Si se está de acuerdo con que el discurso de Cristina fue una movida trascendente en la ya “externa” del Frente de Todos, la pregunta todavía sin respuesta es cómo continuará.
Una cosa es la táctica de resolución política que puedan tener las batallas en el FdT.
Cosa diferente, y mucho más importante, es la estrategia acerca del proyecto que pueda haber en la conducción y resoluciones de la economía.
Lo segundo, como decisión política, es lo que debiera determinar lo primero. Nunca al revés.
En lo “estrictamente” político de las disputas intra-oficialistas, se transparenta hace meses que entre el Presidente, CFK y sus respectivos voceros mandan los resentimientos y los ataques mutuos consecuentes.
El viernes, por supuesto que con su estilo irrenunciable, Cristina le bajó el tono a la preeminencia de esos factores y alegó que está en juego un debate de ideas.
Si se confía o desconfía de sus indicaciones es cuestión de la subjetividad de cada quien. En lo objetivo, tramos enfáticos de su discurso privilegiaron dedicarse a que no hay pelea.
En estos días, y desde ambos lados de ese tablero a más del goce periodístico opositor, trascendió mediante indicios muy firmes que hubo envío de emisarios para explorar probabilidades de arreglo (atado con alambre, aunque sea).
No interesa demasiado si es cierto o no que esos contactos indirectos fracasaron, debido a que Cristina habría propuesto una “mesa chica” de decisiones colegiadas, que Alberto habría rechazado siendo que en el paquete se habría vuelto a incluir la renuncia de Martín Guzmán sin nombre alternativo.
Esa versión puede ser cierta. Pero así no lo fuese, lo que seguiría importando es su verosimilitud.
En general, lo verosímil es más acertado que lo que se da por cierto, porque estipula la tendencia, y el ánimo, con que se analizan los acontecimientos o sus episodios.
Es decir: si en la política algo no es manifiestamente ridículo, todo puede contemplarse.
Para el caso, puede ser cierta esa versión como la de que el kirchnerismo le advirtió al Presidente, montones de veces, en privado, que así no va. Y que no tuvo más remedio que señalárselo en público. O puede ser cierto que nada de eso ocurrió. O que sucedió parcialmente.
Lo corroborado es que, créase o no, hay compromisos elementales de dirección político-ejecutiva que no fueron abordados con profundidad, cuando Cristina propuso y Alberto aceptó la fórmula que quitó de encima a la pesadilla macrista.
¿Lo que falló en ese origen es no haber conveniado quién y cómo manejaba la lapicera, al margen de que se distribuyeron el reparto de cargos como acontece en cualquier coalición?
¿O la clave es que Alberto y Cristina solamente acordaron eso, con ambos sabiendo que sin la otra/el otro no podían ganar las elecciones de ninguna manera, en vez de cerrar para qué, con quiénes y contra quiénes se usaría la lapicera de lo económico?
Acá es donde entramos a la diferencia sustantiva entre táctica y estrategia para tratar de ver, especular, proyectar, o el verbo que se quiera, el futuro de esta complicadísima experiencia frentista. Que es mucho más embrollada todavía al tratarse de un “movimiento” como el peronista, en el que jamás hubo espacio para direcciones bicéfalas.
Cabe aceptar que, con tal de echar a Macri y sus secuaces, rigió ingenuidad -o relativización excesiva- acerca de la dificultosa alianza que fue imprescindible para eso.
Ya fue.
Lo traumático está a la vista de todo el mundo.
Pero en lo ejecutivo de lo económico hay (muchos) más oscuros que claros.
Cristina dio su diagnóstico tan reiterativo como preciso sobre el funcionamiento del Poder, y en lo “técnico” le agregó una crítica directa al manejo del superávit comercial y de las reservas del Banco Central.
Aludió a las presuntas deudas privadas por donde persisten en fugarse los dólares que entran. Teléfono para la gestión de la entidad monetaria.
Habló también del desmantelamiento de los resortes de control en el área de Comercio Interior durante el período macrista, que, dijo en otros términos dirigidos contra Matías Kulfas, este Gobierno no reintrodujo.
Esas dos, y sobre todo la primera, fueron las únicas referencias concretas respecto de en qué no está de acuerdo.
