"Y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país". Con estas palabras, iniciaba Luiz Inácio Lula da Silva, el 1 de enero de 2003, el primero de dos mandatos que implicarían cambios sustanciales para Brasil, especialmente en políticas sociales. Este sábado, el expresidente de Brasil lanza su precandidatura presidencial de cara a las elecciones de octubre del 2023.
"Hay un legado muy importante de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) que la gente recuerda hasta hoy. Cuando se dice que Lula va a volver como candidato la gente se pone muy contenta, en la imagen del elector hay una nostalgia muy grande de Lula", indicó la politóloga brasileña Luciana Santana.
La movilidad social y el crecimiento económico
En 2003, Brasil venía de dos mandatos durante los cuales Fernando Henrique Cardoso, de la mano del Plan Real, había logrado la estabilidad y la modernización de la economía. El mantenimiento de esa estabilidad y la distribución de los beneficios que esta traía estuvieron en el centro de las políticas de Lula. Ni bien asumió, sorprendió con una señal al sector privado al nombrar como nuevo presidente del Banco Central a Henrique Meirelles, un banquero con credenciales neoliberales con una larga trayectoria en Estados Unidos.
En otra señal, entre sus primeras medidas estuvo el lanzamiento de Hambre Cero, un programa que, entre otras cosas, vinculaba a pequeñas explotaciones agrícolas con organizaciones (desde iglesias hasta grupos de padres voluntarios) que brindaban tres comidas diarias a las personas de menos recursos. Hambre Cero contó con el apoyo de organizaciones internacionales y fue reconocido como un plan exitoso incluso por los detractores de Lula, pero no fue el único programa emblema del gobierno: Bolsa Familia brindaba una asistencia económica a los hogares con menos recursos, a cambio de que los menores a cargo asistieran a la educación y estuvieran al día con su vacunación.
La combinación de estos dos programas en un contexto económico favorable llevaron a que Lula llegara al gobierno con alrededor de 40 millones de personas por abajo del umbral de la pobreza y lo dejara, ocho años después, con unos diez millones. Para 2014, ya en el gobierno de Dilma Rousseff, Brasil había salido del mapa mundial del hambre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en el que actualmente figura de vuelta.
En los gobiernos de Cardoso se logró la estabilización de la economía, “pero no hubo tantos avances sociales”. Con Lula, “hubo una garantía de que esa estabilización se mantendría, acompañada con avances sociales”, destacó Santana. “Los dos gobiernos de Lula fueron muy exitosos, tuvimos muchos cambios entre las clases sociales”, recordó.
Los gobiernos de Lula se vieron beneficiados en el plano económico por el boom del precio de las materias primas, el aumento de las exportaciones a China y el descubrimiento de yacimientos de petróleo en la plataforma marítima, que fueron explotados por Petrobras. También hubo medidas destinadas a impulsar el mercado interno, como la promoción del microcrédito, el aumento del salario real y el control de la inflación.
Otras políticas del presidente que dejó el gobierno con 83% de popularidad fueron clave para la inclusión a largo plazo. Algunas de las más destacadas refieren a la educación: se promovió la construcción de nuevos centros educativos en las regiones donde había menos despliegue, se crearon cuotas raciales para la admisión en la universidad y se aprobaron varios programas de becas para educación terciaria. Además, se reguló el trabajo de las empleadas domésticas y el de los trabajadores rurales, y se amplió la cobertura territorial de un programa dedicado a combatir el trabajo esclavo, extendido en el ámbito rural. A la vez, se financió la agricultura familiar, se incrementó (aunque no tanto como se había prometido) la demarcación de tierras indígenas y se impulsaron programas de entrega de títulos de vivienda a los residentes de favelas.
El crecimiento social de las clases más sumergidas generó reacciones adversas entre las élites brasileñas, tradicionalmente definidas como conservadoras, a las que decenas de sociólogos y analistas atribuyen un "odio a los pobres". "Un odio al ex esclavo que tiene que seguir estando, humillado, en el lugar el el que esa élite quiere que permanezca (...) quieren que el pueblo vuelva a ser esclavo y no levante la cabeza", decía en 2018 el sociólogo brasileño Jessé de Souza, autor del libro "La Élite del Atraso", que Lula leyó estando en prisión. De Souza sostenía que durante los gobiernos del expresidente ese "odio al pobre" se transformó en un "odio a Lula" -y, por transitiva, al PT- que alimentó desde las protestas en contra del gobierno de Rousseff hasta las celebraciones de su ingreso a priisón en el marco de la Operación Lava Jato.
