Desde Londres
A Boris Johnson no lo salvaron ni la guerra en Ucrania ni su mensaje al parlamento de ese país el martes pasado ni los anuncios de último momento sobre vivienda. La contundente derrota en esas elecciones de medio término que son las municipales en Gran Bretaña, dejó al primer ministro groggy y contra las cuerdas. Al “PartyGate” en curso desde diciembre pasado, se le añadieron el “sexgate” de las últimas dos semanas, la inflación y la “crisis del costo de la vida”: entre escándalos y economía los conservadores perdieron cientos de concejales y decenas de municipios.
La derrota en zonas totémicas que los conservadores controlaron durante más de 40 años como Wandsworth, Barnet y Westminster en Londres o Southampton y West Oxfordshire, fue un trago venenoso para concejales y militantes. Muchos salieron a pedir la renuncia de Boris Johnson. Uno de los más duros fue John Mallinson, quien perdió su puesto al frente del municipio de Carlisle, en el noroeste de Inglaterra. “Esto muestra que el pueblo ya no confía en que el primer ministro vaya a decir la verdad sobre nada”, dijo Mallinson en relación al “Partygate”, las más de 100 fiestas que tuvieron lugar en 10 Downing Street durante la pandemia.
En la campaña, Johnson rechazó anunciar medidas que podrían haberle evitado un desgaste tan profundo como el “windfall tax”( impuesto a la renta excesiva) a las petroleras en medio del alza de los costos de la energía (medidas esperadas a nivel popular y exigidas por el laborismo y otros partidos de oposición). “Una medida así afectaría la inversión que necesitamos de la industria de la energía para contrarrestar el aumento de los precios”, se justificó Johnson. En 1997 el impuesto por la renta extraordinaria a las petroleras fue una de las primeras medidas que anunció el flamante gobierno del laborista Tony Blair con una recaudación para el fisco de cinco mil millones de libras.
Johnson intentó revivir con poco éxito una política de vivienda que fue popular en su momento con Margaret Thatcher – el “right to buy” de propiedad municipal –pero que condujo a la larga a la especulación, el encarecimiento de la vivienda y la actual escasez de propiedades.
Los escándalos
El alza del costo de la vida figuró alto en esta derrota conservadora, pero lo que más desgastó al gobierno fue la saga escandalosa del “PartyGate” al que, como si hiciera falta rematarlo con algo más, se le sumó en abril el “sex gate”.
En el “Party Gate” Johnson lucha por sobrevivir en varios frentes. La Scotland Yard seleccionó un total de 12 fiestas para determinar si 10 Downing Street violó las reglas de aislamiento que había impuesto al resto de la población. Johnson, su ministro de finanzas Rishi Sunak y unos 50 funcionarios y asesores fueron multados.
Al primer ministro todavía se lo sigue investigando por cuatro eventos sociales más que podrían traer nuevas multas, pero además el comité de ética de la Cámara de los Comunes está debatiendo si Johnson mintió o engañó deliberadamente al parlamento cuando, en medio del escándalo y en más de una oportunidad, dijo en la Cámara de los Comunes que no se habían violado las reglas.
En caso de que los legisladores dictaminen que hubo un engaño deliberado el primer ministro debería renunciar. A este misil teledirigido sobre su testa, se le suma que, una vez publicadas las conclusiones de la Scotland Yard, la funcionaria de carrera que investigó el escándalo, Sue Gray, dará a conocer sus propias conclusiones sobre lo sucedido: el cocktail tiene ingredientes explosivos.
El condimento sexual
Convirtiendo a la campaña por las municipales en una comedia de enredos picante, a un diputado conservador lo pescaron a fines de abril mirando porno en medio de una sesión parlamentaria. El diputado Neil Parish terminó renunciando después de días de idas y vueltas sobre el tema que erosionaron con titulares diarios la deteriorada imagen gubernamental.
Pero además el escándalo destapó una olla de constante misoginia y acoso sexual en la Cámara de los Comunes. En pocos días se multiplicaron las denuncias de toqueteo, manoseo y otros avances indeseados que tuvo, como consecuencia positiva, que se cerrara cualquier tipo de grieta entre conservadoras, laboristas y otras mujeres de la oposición. La secretaria de Comercio Internacional Anne -Marie Trevelyan reveló que un diputado la había apretado contra la pared susurrándole que ella lo deseaba porque él era un “hombre poderoso”.
Hay unos 56 diputados, en su inmensa mayoría conservadores, que están siendo investigados por el Observatorio Etico del Parlamento, que supervisa el respeto al Código de Conducta de los legisladores. Entre ellos se encuentran casos de acosadores seriales como el Tory David Warburton. El mismo Boris Johnson terminó sacudido en el revoltijo por una historia de principios de los 90. El pasado suele condenar al primer ministro quien, cuando era editor de la revista conservadora "Spectator", fue acusado por la periodista Charlotte Edwardes de acariciarle los muslos durante un almuerzo.
En este contexto pasó desapercibido el escándalo que causó tanto revuelo en Argentina: la revelación del pacto entre botellas de Merlot del exsecretario de las Americas Alan Duncan y el vicecanciller argentino Carlos Foradori. Los medios británicos estaban mucho más interesados en reportar las virulentas opiniones de Duncan sobre el primer ministro: “un payaso, un egocéntrico total, un embarazoso bufón, una mancha internacional en nuestra reputación”. A casi nadie le importó lo que pudo pasar en el subsuelo de una embajada remota con el vicecanciller de un país con el que los británicos se metieron en una guerra que prefieren olvidar.
Para cerrar el telón, falta que 54 diputados conservadores se decidan a hacer lo que iban a hacer antes de la guerra: expresar un voto de no confianza en Johnson y activar una lucha por el liderazgo partidario y su puesto de primer ministro. Es más que posible que la sobrevida de gato que ha mostrado Johnson hasta el momento esté acercándose a su último suspiro.