Un año en retratos a desconocidos

“Disculpá, ¿te importa si te saco una foto?”, quiso saber el muy educado artista inglés Rory Langdon-Down a toparse con una espléndida drag queen que caminaba por Soho, Londres, el pasado 23 de septiembre. “Podés, siempre y cuando lo hagas rápido”, fue la sucinta respuesta de ella. Rory se presentó, quiso saber cómo se llamaba: “No, no vamos a hacer eso, estoy apurada. Solo tomá la fotografía”, la expeditiva réplica de la drag montada, previo a posar y seguir raudamente su camino. Queen of Soho, como Langdon-Down bautizó a esta imagen, le valió varios laureles, incluido el reciente premio Portrait of Humanity. Irónicamente, aunque sea su favorita y la más exitosa, es la única foto de cuya modelo no puede precisar ni el nombre ni la historia de vida, a diferencia de los 364 retratos restantes que componen su más reciente serie, Portrait A Day, que acaba de editar como fotolibro. Durante el 2021, el artista (también realizador) quiso salir de su zona de confort, deteniendo a desconocidos/as que llamaban su atención en las calles para charlar un rato y sacarles –de contar con su beneplácito– una fotografía. Un extraño por día, cada día durante todo un año, como ejercicio de constancia. Y como evidencia, todo sea dicho, del eclecticismo londinense; al fin y al cabo, en Portrait a Day hay: un monje budista japonés en pleno ritual en una plaza; una mujer reparando un mural vandalizado tras terminar sus sesiones de quimioterapia; una viuda que labura tres veces por semana en una lavandería; un coleccionista de sombreros; un extaxista que se autoproclama –con sumo orgullo– “mod hasta el último de mis días”... Larguísimo el etcétera de este compendio visual, que a la vez recoge anécdotas significativas de 365 desconocidos. Salvo la que te jedi, que considerará que una imagen vale más que mil palabras, y tan equivocada no está, dado el interés que su foto ha suscitado.

El enigma de los rollos de cera

Mucho antes de las plataformas online, de los cds, de los casetes y de los vinilos, fueron furor los cilindros de cera: soporte del viejo fonógrafo, que permitía registrar y reproducir sonidos y música, también en forma casera. Auténtica revolución a fines del siglo XIX, resultó ser la mar de impactante, a juzgar por la leyenda que cuenta: al probar Edison en público el primer prototipo, más de un almita sensible se desmayó por el impacto de escuchar su propia voz. Dicho esto, la Biblioteca Pública de Nueva York tiene una gran colección de cilindros de cera, alrededor de 2700; y solo una pequeña porción –175 aproximadamente– ha sido digitalizada alguna vez. La vasta mayoría ni siquiera se ha tocado en casi un siglo, dada la naturaleza frágil del material (pueden romperse fácilmente, y se deterioran notablemente después de reproducirse en el fonógrafo). Para aumentar la intriga, muchos cilindros ni siquiera están etiquetados; ergo, es un verdadero misterio qué tipo de grabaciones contienen: podrían tratarse de conversaciones mundanas; de fiestas de cumpleaños; de números de vodevil; también de legendarios cantantes de ópera de fines del XIX, inicios del XX. “Sean momentos comunes o excepcionales, poder escuchar cómo sonaba y pensaba la gente hace más de 100 años es bastante mágico”, opina Jessica Wood, curadora del área de música y sonido de la biblioteca, ansiosa porque se despeje la incógnita. Algo que sucederá en breve, según ha anunciado la institución, que adquirió una máquina de última generación, que permite crear archivos digitales del contenido sonoro de antaño, aún si proviene de cilindros de cera agrietados o rotos. Llevará un tiempo completar la faena, aclaran por si las mosquitas, y suman que las grabaciones luego estarán disponible a oyentes de todo el mundo a través de la web de la biblioteca. Sin prisa pero sin pausa, capturarán el contenido de 5 o 6 cilindros por día...

¿Veggies?

