¿Quién no conoce Sgt. Pepper? Sí, es una afirmación algo exagerada; hay en el mundo humanos demasiado pequeños y humanos sin acceso a la cultura occidental. Pero es una de esas generalizaciones cuya distancia con la realidad es algo más delgada que lo habitual. Para cientos de millones de personas en el planeta Tierra, basta un atisbo de la portada realizada por Robert Fraser y Michael Cooper, un par de compases en el aire, para saber de qué se trata.
Una obra maestra.
Un signo de los tiempos.
El disco cumbre de la banda cumbre de la historia de la música contemporánea.
Por supuesto, allí están Revolver y The White Album y Abbey Road y el que el lector quiera colocar en su línea de puntos de la discografía Beatle. Pero Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el álbum que el jueves cumplió jóvenes 50 años, tiene un ángel especial. Por las canciones y por el método, por lo que significó y por lo que significa, por encarnar los swinging sixties en la piel de cuatro pibitos (Ringo Starr tenía 27 años; John Lennon, 26; Paul McCartney, 25; George Harrison, 23) de talento incomparable. Tan universal es el octavo disco del historial de The Beatles que los ríos de tinta y millones de palabras dedicados a él han fijado ya toda una serie de conocimientos que es ocioso repetir aquí. Hasta los misterios permanecen incólumes: se sigue repitiendo hoy que Lucy era una compañera de Julian Lennon y que éste la dibujó y le dijo a papá John “está en el cielo con diamantes” y no hay allí ninguna referencia intencional al LSD, y la veracidad o no de la historia queda en la intimidad de la banda.
De todos los que conocen Sgt. Pepper, casi todos lo saben casi todo. Es la intimidad, precisamente, lo que atrae: la posibilidad de nuevas luces que alumbren lo tan sabido. Allí es donde encuentra su razón de ser la Anniversary Edition de estos días. Si el disco fue lanzado originalmente en vinilo, y relanzado en CD, y relanzado en su cumpleaños 25, y relanzado en CD remasterizado, y relanzado en vinilo stereo, y relanzado en vinilo mono... ¿cuánto se puede relanzar sin dar ganas de lanzar? ¿Quién necesita otra reedición?
Los encargados de custodiar y –sobre todo– explotar el legado Beatle saben quién lo necesita: nosotros.
Anthology, la formidable serie editada entre noviembre de 1995 y octubre de 1996, hizo realidad el deseo de millones de personas a las que The Beatles les mejoraron la vida. Ser la mosca en la pared de Abbey Road, poder atestiguar cómo esos cuatro pibes llegaron donde llegaron y consiguieron lo que consiguieron. Y no se habla aquí de ventas o rankings sino de cimas artísticas: lo grabado por el cuarteto es tan enorme que el work in progress no puede sino producir una afiebrada curiosidad. El Anniversary, entonces, viene a ser un Anthology de Sgt. Pepper’s. Y ahí la cosa toma color.
Es cierto también que Gilles Martin, heredero del gran George, se tomó el trabajo de remasterizar el disco original combinando tecnología vintage y actual, utilizando las cintas de primera generación en vez de los mixes posteriores. Como se explica en el generoso librillo de 60 páginas, “todo el cuidado y la atención al detalle se aplicaban a hacer el LP mono; casi como un compromiso, la mezcla stereo se realizaba muy rápidamente y sin su presencia. Y sin embargo, es esa mezcla stereo la que la mayoría de la gente escucha hoy” (ver aparte). Las más sutiles diferencias de sonido quizá quedan reservadas a los expertos en audio, pero de cualquier manera se agradece la excusa fácil para volver a calzarse los auriculares y zambullirse en el nirvana aural del único sargento que el rock puede amar. Y repetir que, entre tanta especificación técnica, la conclusión tiene muy poco de Academia: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band suena de la hostia. En 1967, hoy y dentro de cincuenta años.
Esta vez el jamón del medio se saborea en las Sgt. Pepper’s Sessions. Existe una edición de luxe con seis discos, DVD, Blu–Ray, documental y libro en tapa dura para bolsillos millonarios, pero hay que concentrarse en la versión de dos CD’s (que también exige un esfuerzo económico importante: cotiza arriba de los 900 pesos) o dos vinilos llegada a la Argentina. El disco bonus ofrece nuevas perspectivas, algo diferente para escuchar de una banda que, créase o no, sigue ofreciendo valioso material de archivo.
