulto haya podido integrar mejor sus dos mundos, gozará de más armonía. En cambio, cuanta más escisión exista entre ambos, probablemente mayor será su conflictividad, y sin percatarse del origen de esa disarmonía se la atribuirá a la mala fortuna o a otros que no le permiten realizar sus anhelos.

El inconsciente representa un socio desconocido para su portador, que mantiene vivos los recuerdos de determinadas sensaciones, emociones y sentimientos, por lo general gratificantes, pero, ¡claro!... “gratificantes” fue el significado con que se invistieron en las circunstancias infantiles. El adulto actual ya no experimentaría de esa manera aquellas vivencias. Por esa razón, han sido reprimidas en forma inconsciente, y desde su nuevo lugar mental, y al margen de la consciencia del afectado, pujan por expresarse figuradamente para que el aquejado no se percate ni angustie. Al inconsciente solo le interesa expresar lo suyo y le preocupan un rábano las apetencias racionales de su portador. A veces se comporta como lo que es -en cierta forma-: un chico caprichoso en el medio de un berrinche, que para salirse con la suya no le preocupa en absoluto el perjuicio que le ocasiona a sus padres. El inconsciente es como un niño invisible que hace de las suyas, y esas que hace, mayoritariamente, están vinculadas a las vivencias infantiles gratificantes de ese niño, que aún persiste en el cuerpo del adulto. Dichas experiencias placenteras dejaron una huella en el cuerpo, se convirtieron en pulsiones, y así buscan inmiscuirse en la conducta del adulto, a veces estropeándole sus aspiraciones, y generándole asignaturas pendientes. Una de las características del inconsciente es su atemporalidad. Esto significa que dichas metas infantiles permanecen en una especie de presente eterno. Es así, entonces, como el niño perpetuo que convive con nosotros puede ser un gran aliado o un terrible enemigo dependiendo del grado de armonización que exista entre ambos mundos mentales en el ser humano. A veces esa convivencia agradable se da en forma natural y el beneficiario puede llevar su vida y su vocación de manera equilibrada; pero, en otros casos el grado de desarmonía y de padecimiento requiere ayuda terapéutica.

Sin embargo, casi siempre, se trata del niño interno que logra acceder a algunos de los comandos de nuestra vida, como las emociones, los sentimientos, la motilidad y la percepción. Sin duda que posee un extraordinario poder. No obstante, como ya dije antes, no tiene porqué ser necesariamente desarmónica o conflictiva la convivencia. En especial, si el sujeto se analizó, o no necesitó hacerlo por no poseer grandes conflictos. Por otra parte, puede que, aunque los haya tenido, igual haya podido conciliar su vida mental.

*Psicologo. Ensayista, autor de varios libros. Reside en Marcos Juárez.