Algo se pierde en la adaptación a la pequeña pantalla de La serpiente de Essex: el estilo conscientemente decimonónico del texto, intermedios epistolares incluidos, plafón formal ideal para un fondo de pulsante energía gótica. Lo que no zozobra en la traslación de un medio al otro es la historia del legendario ofidio marino que aterroriza a un pequeño pueblo pesquero del condado de Essex, las pasiones terrenales que pujan por abrirse camino, el combate a muerte entre la superstición y la ciencia, la fe religiosa y la certeza empírica. Traducida al castellano y lanzada en España por la coqueta editorial Siruela (el volumen nunca llegó a editarse en nuestro país), la segunda novela de la escritora británica Sarah Perry fue justa y ampliamente celebrada luego de su publicación en 2016 por su gran capacidad evocativa, complejidad y riqueza a la hora de construir hechos y personajes y, por último y no por ello menos relevante, la meticulosa interacción de intereses contemporáneos con un trasfondo pretérito, el Reino Unido de finales del siglo XIX. Una era de avances científicos y tecnológicos impensados unos lustros antes, de cirugías a pecho abierto y trenes que recorren los cimientos de Londres como si se tratara de enormes gusanos mecánicos. En un contexto de esperanzado progreso llegan las noticias de Essex. Luego de un terremoto de escala menor, dicen los asustados habitantes que la tremebunda serpiente marina, que ha acechado el pasado de esas tierras pantanosas rodeadas de agua, ha vuelto a hacer de las suyas, tomando vidas humanas como si se tratara de un ritual sacrificial. Quien lee los partes periodísticos es Cora Seaborne, una mujer de clase acomodada que acaba de enviudar de su esposo abusivo, y cuyo interés en la paleontología comienza a cobrar un nuevo ímpetu luego de las libertades concedidas por la muerte. El viaje de Cora, su sirviente y amiga íntima Martha y su pequeño hijo Francis al pueblo en cuestión, llamado Aldwinter, es el punto de partida de un relato pletórico de ardores y padecimientos, en el cual la presencia de dos hombres casi opuestos –el joven doctor Luke Garnett y el sacerdote William Ransome– marca los difusos límites entre el amor fraterno y el pasional.
Ya disponibles en la plataforma Apple TV+, los dos primeros capítulos de La serpiente de Essex (los cuatro restantes llegarán semanalmente) recrean las palabras de Sarah Perry en formato de folk horror cruzado con el melodrama clásico. Los personajes principales, Cora Seaborne y William Ransome, son interpretados por la estadounidense Claire Danes y el inglés Tom Hiddleston respectivamente, los rostros del duelo, las ansias renovadas y la batalla perenne entre las obligaciones personales y sociales y el deseo. Los extremos donde las creencias religiosas y la confianza en el desarrollo científico se tocan, produciendo chispas y provocando las miradas desaprobatorias de propios y ajenos. Mientras tanto, en Aldwinter, otra misteriosa muerte potencia aún más los miedos de los moradores, convencidos de que la serpiente de Essex, dormida durante tres siglos, ha despertado para ejecutar el pago por todos los pecados de quienes osan acercarse a las aguas. ¿Acaso la rubia cabellera de la recién llegada, interesada en investigar la posibilidad de que una criatura prehistórica habite en las profundidades marinas, es la responsable de los horrores acontecidos y aquellos por venir? Recordando el momento de la venta de los derechos de adaptación de su novela, Sarah Perry explica en las notas de producción distribuidas a la prensa que lo más importante era que se entendiera que su libro “trata sobre la amistad y la fe, la ciencia y la lealtad hacia el otro. Confié plenamente en la guionista Anna Symon porque ella comprendió que La serpiente de Essex es una novela gótica, una novela sobre las ideas y la amistad, y era claro que deseaba explorar ese costado y no contentarse simplemente con crear una visión estandarizada de cómo era la época victoriana”. Anna Symon, que entre otros trabajos para la televisión creó Mrs. Wilson, serie británica sobre la abuela en la vida real de la actriz (y protagonista) Ruth Wilson durante la Segunda Guerra Mundial, el libro “es la historia de una criatura mítica. Y es muy compleja. En un texto se puede insinuar algo sin que eso aparezca en una sola línea de la prosa. En una serie de televisión hay que tomar decisiones del tipo ‘¿qué vamos a mostrar?’ ‘Qué es lo que va a ver la audiencia?’ En este caso hay muchas historias entrelazadas de manera intrincada, y el primer desafío fue hacer un desglose de esas subtramas. Nos pasamos semanas en el cuarto de escritura metiéndonos en la novela, tratando de resolver el problema de cómo trasladar esos relatos a la pantalla”.
