“No me emocionó mucho”, sorprende Dominic Miller, cuando le toca responder por el impacto vivencial durante el último concierto de Sting –la presentación de 57th & 9th– en la Argentina. “Yo creo que la emoción ocurre más en la preparación del show, pero cuando tocás, bueno, no sé, no me gusta ver cantantes que lloren, por ejemplo. No me impresiona, porque siento que no está controlando la situación”, explica sobre una de las razones de su estado emocional durante el último concierto que el ex Police dio en el Hipódromo de Palermo. También hay otra, claro. “Cuando toco con él, siento que estoy sirviendo a su música, y no me importa dónde tocamos. Somos músicos que queremos que la música suene bien en cualquier lugar… sea en el Vaticano o en la cancha de River”. Y punto, hasta acá llega, porque lo que más le importa a este versátil violero nacido en Avellaneda hace cincuenta y siete años, es contar acerca de Silent Light, su flamante disco solista.
O sea, de un bello trabajo guitarrístico e instrumental, que apenas se deja acompañar por suaves percusiones, y un clima bucólico, un remanso sonoro casi atemporal, y muy liviano en términos de fronteras estilísticas. “Me gusta lo transparente y simple, porque si hacés las cosas bien no hay necesidad de llamar la atención a los gritos. Quiero transmitir algo cálido, es eso, y si a la gente le gusta, mejor”, señala Dominic a PáginaI12, antes de seguir de gira con Sting, y tras haberlo presentado en la Sala Siranush de Palermo.
La charla ocurre bordeando la pileta del hotel Faena –lugar que le gusta poco a Dominic– y combina ciertas secuencias de su infancia en la Argentina, con otras relacionadas con su pasado, y recurrentes giros hacia su trabajo cuya casi totalidad (diez piezas de once) le pertenece. La única que no es suya lleva la firma de Sting: “Fields of gold”. “Lo grabé en agradecimiento a él”, justifica Miller, cuyo minimal trabajo atraviesa climas folkies y suaves ventiscas latinoamericanas. Incluso suena una especie de “vals venezolano” –según su óptica– en “Urban Waits”, el segundo track. “Hay de todo en lo que hago, porque estoy seguro de que nadie, en Londres, tiene una colección de discos como la mía. No hay nadie allí que escuche Peter & Paul y Black Sabbath, y Gismonti, y Mercedes Sosa ¿se entiende?... por eso este disco tardó cuarenta años en ser concebido. Estuve cuarenta años para concebirlo y dos días para grabarlo. Es como una fotografía de toda mi experiencia musical, que incluye a Sting, porque él también es parte de mi experiencia. De ahí que haya grabado un tema de él”, admite Miller, amigo declarado de Nito Mestre y Alejandro Lerner. “También he tocado con Charly, alguna vez allá por los noventa, pero no me acuerdo bien… no sé por qué”, se ríe él, que también conoció a Oscar Moro. “Gran baterista, Oscar. Una pena que se haya ido”.
El puente que tiene Dominic entre Londres y Buenos Aires, además de los amigos, deviene natural porque –dicho fue– el tipo nació en Avellaneda. Le tocó en suerte porque sus padres, un estadounidense llamado Barny, y una irlandesa de nombre Diana, justo se encontraban trabajando aquí. “Viví diez años en Avellaneda, y recuerdo más de lo que parece, porque pasé toda mi infancia ahí”, asegura. “Se sabe que los primeros diez años son cruciales para la vida de una persona, y mis memorias, en este sentido, mezclan lo verdadero con lo surrealista. Hay cosas que no recuerdo muy bien, pero sé que todo sucedió, que existió. Las experiencias argentinas están en mi cuerpo, aunque no tenga acceso exacto a lo que pasó”, dice Dominic y la memoria larga le llega a los rostros de ciertos vecinos, a la escuela primaria, a los picados de fútbol que jugaba con la camiseta de River puesta y, sobre todo, eso de salir a comer muy tarde con sus padres, algo que se estila poco en Europa. “Eran los años sesenta, yo tenía ocho años, por ahí, e iba a muchas fiestas con mis padres… todo era un poco loco. En algún lugar de mi cuerpo están los Stones, los Beatles y Creedence, pero también la música folklórica, que le gustaba a mis padres… la Misa Criolla, de Ariel Ramírez, por ejemplo, y esa forma de componer ¿no?... la zamba también, sobre todo a partir de las que cantaba Mercedes Sosa. Eso se destaca en mí, porque el rock and roll me encanta, pero es algo más genérico en el mundo, en cambio el folklore es más de cada lugar, porque viene de la tierra”.