Pero fue un paso necesario para que haya ganas de (empezar a) interpretarse que hay polémica sobre ideas y/o medidas, antes que por narcisismos.
Luego:
¿Discuten sobre las tarifas de los servicios públicos, justo cuando habrá de ejecutarse una segmentación de pago entre sectores pudientes, intermedios y desprotegidos con la que todos están de acuerdo?
A propósito, ¿están discutiendo sobre la matriz energética del país?
¿Discuten sobre soberanía monetaria, para reintegrarle salud a esa moneda que es papel pintado?
¿Discuten alrededor de cómo desarrollar un mercado interno que privilegie a nuevos actores productivos? (ver la columna de Raúl Dellatorre, el sábado, en este diario, sobre inflación de alimentos).
¿Discuten por cómo impulsar que vuelva a haber crédito hipotecario?
¿Discuten de qué forma rediseñar la propiedad o el producido de las tierras, o de uno de los litorales marítimos más extendidos del planeta, o de cuál debería ser el ensamble entre minería y sustentabilidad?
¿Hay equipos -profesionales, sin miedo a la palabra, con sentido político- a un lado y otro de la interna, discutiendo aspectos innumerables y nodales de ese tipo?
Y en la hipótesis benévola de que acaso hubiera discusión sobre algo de todo eso, ¿hasta cuándo piensan debatir? Porque esto es el Gobierno, no una asamblea de centros de estudiantes ni un foro de opinadores. Y se viene encima 2023, con perspectivas de que no es precisamente el Frente de Todos quien estaría ganando.
Cristina brindó un discurso que la ratificó en el sitio que se merece.
Sigue siendo la figura que le saca años luz a prácticamente cualquiera de los protagonistas de nuestro escenario.
Por sustancia, por carisma, por experiencia, porque sus virtudes son más grandes que sus errores y porque los errores que les señala el enemigo son justamente sus virtudes más grandes, Cristina está o debería estar fuera de toda discusión política seria sobre por qué conquistó y mantiene influencia. Las críticas hegemónicas que recibe sólo son insultos y acusaciones de corrupción, que ni siquiera pudieron probarse desde el entramado judicial macrista puesto para perseguirla.
Recordados y subrayados tamaños datos sobre la líder, es hora (hora larga, ya) de que el Frente de Todos clarifique eso de qué cosas específicas, estructurales y operativas está o estaría discutiendo.
Habló Cristina en el discurso más esperado. No es lo mismo una serie de tuiteos, ni los dichos y gestos de segundas o terceras líneas, o de comentaristas, que verla y escucharla en su expresividad de que no quiere romper nada. Y en la de poner en primera persona del plural que no están haciéndole honor a la confianza y expectativas populares.
Pero ahora, ¿cómo sigue?
Martín Rodríguez, en su columna de estas horas en elDiarioAR, sintetiza que Cristina actúa con la certeza de que hay más poder en el llano que en el Estado, de modo que pone un pie acá y el otro allá (lo del opoficialismo, agregamos). Es más fácil bloquear que hacer. Limitar que construir.
Entonces, como señala el colega, hay más “ganancia” en marcarle la cancha a Kulfas que en poner su reemplazo (lo mismo vale, también agregamos, para un Guzmán o un Moroni).
“Pero aun así, si todo esto fuera -como ahora dicen- tan sólo la áspera arena de un debate interno, ¿por qué el cristinismo que lo promueve lo gesticula como ‘sin salida’, como si el único desenlace para el Presidente fuera la sumisión? ¿Por qué Cristina no habilita una negociación más decorosa para el Presidente? ¿Humillación o nada?”.
¿Y Alberto, como asimismo pregunta Rodríguez? ¿Por qué insiste en no responder a la obviedad de lo evidente? ¿Por qué se embebe en gritos y discursos de unidad, nacidos para no ser oídos como si se pudiera omitir lo que todos vemos: que el rey está desnudo?
Puesto en otras palabras, convocantes a dejar de lado los fanatismos cristinistas que no aceptan crítica alguna a la líder, y los posibilismos que toleran totalmente la tibieza de Alberto en nombre de no hacerle el juego a la derecha:
¿Cuál será la traducción práctica de haber reconocido que no están a la altura que se esperaba?