“Mientras duela, sigo estando ahí”, dice el narrador de Vivir, exquisita novela de David Wagner, un escritor alemán que respira literatura y que puede captar con una sutileza inusual los pliegues más intrincados de una experiencia vital extrema: el tiempo de la enfermedad (una hepatitis autoinmune crónica y agresiva), la espera y el trasplante de hígado que marca el comienzo de una nueva vida. Wagner es el paciente que observa, escucha a sus compañeros de habitación, recuerda y transforma los materiales sensibles de su pensamiento en una historia íntima y universal a la vez, hilvanada con distancia irónica y una melancolía térmica que neutraliza cualquier atisbo de melodrama. Invitado por el Goethe-Institut, Wagner dialogó sobre “salud, cuerpo y espíritu” con la escritora argentina Carla Maliandi en la 46°Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
“Vuelvo a estar en la lista, acumulo tiempo de espera. Con cada día aumenta la probabilidad de morir, cada día me acerco un poco más a la muerte. Pero cada día, y eso es lo irónico de la lista, aumenta también la posibilidad de sobrevivir… sólo que para ello tiene que morir otro antes. Y ya lo sé: si no te mueres tú, me muero yo”, plantea el narrador de Vivir, publicada por la editorial española Errata Naturae, con traducción de Ibon Zubiaur. Wagner (Andernach, 1971) recibió el prestigioso Premio de la Feria del Libro de Leipzig en 2013, año en que publicó Vivir (Leben) en Alemania. Su primera visita a la Argentina es una oportunidad para descubrir a uno de los grandes autores alemanes. Errata Naturae publicó dos títulos más de Wagner en castellano: Cosas de niños y De qué color es Berlín. Habrá que esperar para que se traduzca su primera novela, Meine nachtblaue (2000), sobre su infancia en los años '70 y '80; y el resto de su obra versátil, que incluye novelas, cuentos, prosas breves, poesía y ensayo.
Hígado (leber) y vida (leben) están muy próximas en la lengua alemana. “La palabra leben tiene varias curiosidades: es un sustantivo que quiere decir vida y es el infinitivo del verbo vivir. Como sustantivo puede ser tanto singular como plural; entonces se podría estar hablando de las vidas porque en el libro hay muchas vidas que son narradas. Pero hay una vuelta de tuerca más. Me han dicho, al mirar el dibujo de la tapa del libro en alemán, que una de las manos está señalando un lugar donde podría ir la vocal i, y en ese caso la palabra que se formaría sería liben, que en castellano es amar, y así se sumaría un significado más. Los buenos libros deberían tener muchas capas de sentido”, sugiere Wagner, que estudió Literatura Comparada en Bonn, París y Berlín, y vivió en Roma, Barcelona y México.
-“Me habría encantado asistir a la ruptura de la República Federal de Alemania (...). Pero la República Federal no se hundió, Helmut Kohl no tuvo que exiliarse en Argentina, en vez de ello fue Honecker el que se vio obligado a irse a Chile y la RDA la que desapareció, lo cual tampoco fue una pena, pero a mí, entonces, me habría alegrado que hubiese sido al revés”, dice el narrador de Vivir. ¿Hay nostalgia del comunismo?
-No, yo diría lo contrario. Tiene que ver con cierta envidia porque me crie en la época en que Alemania estaba dividida, y el joven narrador creció en la Alemania Occidental y está disconforme con el estado de situación y desea que haya una serie de transformaciones en la sociedad; es el clásico odio juvenil hacia la situación imperante. Entonces, cuando cae la RDA, ese narrador siente envidia porque está sucediendo algo importante; el hecho de que Honecker tenga que huir a Chile le hace pensar que desearía esa otra alternativa. Se trata de imaginar cómo sería que Helmut Kohl tuviera que exiliarse en la Argentina, lo cual a su vez tiene una connotación adicional por el hecho de que fueron muchos los nazis que se refugiaron en la Argentina.