La música de la tierra es algo que Dominic cargó en su mochila cuando le tocó irse primero a los Estados Unidos, donde vivió tres años (entre 1971 y 1974), y luego a Inglaterra, donde anidó un largo tiempo (hoy vive en Francia) y desarrolló la parte más importante de su trayecto musical. “Arranqué como sesionista. La verdad es que no quería serlo, pero lo fui, sobre todo porque conocía muchos estilos diferentes. Me llamaban de diversos grupos para tocar algo específico, o algo que tuviera que ver con la variedad musical. Yo era el tipo al que se tenía que llamar en Londres, porque tenía el lado musical latinoamericano”, recuerda el músico que, escalando posiciones entre productor y productor, llegó a Phil Collins. “A partir de trabajar con él, me empezó a llamar todo el mundo, hasta que estuve en situación de elegir con quién tocar, con quien hacer mi viaje”. El elegido finalmente fue Sting, con quien Dominic graba y gira desde 1989. Veintiocho años y quince discos, o sea, entre The soul cages y el casi flamante 57th & 9th. “Me convocó a una jam, y él entendió exactamente lo que hacía, porque le pareció importante tener alguien que tocara diferentes estilos”.
–¿Cómo había sido la experiencia anterior con Collins?
–Profunda, porque fue ahí donde entendí la importancia de la simplicidad en la música. Fue la primera vez que toqué con un grande y descubrí que todo el mundo es cool, nadie es ídolo. En esas “alturas” todo es más simple, cuando yo pensaba que era al revés. En el caso de la audiencia para Collins toqué un arpegio muy simple, y ellos eligieron eso, no algo más sofisticado. Ahí fue cuando dije “no, no se trata de mí”. Otra sorpresa fue percibir que los grandes artistas no tienen ego. Ni Collins, ni Peter Gabriel (con quien también trabajó), ni Sting lo tienen. Y también me sorprendió ver que las cosas despacio… Cuando entendí eso, todo fue más fácil.
–Como jugar al fútbol con Maradona al lado, quiere decir…
–Exacto, porque cuando Maradona o Messi tienen la pelota, parece que todo va en cámara lenta para ellos, porque entienden lo que pasa. Es todo puro y hermoso. Volviendo a Sting, siento que estamos como casados musicalmente (risas). Esto quiere decir que la relación a veces es linda, y a veces es fea… tenemos todos los colores y las temperaturas de una relación. También lo veo más como un hermano que como un amigo, y eso te ubica en otro lugar.
–¿En cuál, específicamente?
–En el de cuidarnos mutuamente
–¿Cómo es Sting en lo cotidiano?
–Muy relajado, pero hay una pared impenetrable en él. Si elegís atravesarla y entrar en su mundo, podés, pero yo nunca lo elegí. Musicalmente sí somos telepáticos. Es más, cuando tocamos él no me dice qué tocar, pero sí qué no tocar. Así que yo voy lejos, sin necesidad que me empuje.
–¿Hablan mucho de Andy Summers “su” guitarrista en la época de The Police?
–Bueno, sí, ellos compartieron un grupo, y es muy difícil eso, porque es como una democracia que falla. No hay muchos grupos que lo logren. Hay veces que Sting dice de él que es un boludo, un pelotudo, pero se nota que lo ama, porque le dio una estética enorme al trío, tanto como Stewart Copeland, ¿no? En mi caso, soy un enorme fan de Andy.
–¿Cómo se las arregla cuando tiene que hacer algún tema de Police en el vivo?
–Mi responsabilidad es tocar esos temas como los tocaba él, porque es la mejor manera de interpretar una canción, y porque fue muy bueno lo que hizo. ¿Qué voy a hacer yo? ¿poner a Dominic Miller entre las canciones de Police?... no, nunca. Me gusta tocar los temas de Police tal cual los tocaban ellos.
–Como Roger Waters que, cada vez que toca o graba un disco, parece buscar las notas de Gilmour en otros guitarristas. Clapton, Beck, en fin...
–Si, pero la diferencia está en el punteo. Waters busca eso en los solos, y esos guitarristas se pueden poner en carácter Gilmour para los solos, y hacerlo parecido, o diferente, no sé, porque si en vez de Gilmour hablamos de Miles Davis, es otro mundo. ¿Cuándo Miles hizo un solo igual a otro? En cambio, lo mío es otra cosa. No puedo cambiar los acordes de “Walking on the moon”.
–¿Por qué decidió incluir en el disco “Field of golds” y no “Shape of My Heart”, el tema que compuso con Sting?
–Porque es un tema de él, y me gusta muchísimo. Además, es un mensaje escondido hacia él, algo personal, que se instala bien en la narrativa de mi disco, porque es parte de mi viaje musical.
–Mencionó a Miles antes. ¿Hay algo de Silent Light que se inspire en él?
–Sí, el espacio, y una aptitud… yo no tengo que mostrar mi arsenal de adjetivos para desarrollar una idea. Quiero ir a los acordes simples, e interactuar… eso es espacio. Y eso me encanta.