“¿Estás triste? Entonces, ¿por qué no estás llorando?”. Las palabras del niño Francis dan en el clavo. Cora ha enviudado pero la tristeza no termina de aflorar. Tal vez nunca lo haga. Al fin y al cabo, aquel hombre al cual conoció siendo muy joven, ese hombre rígido y a veces violento, impidió de manera consciente que su mundo pudiera abrirse a otras dimensiones. En el libro, Perry describe así el primer paseo de su heroína en Essex, lejos del mundanal ruido de Londres, que conoce tan bien y que ansía dejar atrás por un tiempo: “Se imaginó que ella era parte de aquel todo, y no pudo contener la risa y, reclinada contra un tronco, al alcance de la cháchara de un tordo, alzó la mano y se puso a buscar líquenes verdes despuntando en los pliegues entre dedo y dedo. ¿Había estado siempre allí aquella tierra negra maravillosa en la que se hundía hasta los tobillos, aquellos líquenes de color coral que les ponían flecos a las ramas a sus pies? ¿Había existido siempre el canto de los pájaros? ¿Siempre la lluvia había caído así, como con una caricia, como si fuera ella también el habitante? Había que pensar que sí, y que lo había tenido siempre muy cerca de casa. (…) Era una dicha que no la había acompañado siempre en las últimas semanas. Le venía a veces un recuerdo de la pena, y por un espacio de tiempo tenía que aprender a respirar de nuevo y sentía una oquedad en las costillas. Como si la drenaran, como si hubiese estado compartiendo un órgano vital con el hombre muerto y, de no usarlo ahora, se le atrofiara”. En pantalla, el mundo interior de Cora debe necesariamente construirse a partir de gestos, miradas y diálogos, y Claire Danes aporta presencia y complejidad en un rol que requiere de risas nerviosas, de ojos esperanzados y al mismo tiempo tristes. La relación con el matrimonio Ransome, el vicario William y su esposa Stella (la francesa Clémence Poésy), comienza de manera cordial y crece hasta forjar una amistad, aunque los acontecimientos externos y las propias emociones de los personajes provocan más de un sacudón. La llegada a Essex del prometedor cirujano londinense, el doctor Garrett (Frank Dillane), eterno enamorado de la viuda, suma otro elemento pasional, dibujando la eterna silueta del triángulo.
¿Y el terror que surge desde las oscuras aguas? ¿Es acaso un monstruo real y concreto, capaz de destrozar la carne humana y desecharla como si se tratara de algo despreciable? ¿Es un ser atrapado en un tiempo que no le es propio, condenado por las teorías darwinianas a ser tratado como un eslabón perdido de la cadena evolutiva? ¿O quizás sólo se trata de una metáfora de algo menos concreto pero no menos terrible, los miedos más humanos que puedan llegar a imaginarse? Cora escarba en el pequeño acantilado y encuentra una piedra con incrustaciones animales, resabios de un planeta ya extinto, pero igualmente presente en esos recuerdos del pasado. La protagonista está empeñada en demostrar algo de lo cual no conoce todos los detalles, ante la tozudez de los pueblerinos –congelados en el rictus de la superchería, con sus cruces de madera adornadas con animales muertos, parientes del ajo aleja vampiros– y las objeciones del reverendo William, para quien la ciencia siempre reemplazará una teoría por otra, cualquier idea sobre el universo por una más reciente, mientras que la fe es y será, por siempre jamás, indispensable para la subsistencia del ser humano. Cuando camina por zonas pantanosas y escarba acantilados, Cora usa pantalones, algo casi imposible de ver en una mujer en la década de 1890. Entrevistada en el momento de la publicación de la novela, Perry reflexionaba sobre el uso del pasado como trasfondo para un drama moderno. “Una de las cosas en las que creo más firmemente es el hecho de que las novelas históricas no son sobre el pasado. Cora, por lo tanto, no es un personaje creado para que el lector piense exclusivamente en las mujeres victorianas, sino también en las mujeres contemporáneas. La elección del siglo XIX es filosófica: nunca me han interesado las diferencias con el pasado sino las similitudes; la idea de que ellas no eran muy diferentes a nosotras en sus deseos, sus miedos, su sentido del humor. Por eso la elección de un siglo XIX terminal, en el cual existen los radiadores, la anestesia, el socialismo y el feminismo”.
Los seis capítulos de The Essex Serpent fueron dirigidos por la inglesa Clio Barnard. Se trata de la primera incursión en el universo de las series de la directora de largometrajes como Ali & Ava y Dark River, y el hecho de contar con una única realizadora le aporta al relato un carácter definidamente homogéneo en cuanto a ritmo y estilo. No es un detalle menor: lejos de optar por la velocidad crucero de muchas producciones contemporáneas, la saga de Cora se desarrolla sin apuros y es recién en los últimos dos episodios cuando muchas cuestiones comienzan a tener un sentido completo. A cambio de una celeridad que la trama no requería, La serpiente de Essex se detiene en las diferencias abismales entre la calidad de vida de los más acomodados y aquellos que sobreviven en los márgenes de la sociedad urbana, con esos decadentes complejos de habitaciones ideales para la proliferación de enfermedades como el cólera. También en la resistencia de la institución médica a probar nuevas técnicas quirúrgicas y en la inevitable lucha de la heroína por abrirse paso en un mundo –el de la paleontología; es decir, el de la ciencia– reservado históricamente para los hombres. En el centro, sin embargo –más allá de la serpiente gigante de Essex, del deseo erótico, de la necesidad de la amistad en las buenas y en las malas–, está la encarnizada lucha de Cora por comprender quién es ella luego de la muerte de su esposo. Una búsqueda no exenta de sinsabores y dolores que es también una reinvención y un grito destinado a resonar con fuerza en el futuro, en ese siglo XX que comienza a asomarse.