Recuerdo bien aquel evento académico continental en el que expuse lo que escribo en este artículo. El auditorio denotaba rostros de perplejidad, algunos de entusiasmo cómplice, y otros de indisimulada molestia que culminaron en preguntas inquisidoras, comentarios conciliadores y enguerrillados cuestionamientos. Acabé exhausto, contento por el atrevimiento de exponer un tema que removió los cimientos, el piso, las paredes y el techo de aquel emblemático local. Y el evento no pudo tener mejor cierre que el generado por aquella pregunta que provocó por igual risas desternilladas e iras incontenidas. Alguien de la sala me preguntó, en tono de interpelación, qué es lo que había fumado y le respondí que el fluido de la transformación incesante de la historia.
El tema en cuestión está referido al tratamiento de una de las dimensiones pendientes de resolución en la conceptualización contemporánea de la comunicación social y de otras disciplinas. Como sabemos, en lógica correspondencia con los pensamientos predominantes de las diferentes épocas a lo largo de la historia, la comunicación se ha consagrado en el reconocimiento de los intercambios discursivos entre los seres humanos en sociedad, con avances significativos en la consideración de procesos de comunicación intrapersonales.
Diversos autores comparten el criterio de que la comunicación es un fenómeno de tres dimensiones. Weber habla de tres niveles de legitimidad, Peirce propone la articulación triádica de los signos, Habermas distingue tres tipos de actuación, Shanon expone un nivel físico, otro semántico y un tercero sociocultural, y Maigret reconoce tres universos: el funcional referido a la implicación del hombre en el mundo de los objetos, el cultural y social o de las relaciones interindividuales, y el creativo o de los órdenes sociopolíticos.
Reconocemos la validez de estas clasificaciones que expresan bien la naturaleza de la comunicación como un hecho humano en sus relaciones productivas, en sus interacciones socioculturales y en sus construcciones políticas. Sin embargo, recogiendo los pensamientos y prácticas sociales contemporáneos, sugerimos incorporar un cuarto nivel o universo: el cósmico, donde se explican las relaciones del hombre con la naturaleza y con las deidades. Esta consideración amplía la tradicional noción de la comunicación como un proceso de relaciones entre seres humanos, a la noción de un proceso relacional entre todos los seres vivos, animados e inanimados.
Hasta hace pocos años, esta concepción no estaba ni por asomo en el listado de los hechos que componen la disciplina comunicacional. Pero diversas vertientes se van a encargar de redimensionar esta perspectiva. Por una parte, las evoluciones del pensamiento en su propio seno, particularmente por la definición del desarrollo sostenible, que sugiere una relación de conservación de la naturaleza, exigiendo de los seres humanos un compromiso individual y social con su cuidado. Asimismo, los movimientos de defensores de la naturaleza logran que se la reconozca como un ser con derechos. Y la emergencia de los pueblos indígenas que hacen presencia en las rutinas sociales, en las acciones políticas y en la definición de nuevos paradigmas y formas de relacionamiento intercultural.
El cuarto universo, cósmico, tiene su fundamento en estos y otros hechos que resignifican las comprensiones de la vida en nuestro planeta. Sabemos que es una propuesta de difícil asimilación porque tanto las dinámicas de la naturaleza como las deidades han sido desterradas por la ciencia, la política y las buenas costumbres al campo de la religión, siendo que son prácticas cotidianas de construcción cultural y social, así como sabidurías y encuentros de convivencia solidaria y condiciones de posibilidad para el futuro del planeta.
Entretanto no se adopte este nivel en las construcciones discursivas, temas como el cambio climático o la anunciada crisis del agua, van a seguir siendo adosadas por la acción humana que se diferencia como un estamento superior. Hacen falta nuevos enfoques de relacionamiento práctico y no sólo retórico con la naturaleza, se habla bonito, pero se actúa horrorosamente legitimando acumulaciones de basura, incendios e intensificación de gases invernadero.
Entendemos que en un mundo socializado antropocéntrico y ganado por los individualismos no es fácil aceptar una cosmovisión que se basa en cosmologías que articulan relaciones respetuosas de las personas con los dioses que les dan protección, con la tierra que da vida y con el subsuelo que alimenta. Más difícil todavía hacer visibles creencias interiorizadas en las subjetividades, pero cuestionadas en la normalidad social, como es la comunicación entre lo natural y sobrenatural a través de visiones, sueños, temores e imaginarios que logran penetrar la apariencia de las cosas.
La cuadralidad comunicativa opera mediante una racionalidad de oposición-complementaria en la que no se trata que uno de los universos niegue a los otros, sino que más bien los contenga y pertenezca, al mismo tiempo que establecen relaciones de intercambios, negociaciones e interacciones entre los seres humanos en sociedad y con su entorno vital. La historia no se detiene, hay que recorrerla junto con la palabra que camina articulando relacionalmente pasado, presente y futuro, y humanos, sociedades, cosmos y naturaleza.
* Sociólogo y comunicólogo boliviano