Un homenaje al poeta. Con humor, emoción y ternura. Eso logra Daniel Casablanca cuando sube a escena para ponerse en la piel de Enrique Santos Discépolo y entrega una puesta que combina pasajes desopilantes de comedia y cuadros emotivos. Discepolín, fanático arlequín se titula el unipersonal dirigido por Guadalupe Bervih, y escrito e interpretado por el integrante del emblemático grupo Los Macocos, quien asegura que en el célebre compositor hay algo “clownesco”.
“La vida de Discépolo es el grotesco mismo, un fanático, un arlequín, un payaso, un clown, un cómico, un actor, que sólo busca ser aceptado, ser querido”, dice Casablanca, que presenta su obra en el Espacio Experimental Leónidas Barletta (Diagonal Norte 943), los domingos a las 17. Según comparte, el proceso de montaje no fue sencillo. “Es una personalidad de muchas facetas, porque fue un famoso compositor de tangos, actor, autor y director de teatro y cine, y hasta un pionero en la organización por la defensa de los derechos de los artistas. Y me costó armar el espectáculo porque noté que sus textos eran muy pesados y, en algunos casos, hasta muy agresivos y confrontativos, y no le encontraba sentido del humor a eso. Ahí, entonces, apareció la idea de usar una máscara. Y lo primero que hice, dos años antes de empezar a ensayar, fue encargarle la máscara a Alfredo Iriarte. Y ahí todo fluyó”.
Discepolín cobró vida en plena pandemia, y las primeras funciones tuvieron lugar en la propia casa de Casablanca. “Con mi mujer Guadalupe Bervih, tenemos un garaje con telas y luces, y ahí hicimos las primeras pasadas para pocos invitados. Los nervios más grandes los pasé ahí”, cuenta el actor que escribió la dramaturgia inspirado en “Mordisquito”, el interlocutor imaginario de ideología conservadora con el que Discépolo se cruzaba en el programa de radio Pienso y digo lo que pienso para defender las conquistas del primer gobierno peronista.
Con un poco de ese material radial emitido en 1951, y con la lectura de Discépolo. Una biografía argentina, de Sergio Pujol y algunos textos de Armando Discépolo, Casablanca fue construyendo su propio personaje. “No es un espectáculo biográfico ni historiográfico, pero consumí tanta información que siento que puedo improvisar como si fuera Discépolo. Entiendo su pensamiento y su forma física de actuar”.
- ¿Cómo surgió este proyecto de homenajear a Enrique Santos Discépolo?
- Fue hace varios años. Yo tenía un poco de material de “Mordisquito”, y también había visto El Hincha, una de sus películas. Y en principio, inspirado en esa historia, pensé en hacer un unipersonal sobre un fanático de fútbol. Pero en 2015, durante las elecciones presidenciales, empecé a pensar más en la figura de Discépolo porque en ese tiempo sentí que se impuso la grieta. Si bien siempre hubo peronistas y antiperonistas, hasta ese momento no se hablaba de la grieta, y eso me llevó a pensar en él, porque precisamente los discursos de “Mordisquito” fomentaban la grieta y confrontaban de una manera directa pero con un montón de poesía.
-A propósito, en la obra hacés hincapié en su ideología peronista, y específicamente en el vínculo de afecto y admiración que tenía con Evita.
-Sí, él se jugó por una idea política, pero no desde un lugar de político sino desde un lugar de ser sensible. El defendió con fe y con el corazón una idea, pero mucha gente del arte, sus amigos, su hermano, sus maestros y el público en general se enojaron con su postura, y él se murió de tristeza un año después. Perón llegó a decir que ganó la segunda elección gracias al voto femenino y a “Mordisquito”. Y con Evita tuvo una relación de amistad. Ella lo llamaba “arlequín”. Hay una anécdota muy conocida acerca del día en el que a Evita no la dejaban entrar a Radio Belgrano. En aquel momento, ella todavía era alguien de perfil muy bajo, y Discépolo ya era una estrella de esa radio. Cuando vio que no la dejaban pasar, se acercó y dijo que ella estaba con él, y muchos años después Evita lo llamó para recordarle esa situación y desde ahí se hicieron muy amigos.
-¿Qué descubriste de Discépolo que no conocías?
-No conocía mucho de su vida ni de su carrera. Conocía tangos como “Cambalache” y “Yira, yira”, y algo de “Mordisquito”, que era algo que me atraía, pero no más, e investigando supe que era actor y autor. También empecé a ver sus películas, que no son muchas. Y supe que fue amigo de Lorca y de Agustín Lara. Era una personalidad fundamental de la noche porteña. El viajaba a España, y cuando volvía escribía los diarios de ese viaje para la revista Radiolandia, y lo que escribía era hermoso y además gracioso. Contaba cosas terribles pero con humor. Era como un Woody Allen argentino. Era genial. Y es un autor súper moderno.
-¿Cómo se lo recuerda hoy?
-Se lo recuerda sólo por algunos de sus tangos, como “Cambalache”, pero él fue mucho más que eso. El tango, en verdad, fue una casualidad en su vida, porque ni siquiera era músico. El escribía las letras, las tarareaba, y llamaba a un amigo músico para que hiciera la música. Su profesión era la actuación, y eso es lo que más me interesó rescatar de él dado que era su faceta más desconocida. El problema de Discépolo fue que la grieta lo crucificó en la historia, y por eso en la actualidad no están disponibles sus obras completas.
-Estás actualmente con otros proyectos de teatro y televisión. Debe ser gratificante volver al ruedo luego de tantos meses sin actividad.
-Sí, aunque durante la pandemia pude crear este unipersonal y junto con Los Macocos pudimos escribir Maten a Hamlet, un espectáculo al que le pudimos dedicar mucho tiempo y que seguimos haciendo los sábados y domingos en el Paseo La Plaza (Avenida Corrientes 1660). Por otro lado, también estoy como director general de una sitcom de Disney que se estrenará el próximo año y que está protagonizada por Darío Barassi. Se llama Chueco, y gira en torno a una familia que tiene un mono que habla. Es una suerte de homenaje a Alf. Estoy muy feliz con eso porque la televisión es un mundo nuevo y estoy aprendiendo mucho. Pero además, me siento pleno con lo que estoy haciendo en el teatro, y me siento súper maduro artísticamente. Discepolín aparece en el momento que estoy cumpliendo cuarenta años de carrera. Con este proyecto tenía libertad absoluta y quería hacer lo que más me gustaba, y en general hacer lo que más te gusta no es fácil.