En la agradable encrucijada de escribir para esta sección, mi amiga, la actriz Mercedes Fraile, me sugirió, pragmáticamente, que hiciera un listado de las diez películas que más me hayan gustado. Era un buen método y así lo hice. En el papel, entre tantas, apareció El gusto de los otros de Agnés Jaoui, una película francesa del año 2000 y que llega a Buenos Aires a mediados del año siguiente. Pasaron ya más de veinte años y la sigo recordando. Quise volver a verla y rápidamente la encontré en una plataforma -esto me gusta mucho de nuestra vida contemporánea-. Ahora estaba frente a mi computadora para actualizar mi percepción sobre aquella película de tantos años atrás.
En ese invierno del 2001, que ya preanunciaba los fatídicos acontecimientos de diciembre en la Argentina, estaba trabajando como actor en el circuito independiente, o ensayando, y no se me cruzaba por la cabeza dirigir teatro. Hacía unos años me había graduado de la carrera de Letras de la UBA e intentaba sobrevivir dando clases como profesor de literatura. Alquilaba y me costaba llegar a fin de mes. Aunque en ese entonces, tan joven, no era un consuelo, hoy, a la distancia, veo que ya hacía lo que me gustaba. Había renunciado hacía unos años, a tiempo por suerte, a mi primer trabajo como empleado bancario ante la zozobra de mi familia. La literatura y el teatro no tenían mucho que ver con ese mundo financiero y me daba pánico imaginar una carrera y mi futuro allí. No era un mal empleado, ganaba bien, tenía una buena cobertura médica, pero no me gustaba.
Con mucha repercusión en el ámbito europeo y hasta con una candidatura a los Oscar como mejor película extranjera, El gusto de los otros circuló en Buenos Aires por algunas salas dedicadas al cine de arte. Entré a verla, solo, al cine Lorca de la calle Corrientes, uno de los lugares obligados en ese entonces para mi generación, ávida de los consumos culturales que estaban por fuera del circuito comercial. A veces, también, para exorcizar el frío o el tedio, no nos importaba sentarnos un buen tiempo en esas butacas duras e incómodas del Lorca porque sabíamos que allí íbamos a ver algo que nos gustara.
La ópera prima de Agnés Jaoui, también actriz en la película, me impactó en su simpleza y porque recorría algunos tópicos que, de alguna u otra manera, me atravesaban en ese momento y que, seguramente, me siguen atravesando ahora: seres insatisfechos con sus vidas y sus trabajos, buscando el modo de salir de sus rutinas para hacer lo que realmente les gusta y, especialmente, los personajes de una actriz del circuito off que se gana la vida como profesora de inglés y que se vincula con un empresario rico que quiere acceder a los bienes culturales. El encuentro casual entre estos dos seres, culturalmente en las antípodas, es lo que me quedó resonando todos estos años. El empresario asiste con su esposa a una función de teatro de la obra Berenice de Jean Racine, a desgano porque no le gusta el teatro, en la que actúa una sobrina en un personaje secundario. Se sorprende al ver que la protagonista de la obra es la profesora de inglés de sus clases particulares y queda prendado con su actuación. La va a saludar al camarín, emocionado, y le dice a la actriz que a él no le gusta el teatro pero que le gustó mucho su actuación. Honestidad brutal del empresario, pero, en definitiva, ¿no es lo que deseamos que les pase a los espectadores desinteresados cuando vienen al teatro? Lo que llamaríamos: un público genuino. ¿No es, en definitiva, lo que me pasa a mí cuando voy al teatro? La actriz le agradece, despectivamente, a su alumno de inglés el comentario. Con sus propios prejuicios culturales, esperaba mayor profundidad e idoneidad en el comentario.
El gusto de los otros me había gustado, y mucho. Cuando volví a verla en estos días me percaté que la palabra gusto aparece incontables veces y en boca de todos los personajes. Como en este texto que escribo. Quiero poner en valor la cuestión del gusto. Me gusta o no me gusta, esta es la cuestión. La película explora el gusto como sensibilidad cultural y, hoy, la pienso como una especie de tratado estético, de sociología del gusto como ya la estudió Pierre Bourdieu, cuya lectura me gusta mucho. Y también muestra los modos en que las personas nos clasificamos unas a otras por nuestros gustos sobre las cosas.
En uno de los encuentros para su clase particular de inglés, en un bar parisino, el empresario rico, desde su simpleza e ingenuidad en cuanto a cuestiones artísticas, le pregunta a su profesora, la actriz que lo había conmovido con su actuación: “¿Lo más difícil es memorizar el texto, no?” (Qué actriz o actor no ha recibido esta pregunta alguna vez) y su profesora, incómoda, le responde: “No. Lo más difícil es satisfacer el gusto de los otros.” Esta es la escena que más me gusta de la película. Cuando el “me gusta” tan deseado hoy se ha transformado en un click en una aplicación, a esta altura de mi vida, hacer sólo lo que me gusta sin tener que satisfacer a nadie, como cuando renuncié a mi trabajo en el banco para dedicarme a la literatura y al teatro o cuando dirijo lo que me gusta o cuando entré solo al cine Lorca ese día de invierno del 2001 para ver una película que recuerdo hasta hoy, es mi acto de libertad.
Marcelo Velázquez es profesor en Letras, actor, docente, director teatral e investigador en artes escénicas. Estudió actuación en la Escuela de Alejandra Boero y con Mónica Cabrera, Vivi Tellas, Alberto Ure, Verónica Oddó y Ricardo Bartís. Se formó en puesta en escena con Rubén Szuchmacher. Participó como actor y director en numerosos espectáculos de teatro independiente. En 2021, estrenó su propia adaptación para el teatro de la novela de la autora brasileña Clarice Lispector, La pasión según G.H.. En el 2022, estrenó la obra Los asesinos de los días de fiesta de Marco Denevi con la adaptación de Hernán Costa. Y Los otros Duarte en el Teatro del Pueblo, texto premiado de Gastón Quiroga que propone una nueva mirada sobre Eva Perón desde la perspectiva subjetiva y emotiva de sus medios hermanos. Estas tres obras están actualmente en cartel.