Recostada a un lado de la ciudad, la montaña de Montjuic es una gran atalaya que domina a la siempre magnética Barcelona, una ciudad imán para el turismo universal. La que lo tiene todo: historia y vanguardia, fútbol y gastronomía, esa que siempre es fetiche para el mundo del arte y del deporte. Aunque es de menor altura que su “competidor” el Tibidabo –que, a no confundir, también tiene en lo alto lo que luce como un castillo, pero en realidad se trata del monumental Templo Expiatorio del Sagrado Corazón–, lo alto del Montjuic es el escenario de un fuerte que desde el siglo XVII supo ser protagonista de los momentos centrales de la historia de la ciudad. Y hoy permite viajar en el tiempo.

LINEA AÉREA La idea más recomendable para hacer completa la visita al castillo es llegarse hasta el punto de partida del teleférico. Subir en las cápsulas vidriadas nos permite comenzar a ver gran parte de lo que Barcelona tiene para dar. Para eso hay que acercarse hasta la avenida Miramar, lo que se puede hacer caminando -de acuerdo al tiempo que se disponga- o en bus, una buena opción para aprovechar luego más tiempo en la montaña. Además, las frecuencias desde el centro de la ciudad son continuas. Así entonces, el recorrido por otros puntos interesantes puede quedar para el pos-castillo, para la bajada que –valga la obviedad– siempre resulta más sencilla que la subida.

Desde el teleférico, ya que se asciende desde el lado del centro de la ciudad, se pueden ver varios de sus lugares más emblemáticos,como la Plaza de Cataluña, la Catedral de Barcelona, la Sagrada Familia, la Villa Olímpica y la Torre Agbar. Así nos vamos preparando para la cima. El funicular nos deja a las puertas de nuestro destino, el Castell, y es acá donde comienza el viaje por la historia.

Al acercarnos hacia la entrada principal del castillo vamos rodando la película del pasado. Todo su aspecto, y aunque no se trata en este caso de una construcción de origen medieval, tiene todos los condimentos para el mito. Como está completamente rodado por un foso, hasta el acceso se puede llegar solo mediante un puente, tras el que nos espera el gran portón enmarcado por dos columnas y el escudo. Este puente, nos cuentan, data de 1751, construido en el marco de las mejoras en plan defensivo que ideó Juan Martín Cermeño, responsable de la forma actual del Castell. El primer tramo de esta rampa –el más largo– es fijo, pero la parte final es diferente, ya que era levadizo, con una serie de engranajes que aún se conservan en la parte interna del portal. Bien, ahora sí ya estamos dentro. ¿Pero dentro de qué?

Sebastián Benedetti
La torre del vigía, encargada de dar el alerta ante los peligros llegados del mar.

CUATRO SIGLOS ATRÁS Las primeras fortificaciones en lo alto de esta montaña –en rigor de verdad estamos hablando de solo 173 metros sobre el nivel del mar– datan del siglo XI, y era solamente un faro o torre vigía. Solo el espacio para un marinero que pudiese alertar, con la vista puesta en el mar, el arribo de naves desconocidas. Poco más se sabe de esa torre, apenas que recién hacia mediados de 1600 se comenzó a amurallar el faro con un fortín; lo que sería luego el corazón de lo que vemos y recorremos hoy. En 1640, en treinta días se fortificó todo el espacio, en una planta cuadrangular con cuatro baluartes en las esquinas. Con las troneras en esas puntas se rechazaron las tropas de Felipe IV en la llamada Batalla de Montjuic, el 26 de enero de 1641.

Con la toma de Barcelona –por Felipe IV en 1652– el Castillo pasó a titularidad de la monarquía y en él se instaló un destacamento fijo, y llegaron nuevas reformas. Aunque el momento definitivo para su forma actual es hija absolutamente directa de la llamada “guerra de Sucesión”, en 1701, un conflicto en el que participaron también Gran Bretaña, Holanda y Portugal. En la disputa por la instauración del rey, y ya metidos de cabeza en la lucha, la importancia del castillo ganó un volumen increíble. Entonces se encararon nuevas obras que permitieron sostener el asedio hasta 1714. Esto traería un nuevo sistema defensivo de la ciudad, balanceado entre la Ciudatella y el Montjuic. Así, de la mano del ingeniero Cermeño se trabajó nada menos que entre 1753 y 1799. A finales del siglo XVIII sirvió de prisión de franceses durante la guerra contra la Convención (1793-1795), y en 1808 fue ocupado por las tropas de Napoleón.

