“Ser de lo mejor en lo mejor no era lo mío, así que decidí ser el mejor de los peores”. No han pasado diez minutos de Clark (estreno de Netflix el pasado jueves) y ese lema aparece dos veces en pantalla. Tres si se tiene en cuenta que así se llama el primer episodio de esta biopic brava y juguetona sobre Clark Olofsson: el hombre que dio origen al Síndrome de Estocolmo. La encarnación de Bill Skarsgård (el Pennywise en la última It) remiten al Belmondo de Sin aliento y al pandillero irredimible de La naranja mecánica. Un criminal sueco que ganó fama mundial en 1973 por el frustrado atraco a un banco en el que los rehenes le dispensaban más confianza que a los policías. La intención de la propuesta, más allá del robo de Norrmalmstorg, es la de describir los pormenores, el ego y el raid delictivo del sujeto en cuestión. Incluso, como sucedía en Carlos de Olivier Assayas, el retrato se acerca al de una estrella de rock que se rige por sus propias normas.

“Me encanta estar prófugo, todo se siente mejor, tus sentidos se agudizan, todo se vuelve más claro y los colores son más intensos. Hasta un mal día de prófugo es un buen día”, lanza en un momento el protagonista. “Fiestas, banco, chicas y toda la diversión”, dice en otro en tanto se ve a un feto con rostro de adulto que invita al espectador a sumarse a su celebración. Clark pinta a este mujeriego y criminal encantador bajo el caldo picante de los ’70.  Jonas Åkerlund, quien tuvo una profusa trayectoria como director de videos, se basó en la autobiografía de Olofsson para pintar su propia hagiografía pecaminosa y ladina. “Es la historia del hombre que vivió la vida más políticamente incorrecta posible. Es una biografía ultra violenta, ingeniosa, emocional, real y surrealista para ponerle cara a la definición del Síndrome de Estocolmo”, sintetizó su responsable.