-La pregunta por la nostalgia del comunismo está en relación también a los recuerdos del narrador en México, cuando quiere encontrarse con el subcomandante Marcos y el ejército zapatista. Da la impresión de que el narrador de Vivir empatiza más con el campo socialista o con la izquierda, ¿no?
-Sí, esa empatía está presente, pero ese narrador en términos políticos es poco activo. Las simpatías de la juventud están en el campo de la izquierda. En Alemania esto tiene otro matiz porque sí puede haber una nostalgia por el comunismo, pero implica tener en cuenta que la RDA no era precisamente un modelo sino que era más bien un escenario de terror. Si había un anhelo de llegar a un socialismo, era otro tipo de socialismo y no ese que se estaba presentando en la RDA, que no despertaba simpatías.
-Hay un trabajo con la espera en Vivir. ¿Qué importancia tiene la espera en la escritura? ¿Cuánto tuviste que esperar para poder escribir este libro?
-Es una muy buena pregunta; es la primera vez que me la plantean y me sorprende porque hace nueve o diez años que estoy hablando de este libro y me preguntaron muchísimas cosas, pero esto no me lo habían preguntado. El libro trata el tema de la espera y lo pone en escena de manera literaria. Las primeras líneas las escribí un año después del trasplante, y surgieron del impulso de querer entender lo que me había pasado y qué podía significar estar esperando la muerte de otra persona para después seguir viviendo con ese regalo, y también hacer vivir a una persona, o una parte de esa persona en mí.
-¿No sabés quién fue el o la donante?
-No, el donante es desconocido y creo que es razonable que sea de esta manera. En un momento tuve la oportunidad de poder enterarme quién había sido a través de un conocido, a pesar de que no está permitido, y decidí que era mejor no saberlo. Renuncié a esa posibilidad.
-Hay una escena en la que aparece Jacques Derrida en un baño en París junto al narrador. ¿Qué importancia tuvo Derrida en tu formación?
-Derrida fue una influencia importante para mí. Una de las clases a la que asistí era sobre la problemática de dar testimonio; en esa época leíamos el libro de (Maurice) Banchot, El instante de mi muerte.
-El narrador de Vivir cuenta su experiencia pero sin que haya una carga literaria; no hay marcas que den cuenta de que ese narrador es escritor. ¿Por qué decidiste que ese narrador apareciera de ese modo?
-No estoy seguro de que el narrador de la historia sea un escritor, creo que en ningún momento se dice a qué se dedica en términos profesionales. Era intencional que esto quedara en una nebulosa porque la historia habla de mí y de lo que me sucedió, pero mi intención era evitar en lo posible el pavoneo intelectual. Hay una anécdota que aparece en el libro que tiene que ver con que Derrida confunde dos palabras escupir (spucken), y ser un fantasma o un espectro (spuken). Pero también era importante que el libro fuera leído como literatura porque en el mercado del libro alemán hay muchos libros que relatan la experiencia de una enfermedad. Acá también David Wagner cuenta la historia de su enfermedad y su paso por el hospital, pero es literatura de principio a fin.
-¿Quiénes son los escritores con lo que más dialogás o aquellos a los que aspirás parecerte?
-Mis mayores héroes literarios vienen del ámbito francés: (Marcel) Proust por encima de todo, pero también Georges Perec. Lo más importante es encontrar la propia voz, el propio tono para aquello que uno quiere narrar.
-¿Cómo encontraste tu propia voz?
-La voz la tengo que encontrar con cada libro. En la última novela que escribí, Der vergessliche Riese (el gigante olvidadizo), que salió en 2019 en Alemania, narro la historia de un padre (mi padre) que se vuelve olvidadizo. Y para eso tuve que encontrar un tono distinto. A diferencia de otros libros donde prácticamente no uso el diálogo, esta novela está escrita casi exclusivamente en forma de diálogo, y esa fue la estrategia y la voz que encontré para esa novela. Siempre tengo que aprender a escuchar cuál es la voz que necesito para cada libro que escribo.