Se crió en Lomas de Zamora y, en la adolescencia, empezó a trabajar en el teatro Maipú de Banfield. A veces era acomodador, a veces asistía a los técnicos de luces o de sonido. Con la plata que ganaba, se pagaba los talleres de actuación en ese mismo espacio. Ahí mismo, desde el gallinero, Eddy García vio por primera vez a China Zorrilla, a Humberto Tortonese, a Fernando Peña y a muchos otros grandes actores y actrices que cada tanto llevaban sus obras de gira por el conurbano. Cuando se enteró de que Antonio Gasalla iba a actuar en el Maipú, le escribió una carta. El día de la función, se coló en los camarines. “Te quería dar esto”, le dijo, “porque te admiro mucho y yo también quiero ser actor”. Gasalla le respondió de forma escueta, mientras se calzaba la peluca de La Vieja: “Si vos querés ser actor, vas a tener que ir al Conservatorio”.

Así, Eddy se enteró de la existencia de la Universidad Nacional de las Artes, donde años después iba a recibirse de Licenciado en Actuación y hoy es docente concursado. El pasaje del conurbano a la Capital fue para él “como un salto al vacío”. Tiempo antes de preparar el ingreso a la UNA, vio actuar por primera vez a Urdapilleta en el Rey Lear de Jorge Lavelli y a Guillermo Angelelli en el Woyzeck de Emilio García Wehbi, todo en una semana. Con esa piña de lenguaje que había recibido, su deseo –hasta entonces intuitivo y nebuloso– encontró una forma clara: “Yo quiero ser como ellos”.

Gustavo Tarrío fue el director de su Proyecto de Graduación, la obra con la que todos los actores y actrices que están por egresar de la UNA cierran su paso por la universidad. Cuando lo conoció, supo que quería seguir tomando clases con él y se inscribió en uno de sus talleres. Ese intercambio entre profesor y alumno fue el germen de Todo piola, la increíble obra basada en textos de Mariano Blatt en la que compartió escenario con Guadalupe Otheguy y Carla Di Grazia. Desde su estreno en 2015, Todo piola hizo cinco años de funciones y catapultó a Eddy a un nuevo lugar. No solo porque en ese proyecto se terminó de conformar su lenguaje actoral –una interpretación muy física, que todo el tiempo coquetea con la danza– sino porque ahí lo conocieron varios directores de peso que después lo convocaron a trabajar en nuevos proyectos: Pablo Rottemberg y Silvio Lang, por ejemplo.

Este año, Eddy se subió por primera vez a un proyecto de teatro comercial: acompaña, junto a otros cuatro performers masculinos, a Griselda Siciliani en Pura sangre. Y ahí, en el escenario del Tabarís, coreografiado por Carlos Casella, vuelve a demostrar que aunque no provenga de las artes del movimiento, tiene un talento innato para bailar. Un canal de conexión con el cuerpo que lo convierte en un actor magnético, al que es difícil sacarle los ojos de encima.

Pero este, para él, es un año de expansión también por otro motivos. Después de su paso por la última Bienal de Arte Joven, donde hizo cuatro funciones colmadas de un público ruidoso y extasiado, Eddy espera ansioso la temporada de Metrochenta, su primer unipersonal, escrito y dirigido por José Guerrero. Interpreta a Suspiro, un chico gay (o “una marica”, como prefiere decir él) atravesado por una tragedia reciente: el asesinato de su novio. Es poco lo que sabemos de Suspiro porque, a medida que avanza la obra, queda claro que lo único que importante para él es repasar su historia con Metro. De su vida anterior a ese chispazo hay poca información: si Suspiro toma la palabra, es para revelar el último momento vital de sus andanzas amorosas y construir su melodrama prematuro.

Antes de los primeros ensayos de Metrochenta, que estrena en junio, Eddy y José no habían trabajado juntos ni se conocían. Hasta que en un subte se dio el cruce epifánico: “Entré al vagón y había una marica leyendo un libro bien grueso. Yo lo miré, él me miró, sentí que lo conocía pero no sabía de dónde. ¡Match!”, recuerda Eddy. “Ese día, a la noche, me escribe una amiga de José, que estaba empezando a producir la obra para presentarse a la convocatoria de Bienal. Me manda la obra, me dice que es un texto muy importante para José y que habían pensado en mí para actuarlo. Lo abrí, lo leí, y a la hora le dije que sí”. Las razones de esa respuesta afirmativa inmediata eran varias y muy fundadas: Metrochenta –que el año pasado ganó el Premio Estímulo “Todos los tiempos el tiempo” de Fundación PROA y La Nación en la categoría Dramaturgia– tiene una escritura chispeante, que por momentos recuerda, en un hilo mágico que cruza la biografía artística de Eddy, a la de Mariano Blatt.

Foto: Santiago Albanell


En la puesta que Guerrero delineó junto a su equipo, el texto (que, en su versión escrita es crudo y realista) termina cobrando una forma festiva, con mucho color y bastante humor en clave travesti, traicionando de cierta forma su destino sombrío para realzar los costados más luminosos de una vida disidente. “Yo creo que la obra celebra, sobre todo, el amor y la amistad. Eso que Suspiro dice al final, esa línea que dice ‘se puede hacer familia con cualquiera que te quiera’ es una vivencia muy fuerte en nuestra comunidad: entender la familia como un sistema opresor y en esa soledad salir a buscar nuevas alianzas afectivas. Y armar las redes de protección y supervivencia rodeado de amigas, de amichas, en la noche y en la fiesta”, piensa Eddy.

Es por esto mismo que Metrochenta no puede sino contarse en grupo, en compañía de otros: si bien él es protagonista y el único que toma la palabra, Eddy comparte escenario con Mantrixa, que hace música en vivo durante la obra, con Tomás Corradi Bracco, cuyo rol como asistente de dirección fue mutando hasta convertirse en una suerte de cómplice de Suspiro –va, viene, le alcanza elementos de utilería o a veces sencillamente está ahí, cerca, para prestar el oído–, y hasta José, que en su rol de director mira el espectáculo sentado entre los espectadores y el escenario, con un pie adentro y otro afuera de la escena.

En el centro, de todas formas, está la performance de Eddy, que no solo actúa sino que baila, salta, twerkea y desnuda su cuerpo esculpido para calentar a toda la platea. Lejos de sentirse expuesto en ese despliegue de erotismo, Eddy reconoce que disfruta mucho de esas escenas más calientes que le regala esta obra y se agarra bien fuerte de la frase de Pedro Almodóvar: “El escándalo es de quien mira, no del que es mirado”.