Una definición teórica del "lulismo"
El sociólogo con especialización en Ciencia Política André Singer, que fue parte del primer gobierno del PT, ha sido uno de los teóricos de lo que denomina el "lulismo": un movimiento político centrado en Lula y ya no en el PT, en el que se produjo un "realineamiento" y una "rearticulación ideológica" tras la cual el foco dejó de ser "el conflicto entre la derecha y la izquierda" y pasó a estar en "el conflicto entre ricos y pobres".
Quienes ascendieron socialmente durante el primer gobierno de Lula se convirtieron en masa crítica y empezaron a ser cada vez más conscientes del rol de las élites en el ordenamiento social brasileño, apunta Singer en su libro "Los sentidos del lulismo". En tanto, el primer gobierno de Lula se consolidó con la propuesta de "un Estado capaz de ayudar a los más pobres sin confrontar el orden" establecido. En este sentido, subraya que "la reducción de la pobreza y la expansión" de los sectores beneficiados por el crecimiento económico durante los gobiernos del PT, se produjo mientras "los ricos seguían siendo cada vez más ricos".
En la evaluación de Singer, la ausencia de políticas agresivas contra el statu quo permitió que "la masa miserable que el capitalismo brasileño mantenía estancada comenzara a ser absorbida por el circuito económico formal sin que existiera una confrontación con el capital". Esto, considera, fue fundamental para la elección de Rousseff al cabo de los dos primeros gobiernos del PT.
"La política lulista es la de encontrar en cada coyuntura los puntos de equilibrio entre los dos factores: capital y trabajo", subraya Singer. "El proyecto lulista no es el de resolver las contradicciones (...) sino la de mantenerlas en relativo equilibrio", agrega. En la lectura del sociólogo, el "fracaso" de un "reformismo fuerte" y una política, en términos generales, dedicada a "cambiar para mantener" el sistema establecido, hizo que el electorado del lulismo cambiara.
Así, para las elecciones de 2010, en las que ganó Rousseff, el electorado del PT ya no era el de quienes querían un cambio sustancial de la sociedad brasileña, sino el de quienes querían un Estado lo suficientemente fuerte para mejorar el nivel de vida de la población sin políticas radicales. Esto, interpreta Singer, hizo que se perdiera respaldo popular y, sobre todo, de los movimientos sociales organizados, marco necesario para que la destitución de Rousseff, en 2016, se concretara sin mayores conflictos sociales.
La “esperanza”
Durante de los gobiernos de Dilma Rousseff (2010-2016) y de Jair Bolsonaro (2018 en adelante) la situación económica de Brasil ha empeorado, lo que ha tenido importantes repercusiones en lo social, por las cuales la mejora de la calidad de vida vuelve a ser un reclamo en la campaña para las elecciones de octubre, para las cuales Lula es favorito.
"La gente hoy tiene muchas necesidades, Brasil está en una situación muy grave desde el punto de vista social y no hay otras opciones. Lula se ha convertido otra vez en esa esperanza de que algo va a pasar en Brasil, de que la gente va a volver a tener lo que tuvo hace años", subrayó Santana.
Hay también una confianza en que Lula podrá hacer los acuerdos necesarios para conseguir una necesaria transformación de la situación sin grandes conflictos, que se basa en los antecedentes de sus dos primeros gobiernos, apuntó Santana. Lula “consiguió tener una base importante en el Congreso” y logró “gobernar con una coalición muy heterogénea”, porque “consiguió hablar con la gente de derecha, centro e izquierda”, lo que le permitió impulsar los cambios que eran necesarios.
Los gobiernos de Lula también estuvieron marcados por un crecimiento de la posición de Brasil en el ámbito internacional. No solo los programas Bolsa Familia y Hambre Cero fueron destacados, analizados y hasta replicados, sino que el crecimiento económico del país lo llevó a ocupar nuevos espacios, incluso en el G7, el grupo de las economías más grandes del mundo. A su vez, en un momento en el que varios países de la región estaban gobernados por la izquierda (lo que no impidió que hubiera choques entre ellos), Lula pasó a ocupar una posición de liderazgo internacional al promover la cercanía tanto con América Latina como con los países del sur de África, impulsando la colaboración sur-sur. También impulsó estructuras paralelas a las ya establecidas para fomentar el multilateralismo, por ejemplo, impulsando la creación del bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) o de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Mensalão, impeachment y Lava Jato
Los gobiernos de Lula en particular, y del PT en general, no estuvieron exentos de escándalos que fueron dados a conocer en los meses previos a las elecciones. En 2005 se conocieron las primeras informaciones del mensalão, y en 2006 Lula fue reelecto. En 2008 y 2009 se hizo una amplia cobertura del proceso judicial, que derivó en decenas de condenas, y en 2010 Rousseff ganó sus primeras elecciones.
