La posibilidad de disfrutar del teatro de Toto Castiñeiras se duplica, habida cuenta de la función de Ojo de Pombero que tendrá lugar esta noche a las 21 en Teatro La Comedia (Mitre 958), y del seminario que el dramaturgo y actor ofrecerá entre hoy y mañana en el mismo teatro bajo el título “Intérprete físico. Entrenamiento y pruebas sobre la actuación y la dramaturgia corporal”, dirigido a actores, actrices, bailarinas, bailarines, artistas circenses y estudiantes de artes escénicas. “Está bueno cuando se completa así el laburo, porque es en el diálogo con los intérpretes y los que asisten cómo uno termina de entender qué es lo que uno actúa, escribe y dirige”, señala Castiñeiras a Rosario/12.

Ojo de Pombero es la quinta producción de la compañía Teatro Charabón, que impulsa el actor, dramaturgo, director teatral y artista del Cirque du Soleil. El espectáculo cuenta con las actuaciones del propio Castiñeiras junto a Mariela Acosta, Mariano Torre, Julieta Laso y Luciana Buschi; y pone en escena al famoso mito gauchesco, recreado a partir de anécdotas recopiladas y música, con la atención puesta en cuestiones del presente, en donde el interés sexual del Pombero tendrá que lidiar con una mujer decidida y dispuesta a enfrentarlo.

-De acuerdo con tu método de trabajo, en donde el cuerpo tiene el lugar central, ¿cómo surgió esta obra?

-Suelo comenzar con los elencos, a partir de un trabajo de abstracción, de cuerpo y de movimiento; a partir de ahí yo termino de escribir mis obras. Es decir, no suelo escribir para después montar con actores, sino que trabajo con un cuerpo de elenco entero, para desde allí irradiar un texto. En este caso, Ojo de Pombero fue escrita y corregida en pandemia, e incluso fue publicada por Losada (en Cantar de Charabón, de 2021), lo que significa algo totalmente nuevo para mí. Comenzamos a ensayar en épocas de cuarentena, donde hubo lecturas por Zoom y ensayos con trabajos individuales, separados y con barbijos. Es bastante particular la creación de esta obra. Igualmente, el trabajo partió desde lo corporal. Yo entiendo al teatro como cuerpo y hubo un trabajo de ponernos a mover el material, previo a encarar el texto. Eso armó una máquina posible, particular, de este grupo de intérpretes, que justamente compone y arma una arquitectura de obra que es muy diferente a mis obras anteriores, aun cuando todas sean diferentes entre sí. En ésta en particular, la pandemia dirigió un poco lo creativo, lo teatral y lo escénico, lo que la vuelve un trabajo propio de este tiempo, un tiempo que es también el de la pregunta sobre cómo es ahora la escena. En este sentido, somos un buen medio para comprender y entender cómo estamos, y qué es lo que hay que decir y comunicar.

-Aquí trabajás desde cuestiones ligadas al poema gauchesco, ¿no?

-Las líneas de mis espectáculos tienen, todas y desde la construcción, la línea del texto. Una línea es la del cuerpo, otra la musical, y todas trabajan en una intensidad y frecuencia bastante parecida. No podría decir que mi trabajo no es un trabajo de texto porque lo es, cuando la gente va y escucha hay un montón de texto (risas). Pero creo más en el ruido que provoca la voz del actor o la actriz, en la musicalidad, en el sonido de esa voz como una forma poética, de abstracción. No podría decir que es un poema gauchesco, pero sí que toma temas del campo y de lo que conocemos o intuimos como autóctono. El poema gauchesco es mucho más complejo que lo que escribo. Yo armo una poética que conecta con una cierta musicalidad o un cierto ruido, que a mí me hace sentido con una zona imaginaria que tampoco termino de conocer. Es como estar fundando una nueva región, con un dialecto propio. No podría decir que los personajes son misioneros porque sería un desquiciado, lo que hago es imaginarme y presentir cómo es la voz de esos personajes en un territorio que intuyo y que me cuenta el mito. Me gusta permanecer un poco por fuera de las cosas, desde la periferia, para escribir con cierta abstracción y libertad, desde cómo yo escucho al mundo. Soy un escritor más de la musicalidad, un dramaturgo del sonido y del ruido, y no de lo literario.

-Lo volvés parte de tu poética.

-Una poética que es mía y me interesa desde la invención de un nuevo lenguaje, como fundar una nueva región. Eso es algo que vengo armando obra tras obra. Cada vez más escribo y leo en voz alta, o escucho música y canto mis textos. Todo pasa por el ruido y el sonido, por un imaginarme la oreja del espectador, más allá de una construcción correcta o una literatura que se toque con la dramaturgia.

-En cuanto al Pombero, si recurrís a su mito es porque éste todavía tiene algo para decir.

-Leí algo buenísimo, donde decía que todos los mitos están en nuestro ADN. Cuando uno se pone a escribir y vincula tal cosa con tal otra, aparece algo que es más grande, que lo estructura todo. En mi escritura, son los mitos. Uno los conoce a pesar de desconocerlos. El Pombero es un mito que encubre la violencia desde lo sexual, en donde las chicas son violadas y se lo justifica. Igualmente, la obra es mucho más humorística y absurda, si bien está atravesada por esta cuestión, por esta pregunta sobre el mito. Es un mito muy curioso y convocante desde su forma, porque se trata de un animal cruzado con lo humano, de una sombra con sombrero de paja. La relación con lo pictórico es muy atrayente, y la trabajamos mucho en el espectáculo, en donde hay una confusión en escena entre sombra, personaje, música y danza. La música es tocada en vivo, y Julieta Laso canta en escena música de Lucio Mantel, algo que tiene bastante importancia dentro de la puesta.