“Escribir fue la voluntad, quizás, de un gesto de amor. El último gesto de amor de quien reconoce el deseo de retirarse del lenguaje y se resiste a entregarse a ese deseo”, plantea Eugenia Almeida en Inundación, publicado por la editorial cordobesa DocumentA/Escénicas, con el que ganó el Premio de la Crítica al mejor libro editado en 2019, otorgado por la Fundación El Libro. Como un alfabeto personal de una belleza difícil de explicar, el libro premiado despliega el deseo de la escritura a través de las experiencias, las voces y los cuerpos.
“Casi toda mi energía está puesta en qué es el silencio, cómo funciona, en cómo entrar ahí. No me acuerdo qué filósofo clásico decía que para ubicar algo en un espacio la mejor definición es mostrar lo que tiene alrededor. Para mí el silencio es ese espacio que está rodeado de palabras. Lo importante no son las palabras sino la forma que tiene esa isla que queda entre palabras”, explica Almeida a Página/12. Gabriela Halac, editora de DocumentA/Escénicas, destaca que hay un diálogo y un saber entre Almeida y ella. “Hay algo que Euge sabe que yo estoy dispuesta a recibir y hay algo que yo sé que ella puede dar; pero es una zona difusa, más de una espera”, sugiere la editora que participa en la Feria del Libro del stand colectivo Un cuarto impropio (1401, pabellón Amarillo).
“La huella ‘esto es mi vida’ está velada en la escritura”, advierte la escritora cordobesa que acaba de publicar una nueva novela, Desarmadero (Edhasa). “Muchos colegas periodistas en Córdoba me han preguntado cómo hice para reproducir el registro de las clases bajas -revela Almeida-. Me impacta mucho esa pregunta porque parte de la idea de que nunca pertenecí a la clase baja, que es una idea errada, y que uno nunca se toca con otra clase, o sea que si ahora soy clase media no sé cómo habla la clase baja”.
-La pregunta por cómo recreaste el habla de las clases bajas demuestra también que la escritura y la literatura se piensan casi siempre desde las clases medias con cierto nivel educativo. Pareciera que cuesta más pensar la literatura en el campo popular, ¿no?
--Esto tiene mucho que ver con lo que se discutió en la Feria, en el sentido de que si a los escritores no nos reconocen en tanto trabajadores regalamos nuestro tiempo de trabajo. ¿Y quién lo puede regalar? El que tiene otro trabajo. Eso finalmente produce una pérdida de diversidad porque los que no tengan fuerza de trabajo para regalar, por ejemplo alguien que trabaja catorce horas en un supermercado, nunca va a poder escribir ni vamos a oír su voz. Y ahí se produce esa idea de que la escritura parece que fuera solo un pequeño lujo de clase media alta. Los otros no son como yo, no son de mi género, no son de mi clase social. La falta de empatía es un problema de la época.