La mosca en la pared
Es sabido que en los últimos años la industria discográfica encontró un sólido sostén en el negocio de las reediciones ampliadas. Siempre hay un público ávido de adquirir algo más de esos discos que escuchó cientos de veces, pero en el trámite también se ha topado con algo parecido a la dececpción, como el catálogo de Led Zeppelin. Si en el primer disco aparecía un buen documento como aquel show de octubre de 1969 en el Olympia de París, los demás ofrecieron material sustancioso en cuentagotas, y demasiadas veces apelaron a subterfugios como el mismo tema original pero sin la voz de Robert Plant, o “nuevos mixes” que poco aportaban a la ansiedad del comprador. El mismo cantante confesó que en las sesiones de estudio la banda no grababa mucho más material que el que finalmente editaba, con lo que no había mucho para apelar a la hora del bonus.
The Beatles, en cambio, se convirtieron desde fines de 1966 en animales de estudio. Estaban pletóricos de ideas musicales y contaban con socios ideales para reinventar un Abbey Road donde aún se utilizaba consola de cuatro canales: George Martin en primer lugar, pero también el ingeniero de sonido Geoff Emerick (¡que tenía 19 años!), fueron centrales en la tarea de capitalizar los delirios que presentaba la banda. Como dice Martin padre en las liner notes, “John era siempre el idealista, completamente ajeno a los problemas prácticos”. Banda, productor e ingeniero inventaron caminos para dominar el flamante Mellotron (abuelo del sampler) y para ponerlo todo patas arriba con el bouncing –una técnica que les permitía volcar lo grabado en cuatro canales a uno, y reutilizar los otros tres– y alterando la velocidad de las cintas para cambiar el tono de las canciones: hay pasajes grabados a velocidad mayor y mezclados a velocidad normal, o viceversa. De paso, la banda hizo pleno uso de un flamante invento del ingeniero Ken Townsend, el Artificial Automatic Double Tracking, que permitía doblar las voces sin necesidad de grabarlas varias veces: al aplicar un delay de milisegundos a pistas vocales y de instrumentos, The Beatles patentaron el efecto de phasing que creaba una nueva atmósfera.
Semejante libertad de acción y disponibilidad de tiempo (Please please me fue registrado en 9 horas y 45 minutos; Sgt. Pepper’s llevó 400 horas) se tradujo en un trabajo de experimentación que puede ser apreciado en los Anthology y en este Sgt. Pepper, cuyo disco 2 es un auténtico banquete. He aquí un repaso de los platos principales:
- “A day in the life” (Toma 1). La apoteósica canción final fue en realidad una de las primeras en grabarse. La primerísima pasada tiene a Lennon como protagonista en guitarra acústica y voz, con aportes de McCartney en piano, Harrison en maracas y Starr en congas. La banda aún no sabía qué iba a hacer en la famosa secuencia de 24 compases, con lo que se escucha la voz de Mal Evans contando desde el control y el sonido del despertador que marca el final, que quedó en la versión definitiva. Lo mejor llega al terminar: The Beatles se grabaron vocalizando el acorde final de Mi y planeaban multiplicar sus voces para hacerlo más denso. Al escucharlo concluyeron que no tenía la grandiosidad necesaria para terminar semejante disco... y ahí surgió la peregrina idea de convocar a una orquesta para grabar el apocalipsis sonoro que cierra el álbum.
- “Lucy in the sky with diamonds” (Toma 1). El clásico de clásicos aparece en una versión despojada, sin estribillo, con Lennon probando la vocalización adecuada y George Martin al piano. En un momento se lo escucha a Paul hablando de la “Direct Injection”, otro invento reciente con el que conectaba su bajo directamente a la consola. El final es una zapada circular en el que la banda busca un cierre... y no lo encuentra.
- “When I’m sixty–four” (Toma 2). Una rotunda demostración del efecto que se conseguía al manipular las velocidades de cinta: esta toma registrada el 6 de diciembre de 1966 refleja la tonalidad original en Do, con la voz de Paul más grave. A la hora de la mezcla la grabación se reprodujo a velocidad mayor, con lo que la versión definitiva subió un semitono.
