La memoria, nos dice León Gieco en su dulce canción, es “libre como el viento”. Tan libre que puede parir otras memorias en forma colectiva. Memorias futboleras, memorias de socios desaparecidos, memorias con carnet, memorias que recorren clubes, canchas, oficinas, padrones y ausencias que faltan completar. 

Memorias pasadas y presentes que se deslizan entre nosotros con una fuerza irrefrenable. Memorias que tienen puntos de partida y se reconocen en espacios sentimentales que unen voluntades detrás de una divisa. La gente de Racing tiene memoria. Puede decir que ya escribió una parte de su historia que lastima. Son dos libros que describen un trabajo en progreso, una marca de época. 

Los desaparecidos de Racing y ahora Socios Eternos. Uno, el primero, cuenta las vidas de 11 militantes, víctimas del terrorismo de Estado, y ya pasaron cinco años de su publicación (2017). En todo ese tiempo, los 11 se transformaron en 46 gracias al trabajo del sociólogo Julián Scher y a un grupo de racinguistas que exploraron registros con paciencia de hormigas, hoja por hoja, cuando la guarda de toda la documentación era manual y quedaba expuesta a la degradación del medioambiente.

Socios Eternos es un homenaje a esa masa de hinchas fieles que disfrutaron del equipo de José (Pizzuti) campeón mundial y se cruzaron con la dictadura genocida en su camino, como el poeta Roberto Santoro, el autor de Literatura de la pelota. De ese libro influyente en la vida del periodista Ariel Scher -el papá de Julián- le nació la inspiración para una obra con puntos elevados como La patria deportista y Deportivo Saer y de esa obra otra obra que es la de su hijo.

La sensibilidad literaria fue transmitida de una generación a la otra como el ADN racinguista. Un genoma que comparten con el prologuista de Socios Eternos, el periodista y escritor Carlos Ulanovsky y el autor de la contratapa del libro, el filósofo, dramaturgo y abogado Vicente Zito Lema.

El autor de Paren las rotativas cuenta que si los 11 llegaron a ser 46 “probablemente haya más. Tendrán su oportunidad, porque esta lucha no se olvida”. Y recuerda en su prólogo que cuando el 7 de diciembre de 2021 “en un acto mágico” se homenajeó a los socios e hinchas desaparecidos de la Academia, un cartel le daba aire de sentencia poética a la ceremonia: “Nadie muere mientras permanezca en la memoria de la gente”. Es esa una vivencia comprobable -y saludable- cuando se observa al universo de los clubes del fútbol argentino.

Nadie muere porque se colocaron pilotes de memoria en instituciones deportivas que la sostienen. Desde Defensores de Belgrano, el único que homenajea con el nombre de su tribuna local a un militante desaparecido, Ricardo "El Pato" Zuker, a los socios que no olvidan de Banfield, pioneros en la restitución de la condición de socios a sus detenidos-desaparecidos. Estudiantes de La Plata, Ferro, Huracán, Rosario Central, Argentinos Juniors, San Lorenzo, Vélez, Talleres de Remedios de Escalada, Belgrano, Los Andes, siguieron el mismo camino. Son cada vez más y avanzan en un proceso en constante dinámica por lo que se pueden cometer omisiones involuntarias.

Zito Lema, fana de Racing y admirador de Santoro -otro hincha de la Academia-, escribió que el trabajo de Scher “permite escuchar las voces del dolor social, alumbra lo que fue oscuro, memora y reescribe una historia de sueños y compromisos políticos y sociales que quiso borrarse”. No pudieron. La memoria como unidad de sentido en torno a estas vidas racinguistas funciona como un mosaico de textos breves. El autor amplía el espectro de su primer trabajo -eran apenas 11, un equipo imaginario que se multiplicó- y va describiendo cada caso, a cada militante o simpatizante desaparecido.

En Socios Eternos se contextualiza también: “Racing no solo no fue ajeno al horror que padeció la Argentina en aquellos años sino que también perdió una porción de su comunidad a manos del terror genocida”. Lo prueba la diferencia de edad entre esos familiares que recibieron los carnets y los detenidos-desaparecidos homenajeados. Son madres, padres, hermanos que llevan las marcas del dolor en la piel, el pañuelo blanco en la cabeza o la cabellera color ceniza de tantas décadas sufridas. Cuando miran las fotografías del carnet que aprietan contra el pecho, ven caras muy jóvenes, postales de un compromiso militante que quedaron congeladas en su eterna juventud.

Carlos Krug es un señor calvo, de barba canosa que sostiene con orgullo en su mano izquierda el carnet de su hermano Alberto Roque. Los dos se hicieron socios de Racing el 13 de junio de 1964. Rosa, la mamá de ambos, siguió pagando la cuota del hijo desaparecido porque creía en su regreso. Sucedió algo semejante con Ana, la madre de Rodolfo Axat, un desaparecido de La Plata Rugby Club. Nunca dejó de abonarle la cuota al cobrador que la visitaba en su casa. El dato está en otro libro que sembró memorias: Maten al rugbier, del periodista Claudio Gómez.

El caso de Osvaldo Maciel lleva consigo la crueldad amplificada por una coincidencia del calendario. Un grupo de tareas lo asesino el día de su cumpleaños 24, el 15 de mayo de 1977. De los archivos de Racing surge que necesitó la firma de su padre para hacerse socio cuando era adolescente. “Osvaldo festeja un gol del Mariscal Perfumo de tiro libre en la tribuna visitante de la Doble Visera. Canta con lo que le queda de voz: “¿Dónde puso un huevo don Roberto? Yo lo sé. Yo lo sé…”, lo recuerda Scher en su trabajo publicado por Grupo Editorial Sur.

La historia de Alejandro Almeida, el hijo de Taty, también está en el libro. Dice el autor de esa madre andariega y de una fortaleza inquebrantable: “Al carnet no lo suelta. Ni lo va a soltar. Tiene demasiado claro que ahí está otra parte de lo que fue el pibe que la trajo hasta acá”. Entre los 46 recordados hay uno que trabajó en el club como empleado. Es Armando Croatto “el primer caso de un laburante de Racing que forma parte de los 30.000”, se asegura en el libro. Su hija Virginia acarició los documentos que el padre “escribió de puño y letra mientras trabajaba en el área administrativa del club. Demoró una nada en reconocer el trazo grueso de la birome”.

Alicia Russo no pudo casarse con su prometido Heriberto Horacio Ruggeri. Secuestrado por el régimen de Videla y sus sicarios de uniforme y Falcon verde, una partecita de su historia se resume en un carnet. Era el socio 78.870 en 1969, uno más entre miles de un padrón que hoy se resignifica en otra cifra: 30.000. Ahora lleva ese número que es redondo, simbólico, que vuelve a darle a Alicia “un pedacito de ese amor” -como dice Scher en su libro- 43 años y cinco meses después del secuestro de su pareja. Ese 7 de julio de 1978, con el Mundial ya terminado, ella había comprado los anillos para una boda que se cubrió de ausencias.

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