La familia, la religión, la escuela primaria son instituciones que no elegimos, pero pueden marcar nuestra vida para siempre. Al nacer, padres y madres seleccionan un nombre según la genitalidad de lxs bebés. No siempre nos gustan sus elecciones y nada tiene que ver con el género: conozco muchas personas que usan su segundo nombre, un apodo o un seudónimo. Hace muchos años, se estilaba elegir los nombres del almanaque, algo que ¡parece de la prehistoria! ¿Quién usa almanaque en la actualidad? Además, los nombres podían ser hermosos o tremendamente horribles. La religión también hizo lo suyo, los nombres bíblicos: fueron furor en una época. Con la televisión y las telenovelas, llegaron los nombres de los personajes y con el fútbol, los de nuestros ídolos.
La identidad es un fenómeno mucho más profundo que un nombre lindo o feo. Durante muchos años, llevé un nombre en mi DNI que no me representaba. Crecer como ciudadana sin acceso a derechos, te hacía creer que no eras merecedora de nada. Yo fui la primera mujer trans en obtener su DNI sin necesidad de ser expuesta a pericias psiquiátricas, exámenes médicos ni otras vejaciones que tan lejos están del respeto por la dignidad de las personas. Fue por un amparo judicial, una estrategia de la federación LGBT, las chicas de ATTTA para que el proyecto de Ley de Identidad de Género se instale en la opinión pública y así fue.
Les soy honesta, hasta esta propuesta jamás había imaginado que algún día podría cambiar mi identidad. Convertirme en una actriz popular me dio ciertos privilegios, uno de ellos era el no necesitar mostrar mi DNI para validar que era yo, para todxs, yo era Florencia De La V. Igualmente, no podía escapar a la incomodidad de llevar un nombre que no me representaba. En los contratos de teatro o televisión, el nombre que figuraba era el de mi documento, y siempre era incómoda la lectura antes de firmarlos. A pesar de los fueros del espectáculo, la falta de derechos me recordaba que seguía siendo una ciudadana de segunda.
La incomodidad no tenía que ver con la intención de ocultar mi pasado; era algo que iba más allá de eso: se podría decir que surgía de la necesidad de que mi presente fuera aceptado.
La primera vez que leí mi nombre en el DNI, lo hice con lágrimas en mis ojos porque comprendí la importancia de llamarme Florencia. La mayoría no conoce esta realidad: nosotras renunciábamos a derechos fundamentales para cualquier ser humano por no tener DNI, como la educación o la salud. A pesar de tener una obra social, yo no iba al médico para evitar la incomodidad de ser llamada con otro nombre en la sala de espera.
Este lunes 9 de mayo se cumplen 10 años de la Ley de Identidad de Género. Debemos esta gran victoria social al infatigable trabajo de las organizaciones de derechos humanos, como la federación LGTB, la ATTTA, la CHA, y a lxs compañeres que ya no están y dieron su vida en esta lucha, como las queridas Lohana Berkins, Diana Sacayán y Claudia Pía Baudracco. También Marcela Romero, Marlene Wayar, Norma Gilardi, Mauro Cabral, Guillermo Castro, Emiliano Litardo, Maria Luisa Peralta entre otres. Debo extender este agradecimiento a lxs que dieron el marco legal a esta norma; en primer lugar, al apoyo de la presidenta Cristina Kirchner y también a todxs lxs representantes del pueblo que votaron a favor por los derechos de las minorías.
Gracias a todxs ellxs, hoy puedo firmar como la que siempre fui, Florencia Trinidad.