- “She’s leaving home” (Toma 1 – instrumental). Si en Anthology aparecía el arreglo de cuerdas de “Eleanor Rigby” en toda su sobrecogedora belleza, aquí se reproduce el efecto con el ensamble de cuatro violines, dos violas, dos cellos, contrabajo y arpa. El librillo cuenta que McCartney quería plasmar cuanto antes las ideas de la canción y Martin estaba demasiado ocupado, con lo que el arreglo fue escrito por Mike Leander. Aunque el productor siempre reconoció la calidad del arreglo, nunca pudo sacarse la mufa: “Esa fue una que me perdí, el único arreglo que no hice. ¡Y me reventó!”. La cinta también fue manipulada para subirla a Fa; aquí se escucha la grabación original en Mi.
- “Lovely Rita” (Toma 9). Aquí el truco de las velocidades opera al revés, ya que la “Rita” final fue bajada un semitono. Pero además esta es una toma diferente a la utilizada, en la que Paul juguetea con la voz, la banda se regodea en ese tempo casi hip hop del final pero Lennon cierra diciendo “No, no, no... I refuse to go” (“No, no, me niego”).
- “Getting better” (Toma 1). Una buena muestra del trabajo “en la cocina” de The Beatles, la primera pasada de un tema que aún no tenía letra definitiva. Es un lindo ejercicio comparar este esqueleto de canción, con Paul probando la secuencia de acordes en piano eléctrico y George y John cruzando sus guitarras, con la versión final.
- “Fixing a hole” (Toma 3). Del mismo modo, la primera versión de la canción muestra cuánto trabajaba el cuarteto para pulir sus ideas. Es, además, la única toma registrada fuera de Abbey Road, en Regent Sound, con Paul jugando con un clavicordio y Lennon al bajo. Es una toma tan temprana que, en un momento, la banda directamente la corta y pasa a otra cosa.
- “Being for the benefit of Mr. Kite!” (Toma 4). El librillo de la Anniversary Edition cuenta en detalle cómo el grupo, Martin y Emerick trabajaron para conseguir otro de esos pedidos “idealistas” de Lennon: “Quiero que se escuche el aserrín en la pista”. Esta versión temprana del deforme paseo Beatle por una feria victoriana exhibe a John en notorio disfrute de la canción, con Paul apenas dibujando la línea de bajo y Martin fijando con su armonio el clima que luego llegará al paroxismo.
- “Sgt. Pepper’s Lonnely Hearts Club Band” (Toma 9) / “Sgt. Pepper’s... reprise” (Toma 8). Resulta todo un impacto la apertura sin los punteos de Harrison ni los bronces, pero aunque esta no fue la toma definitiva de voces, McCartney y Lennon cantan con el evidente entusiasmo que impulsaba a todo el proyecto. Todavía no había aparecido el coro final de “Billy Shears”, y Paul ocupa ese espacio con una frase que lo resume todo: “Lo siento, lo siento... ahora soy libre”. El “reprise”, con solo una guía vocal y grabado en el Estudio 1 de Abbey Road –mucho más grande que el 2, donde acampaban The Beatles– tiene el poder de una banda tocando en vivo.
- “Strawberry fields forever” (Tomas 7 y 26, mezcla stereo de Gilles Martin). El “campo de frutillas” de Lennon fue el single que precedió al disco, y el origen de varias dudas sobre la real situación de la banda, que se había metido al estudio pero ya no editaba singles a la velocidad crucero que EMI acostumbraba. La razón se condensa en el tiempo que tomaron dos tomas bien diferentes del tema, una acelerada y con varias experimentaciones con el Mellotron, y otra más similar a la conocida. La nueva mezcla stereo da cuenta del milagro realizado por Martin padre, que cuando Lennon le dijo “me gustan las dos versiones, pongámoslas juntas” se puso a manipular las velocidades de cinta y descubrió que podían casar perfectamente. Al minuto exacto de ese nuevo “mix”, las tomas de noviembre y diciembre del 66, tan diferentes, se funden en un efecto glorioso.
Y aún hay más. Aunque cueste creerlo: con The Beatles siempre hay más. Porque sí, (casi) todo el mundo conoce Sgt. Pepper. Pero, medio siglo después, sigue siendo un universo en expansión. Nada mal para una banda de club.