Viene de aparecer en el sello CR ediciones de Rosario, La Noche que se recostó en la memoria, un libro de formato pequeño que en sus 80 páginas propone un recorrido delicado y fascinante. Patricio Raffo, quien ha publicado desde 2000 en antologías, diarios, revistas, y varios libros de poesía, es el autor, y a la vez, uno de los directores de la casa editorial responsable de este libro.

El libro aparece clasificado como “prosa literaria”, pero con toda justicia se podría calificar de “prosa poética” o “poesía narrativa” o alguna otra taxonomización que quizás esté recién surgiendo. En él se narran, de a trozos, una búsqueda y varios descubrimientos, no en el modo de la novela decimonónica, pero en la fragmentada, estallada e incompleta forma en que se presenta todo en la vida contemporánea. A la manera digital de los hologramas, cada fragmento lleva en sí información y detalles que hacen a toda la imagen. Declara engañosamente el narrador, la voz que lleva el texto, que ‘este no es un libro de viaje’, que ‘no es una bitácora’, pero aun cuando esta invocación se repita a modo de letaníavarias veces a lo largo de sus casi ochenta páginas, no cabe ninguna duda de que, en efecto, es un libro de viaje, una bitácora, un registro sobre una travesía que no es sólo caracterizada por el medio de transporte, el avión, el tren, el Cinquecento, la Vespa, el caminar por los eternos empedrados de Roma, sino que es un periplo por la memoria, una excursión a ciertos hechos, es un andar en la búsqueda del amor y en el amor, en ese borramiento que promete el amor tras la ilusión de identificarse sólo frente al objeto amado, es también una correría en la búsqueda de uno mismo, de lo por perder o, incluso, de lo que uno lleva siempre en sí, pero sólo se descubre lejos de casa y hace que hasta “la humedad de las piedras de Roma” resulte inolvidable.

Cabe agregar que no es sólo una exploración de otro mundo nuevo y diferente que, al develarse, va resultando no tan distinto del mundo ya conocido; quizás por eso es que también es un replicar el mandato paterno (“remá, remá, me decía mi padre”, frase que se reitera en todo el espesor del texto ) y una forma de cumplirlo, de asumir el rol para el que la existencia le ha sido dada.

 

Ya sobre el final del libro aparecen tres citas, una a Jorge Isaías, poeta de Los Quirquinchos afincado en Rosario, otra a Tomás Abraham, escritor llevado del hilo de la filosofía, y la primera a Osvaldo Soriano, “el querido gordo soriano”, con lo que, con estas menciones, diversas y singulares, pocos lugares deja de avistar este libro: tópicos que los lectores de la columna de Raffo en el diario La Capital pueden reconocer fácilmente, también se infiltran en la obra, detalles de los amores de Luiggi Tenco, o de Cesare Pavese se muestran entre nuevos descubrimiento, afloran en la abadía de San Galgano, se presentan después de una copa de Amarone, en la tentación de San Calisto, o en cualquiera de las direcciones en que se anastomosan las autopistas, primero en rutas cada vez más estrechas, luego en caminos de tierra y finalmente en huellas que, talladas por un largo tiempo de peregrinaje, si no constituyen el viaje, el descubrimiento, la novedad, rondan el mundo y la existencia, como si fuera la presencia de esa noche, la noche que se recostó en la memoria.