Sebastián Benedetti
El contraste de piedra y verdes en los fosos de protección que rodean el castillo.

A LA CARGA Nuestro caso es mucho más pacífico y recreativo. En vez de hacerlo con las armas, una pequeña fila nos permite sacar un económico ticket. Al atravesar el portón principal, los caminos se dividen y hay que optar por dónde comenzar el trazado: los dos pasillos abovedados de piedra se bifurcan hacia los baluartes, el de Sant Carles y el de Santa Amàlia. Entramos por la derecha, la que –cuenta la historia– era utilizada por el cuerpo de guardia. El camino de la izquierda guardaba el almacén de pólvora y artillería. Hoy, a la vista es muy profundo y agradable el contraste de colores, entre el tono de la piedra y el verde que fue copando cada uno de los espacios, particularmente los fosos.

Los primeros pasos nos ponen tras los muros y la imaginación empieza a correr. La caminata hacia la derecha nos lleva primero hacia el foso de santa Eulalia, hoy parecido a un gigantesco parque de césped verde y prolijo. En este foso, que vemos desde arriba, ya en el siglo XX y cuando el castillo era utilizado como cárcel para presos políticos, fue fusilado por el bando franquista el político Lluís Companys al alba del 15 de octubre de 1940, a poco de terminada la Guerra Civil. Allí está aún el muro al que las balas apuntaron y un monumento que lo recuerda. Poco más allá el camino lleva al foso de Santa Elena, y desde allí empezamos a bordear el fuerte. Vamos hacia la izquierda, hacia el lateral que da al mar. Desde aquí, donde todavía existen cañones que apuntan mar adentro,  sobre la Muralla de Marina, se abre la inmensidad del Mediterráneo.

Una vez recorrido el irregular borde del castillo volvemos a la puerta principal para atravesar ahora otro portal: el que nos lleva a la plaza de armas. Pasamos por debajo de la torre del vigía –donde luego subiremos– y salimos al aire libre de la plaza cuadrada. Estamos ya en una de las partes más altas del castillo. La plaza de armas, lógicamente, fue siempre el punto clave: el lugar de encuentro para las tropas ante cualquier situación e instrucción. Rodeada de galerías con arcos que dan a las salas que supieron ser pabellones militares, vivienda del gobernador, del sacerdote y del vigilante de la torre, los dispensarios, la panadería y demás. En el centro de esta plaza, hoy llana y despoblada, supo levantarse una estatua del generalísimo Francisco Franco montando a caballo. Fue removida en 2007, cuando el castillo pasó a manos del ayuntamiento y parte de las salas se transformaron en un centro de interpretación.

Para el final de este recorrido en continuo ascenso nos espera la terraza de la plaza, el punto más alto de la fortificación. Un espacio que se convierte en un mirador circular, con vistas sobre toda ciudad el puerto, la costa y la comarca de Baix Llobregat (Bajo Llobregat). Aquí es donde definitivamente la información que vamos recibiendo hace combustión con la imaginación: hacia un costado, por donde se abre el mar, se pueden presentir los barcos enemigos acercándose, y los cañones cargándose desde aquí ante el aviso desde la torre del vigía. Hacia el otro lado, allí abajo, el plano de la ciudad que supo recibir las balas de cañones disparadas desde aquí mismo. La historia trágica devenida, para los catalanes, en memoria.

Pero además, lo alto de este castillo guarda para el final un dato extra que poco tiene que ver con lo bélico: es conocido porque sirvió como referencia para la estimación de la primera definición del metro. Si, de la medida. Jean Baptiste Joseph Delambre y Pierre Méchain (por pedido de la Asamblea Nacional Constituyente) midieron la longitud de arco del meridiano que pasa por el norte de Francia, en Dunkerque, a Montjuic, entre 1792 y 1798; los resultados sirvieron para determinar el Sistema Métrico Decimal y terminar con lo que por esos días era un verdadero caos de patrones. Aquí arriba, en la punta de las almenas, en lo más alto de lo alto del Montjuic, todavía se pueden ver las marcas en la piedra de los puntos exactos que se usaron para hacer las mediciones.