Una reciente investigación en Gran Bretaña sugiere que la popular imagen de los primeros gobernantes medievales desgarrando piernas de cordero no tendría tanto asidero como se ha pensado durante siglos. Su dieta, postulan ahora científicos, habría sido más que nada... vegetal. Al menos, entre la nobleza de los siglos V al XI de Inglaterra, en la que se ha centralizado el mencionado trabajo. De haber consumido grandes cantidades de carne en forma regular –explica Tom Lambert, historiador de la Universidad de Cambridge y coautor de la investigación–, eso se reflejaría en los restos óseos; pero un análisis isotópico de más de dos mil esqueletos de distintos entornos socioeconómicos “no encontró evidencia alguna de que las personas comieran tanta proteína animal”, acorde a Sam Leggett, bioarqueólogo de la Universidad de Edimburgo, que también participó del estudio. Lo que interpretan de los resultados es que las dietas en este período eran mucho más parecidas entre los grupos etarios de lo que se creía. “Imaginamos una amplia gama de gente amenizando el pan con pequeñas cantidades de carne y queso, o comiendo potajes de puerros y cereales integrales con un poco de carne, independientemente de su clase social”, anotan los especialistas. Aún queriendo desbancar la tradicional noción de reyes y reinas como glotones carnívoros, los científicos argumentan en su paper –publicado por la revista Anglo-Saxon England– que sí comían algo de carne, pero en ocasiones especiales, como las fiestas organizadas por sus súbditos. En esos esporádicos festines, agregan Lambert y Leggett, participaban también los campesinos, no solo las élites; es decir, el consumo animal no estaba precisamente estratificado. De corroborarse la idea, el cambio de paradigma sería notable, ¿será...?

E es de estampilla, G es de Gorey

Sus fans han arrancado con suficiente tiempo, no sea cosa que se les vaya el santo al cielo: desde hace unas semanas, ya está en marcha la campaña para que el notable artista Edward Gorey sea homenajeado por el Servicio Postal de los Estados Unidos con una estampilla cuando se cumplan 100 años de su nacimiento; o sea, el 22 de febrero de 2025. “Necesitamos que lo reconozcan como una de las figuras culturales más inventivas e influyentes del país”, puede leerse en el solícito pedido lanzado por la Edward Gorey House, casa-museo dedicada al prolífico y talentoso ilustrador, escritor, diseñador que, como es sabido, manejaba como pocos un sentido del humor deliciosamente macabro. La prueba está en, con perdón de la iteración, Los pequeños macabros, magistral muestrario que, por orden alfabético, imagina desdichados -aunque hilarantes- destinos finales para niños cándidos; asfixiados por alfombras, atacados por osos o engullidos por el fango. Para ser siquiera considerado por el Servicio Postal, explican desde las filas de la entidad, necesitan que los seguidores de Gorey manden epístolas de puño y letra explicando por qué merece un honor que, en el último tiempo, se le ha otorgado al autor James Baldwin, a la astronauta Sally Ride, a la escultora afroestadounidense Edmonia Lewis... “Su nominación debe contener información histórica pertinente y fechas importantes”, explican con énfasis, recordando –como si fuera necesario– que a la extensa obra de Gorey le calzan a la perfección calificativos como “encantadoramente inquietante”, “elegante e inusual”, “sorprendente”, “sublime”. Sobran los ejemplos: El ala oeste, El jardín maléfico, La bicicleta epipléjica, El Wuggly Ump. “Edward Gorey es una contradicción con patas: un autor mainstream de culto”, señala Mark Dery, responsable de Born to Be Posthumous, biografía sobre este excéntrico dandy estadounidense donde seguramente repase su cariño por los gatos, su afición al cine mudo, al ballet, a Buffy la Cazavampiros, a los viejos juguetes rotos... También su profunda antipatía a ser reducido a restrictivas categorías: “un escritor gótico que no era gótico, un autor infantil que no escribía para niños, un hacedor de novelas gráficas que insistía que lo suyo eran ‘arrugadas novelas victorianas’”. Conquistador, con su estilo tan personal, de corazoncitos muchos: los de Wes Anderson, Tim Burton, los Monty Python, la diseñadora de moda Anna Sui, Neil Gaiman, Maurice Sendak, autor de Donde viven los monstruos, entre tantísimos otros. Incluidos los de las tropecientas personas que ya se han puesto manos a la obra, mandando correspondencia al Servicio Postal de los Estados Unidos para lograr la meta en 2025.