Como corresponde, el bueno de Mandizábal y su esposa Clarisa son de los primeros en llegar, ya que el homenajeado es él. Abrazan al Soviético, que se había encargado de arreglar la reserva en el restorán y, haciendo honor a su fama de responsable y juicioso, estuvo desde temprano controlando que los vinos y el asado fueran de la calidad pactada. Lamentan que la noche esté tan dudosa, pero bueno, hay que ponerles el hombro a las circunstancias. Lo importante es estar juntos, dice Colombres. Y al mismo tiempo en que la noche se va encapotando, los amigos van apareciendo. En los percheros del muro se van encimando los abrigos y algún sombrero. En la mesa del rincón se van depositando los regalos. Cuando Mandizábal ve al gordo Alex, se emociona altivo y hasta casi lagrimea. Tanto tiempo sin vernos. Se te ve muy bien. Se ríen y se burlan impiadosamente: para estar a un paso del hoyo, vos no te podés quejar, ja-ja-ja... Homero, el dueño del restorán, también un amigo más, en la playa de estacionamiento orienta los autos que van arribando para que haya lugar para todos. Solo con su alma, llega el Puma Flores en su viejo Peugeot; como lo festejan muy efusivamente, Mandizábal les recuerda que el homenajeado es él, y se da un fuerte abrazo con el Puma. El gordo Alex, serio y con un nudo en la garganta, levanta la copa y dice: cuando un jefe fue buen jefe es jefe para siempre. Festejan y aplauden. Se solidarizan los truenos sacudiendo la noche. Es tanto el entusiasmo que manifiestan que el Rojo Luis critica: parecemos los periodistas de radio que hablan todos al mismo tiempo y nadie escucha a nadie y ni se les entiende lo que dicen. Lo abuchean. Cuando el asador avisa, el Soviético va estableciendo la ocupación de las sillas, y sugiere que los que están calzados pueden dejar el arma en aquel cuarto. Por supuesto, Mandizábal, el irreverente que cumple años, va en la cabecera de la mesa. Disfrutan el asado con ensalada acompañado de excelente Malbec mendocino. Colombres se burla del texto en la etiqueta: añejado en roble francés, rojo sangre, ciruela, vainilla, armónico y ¡sensual!, ja-ja-ja... Luego de que cada uno cuenta lo más importante que les pasó en este último año, se extienden en médicos, remedios, cuidados indispensables, curiosos comportamientos del cuerpo que sin avisar produce nuevos dolores que aparecen de la nada como enigmáticas luciérnagas blandiendo puñales. Y caen en Messi; que tiene mala suerte, que sigue siendo el mejor de todos los tiempos, pero que el éxito lo aburguesó, que no se la pasan porque el negro le tiene envidia, que él y la mujer son todo un ejemplo... Mandizábal afirma que el de hoy no es fútbol, es una mierda, parece una partida de damas, todos ellos son unos geniales actores cuando simulan una falta para que el árbitro la compre, no patean al arco, ya nunca más un Pelé o un Maradona o el mismo Messi que cuando se les escapa es el duende de siempre, y ni hablar del genial “Charro” José Manuel Moreno del que ni los periodistas deportivos se acuerdan... Clarisa explica que ella tiene la desgracia de haber elegido a Pami que es una porquería, por más mala que sea la obra social siempre será mejor que Pami... Victoria, la mujer de Colombres, comenta que sí, que ve mucha televisión y que está harta de los carteles que tapan la imagen, le explican que se llaman zócalos y que además están mal escritos, sin concordancia y con errores garrafales, es la decadencia general del país... De la nada germinan los postres. Con esto reventamos, dice Matías. Nuevamente brindan; y comen los flanes con dulce de leche, los helados... Mandizábal es obligado a hacer un discurso. Se niega tímidamente, pero se nota que en el fondo está orgulloso de que sus amigos lo escuchen, así que repite los consabidos lugares comunes para muchachos como nosotros de setenta y ochenta pirulines, ensalza la amistad, la vida hecha, y la familia que hoy ni existe, y muy especialmente le pide a Dios que deje de abofetear la profesión y ayude a la oficial que fue atacada a fierrazos por un delirante y ahora está en terapia intensiva. Finaliza pidiendo un minuto de silencio por los compañeros que ya no están y los muertos en acción. Levanta la copa y sin querer salpica, por suerte ensucié la servilleta, se disculpa, si no mi mujer me mata. Ríen... En un aparte, el Puma Flores le pide al gordo Alex que le aclare sobre la charla que tuvieron ayer por teléfono. Alex le dice que se echará un meo. El Puma lo acompaña. Mientras orinan, Alex le cuenta sobre Palmieri, que está mal, mucho, está perdido, no acepta ayuda, llora porque no tiene valor para tirarse bajo el tren, por momentos te reconoce y al segundo te dice quién es usted, no hay manera de ayudarlo, come de la basura, la droga lo mató, yo no lo vi, no quiero verlo, Alejo me pidió que te lo dijera... Vuelven a la mesa. Termina la celebración. Abrazos, besos, promesas. El Puma Flores dirige el auto hacia la dirección indicada por Alex; siente que los truenos y relámpagos le son fieles. Bajo el puente detiene el auto. Se pone la gorra de cuero y alumbra con el celular. Debe saltar un alambrado. Imposible, ya no está para eso. Busca y halla una entrada camuflada. Camina con cuidado. Una rata le pasa entre las piernas. Hay llamas de triste fuego y dos bultos calentándose. Pregunta. Por allá está el loco, le dicen. Busca y busca hasta que se topa con gente acostada en la tierra. Un perro gruñe, lo sostienen y señalan la casucha del loco. Allí va. Los relámpagos le revelan a su oficial favorito recostado en el muro. ¿Quién es usted?...Tu jefe... ¿Jefe?, ja-ja... Soy el comisario Flores... Palmieri, apenas humano, ríe y los relámpagos muestran una boca sin dientes. Ahora llueve fiero. Embarrándose, el Puma lo arrastra para que tenga más protección y no se moje. Los rayos descubren que a Palmieri le falta una pierna. El otro pie está infinitamente llagado, mordido... El Puma Flores se gira al costado y vomita. Miles de murciélagos prorrumpen desde lo alto del muro y bailan alegres bajo la lluvia. Se sienta al lado y le habla al que fue un modelo de joven oficial y en un enfrentamiento le salvó la vida a él, al comisario Flores. Por momentos Palmieri amenaza recordar, pero de inmediato vuela en su enajenación. Es apenas un conjunto de huesos encubriendo una piel ulcerada. Aun sabiendo que no lo escucha ni lo escuchará jamás, lo mismo el Puma le cuenta su vida, aunque en verdad se la cuenta a sí mismo. Perdido en su mundo, Palmieri ríe y sacude los brazos espantando duendes. La lluvia ya es unánime tormenta y los relámpagos hacen trepidar el puente. El Puma Flores se estremece herido por el lúgubre espíritu de la noche. Cuando los truenos astillan el cielo, tragando aire, aprieta el gatillo...
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