A mediados de 2014 trascendieron los primeros indicios de lo que se convertiría en la Operación Lava Jato, la investigación judicial más grande sobre un esquema de corrupción, y en octubre de ese año Rousseff conseguiría la reelección. En 2017 Lula fue detenido tras ser condenado por corrupción, y en 2018 el candidato del PT, Fernando Haddad, pierde en segunda vuelta ante Bolsonaro.
En la información que trascendía a través de los medios tanto durante el mensalão como durante la Operación Lava Jato se esbozaba una línea de razonamiento que fue muy utilizada por los adversarios políticos del PT: los esquemas de corrupción tenían tales dimensiones que los gobernantes “no podían no saber” que se estaban llevando adelante.
El esquema del mensalão consistía en que dirigentes del PT solicitaban a empresas sobornos a cambio de beneficiarlas con contratos públicos y ese dinero era luego destinado a pagar una mensualidad a diputados de la oposición para que acompañaran los proyectos de ley del gobierno. En la Operación Lava Jato se develó la existencia de un esquema similar, con el cobro de sobornos a constructoras a cambio de un tratamiento preferencial, aunque en ese caso los fondos iban destinados al beneficio personal de los involucrados.
Lula ni siquiera fue investigado en el caso del mensalão (que tuvo 41 acusados y 26 condenados) y en la Operación Lava Jato no se probó ni siquiera que estuviera al tanto de un esquema de corrupción, mucho menos que ocupara un lugar central en él, incluso cuando el juez Sergio Moro dirigía todos sus esfuerzos a buscar responsabilizar al expresidente.
Las condenas contra Lula en el caso Lava Jato se sucedieron, pero finalmente todas fueron anuladas por la máxima corte de Brasil, que determinó que la actuación de Moro fue imparcial, después de que trascendieran audios que demostraban que articuló el trabajo de la fiscalía y que todos estaban excesivamente enfocados en buscar y probar delitos presuntamente cometidos por el expresidente en una causa que llegó a tener más de cien de investigados. Lula estuvo en prisión entre abril de 2018 y noviembre de 2019 por una de esas condenas.
Desde la anulación definitiva de todas las condenas, en abril de 2021, los resultados de las investigaciones de la fiscalía de Lava Jato fueron presentadas ante distintos tribunales, todos los cuales determinaron que no había evidencia que permitiera avanzar contra Lula porque no había indicios de que hubiera cometido delitos.
“Anti petismo”
Pero, más allá de las resoluciones judiciales, los presuntos vínculos entre el PT, y especialmente de Lula, con la corrupción se difundieron ampliamente durante extensos períodos de tiempo, ocupando un lugar central en los medios brasileños, dado que afectaban al partido de gobierno y a varios de sus dirigentes. Si bien la derrota electoral llegó recién en 2018, los escándalos hicieron mella en el electorado y alimentaron el “anti petismo” explotado hasta el cansancio por Bolsonaro a través de redes sociales en la campaña previa a su elección como presidente, tal como se prevé que vuelva a hacer ahora, mientras busca su reelección.
“Hay una parte de la población que se desencantó mucho con los procesos del mensalão y la Lava Jato, que crearon un anti petismo muy fuerte. La propia detención de Lula es algo real, pasó, hay fotos, y coincidió con el uso muy recurrente de las redes sociales, sobre todo WhatsApp”, señaló Santana. “La desinformación contribuyó mucho para que se promoviera esa imagen de Lula y del PT muy apegados a la corrupción”, complementó.
“[Sin embargo], cuando podemos comparar lo que tenemos hoy, con el gobierno de Bolsonaro, y lo que tuvimos con Lula”, ese anti petismo pierde fuerza, indicó Santana, de forma tal que Lula vuelve a posicionarse como una posibilidad de volver “a tiempos mejores”.
*Agencia Regional de Noticias, especial para Página/12.