Algunas veces no logramos recordar un nombre, una fecha o una dirección que buscamos afanosamente en nuestra memoria aun cuando sería prácticamente imposible tal olvido debido a nuestra familiaridad con el dato buscado. En cambio, otras veces no podemos olvidar una melodía pegajosa, un pensamiento machacante o una idea absurda. Cuando así ocurre, estos fenómenos obsesivos nos invaden, infestan nuestra vida mental y no los podemos quitar de encima.
Es necesario partir del hecho de que no es pertinente dar una respuesta general a situaciones particulares ya que cada caso es diferente. Por otra parte, desde la publicación de La psicopatología de la vida cotidiana, de Sigmund Freud, en 1901, ha preponderado la difusión de lapsus linguae y olvidos como formaciones sintomáticas y, en cambio, se ha desatendido lo que podríamos llamar la ineficacia del olvido.
Sin embargo, cuando un contenido de pensamiento o una idea machacona no nos abandonan, eso también forma parte de la psicopatología cotidiana. Aquí me interesa señalar dos tipos de presencias --me refiero a los fenómenos que durante un tiempo no se dejan olvidar--. Cada una de ellas responde a hipótesis causales diferentes. Me referiré aquí a la especificidad de estos dos tipos de presencia inolvidable y sus determinaciones inconscientes.
Dos tipos de presencias que no se dejan olvidar
El primer tipo de presencia mental obstinada comparte la lógica de los olvidos sintomáticos. En ellos, el material que se pretende recordar se nos oculta por el hecho de mantener vínculos con contenidos reprimidos --es decir: sofocados a causa del sufrimiento psíquico que ocasionan--. En las presencias obstinadas ocurre lo mismo: el fenómeno parasitario tiene vínculos con un material inconsciente reprimido y, por lo tanto, funciona como representante de dicho contenido. Tal vez el ejemplo típico con que cuenta la teoría psicoanalítica sea el comentado por T. Reik en La melodía inquietante, su estudio sobre Gustav Mahler, a propósito de un encargo que le hace Freud: la redacción del discurso fúnebre dedicado al recientemente fallecido K. Abraham.
Por otro lado, algunas veces las presencias lamentablemente inolvidables, omnipresentes, obedecen a otro tipo de origen. En estos casos, ellas no obedecen a las determinaciones de un contenido reprimido del cual son sus representantes en lo consciente. Este otro tipo de presencias tenaces dan cuenta de contenidos traumáticos que en su franqueamiento de la barrera del dolor no acceden al estatuto de la represión, ya que para ello deberían pertenecer de pleno derecho al registro simbólico. En este caso, se trata de irrupciones de lo real que, desde fuera del aparato psíquico --para utilizar la metáfora freudiana- -pujan por ser admitidas en él. Tal insistencia suele arrojar como productos la siguiente variedad de fenómenos: ideas obsesivas, sueños recurrentes, flashbacks y otras presencias similares. Estos fenómenos comparten una característica estructural: intentan inscribir en lo psíquico una experiencia que, por traumática, se ha producido por fuera de la posibilidad de subjetivación. Dicho de otra manera, ellos son intentos de “ligar” --para decirlo con un término freudiano-- aquellas esquirlas significantes traumáticas “desligadas”.
Dos tipos de causalidad
En el primer caso, la presencia molesta es símbolo de la represión de los contenidos sufrientes. En el ejemplo mencionado, Reik, profundo admirador de Mahler, a partir del encargo de Freud del panegírico para Abraham, desde ese momento hasta la escritura y finalmente alocución del discurso en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, fue acosado repetitivamente por los primeros compases del coro final de la segunda sinfonía. Una obra que en sus inicios fuera compuesta como marcha fúnebre y en su movimiento final incluye la oda titulada “Resurrección”.
A Reik le sorprende no solamente la presencia obsesiva de la melodía, sino su liberación de la misma luego de pronunciado el elogio fúnebre. Al cabo de ello, Reik nos cuenta que su relación con el recientemente fallecido era de tono similar a la que su admirado Mahler, el autor de la melodía automática, había mantenido con su maestro Hans von Bülow. Ambas parejas de varones representaban profesor y discípulo. Además, otra coincidencia: en contra del sueño del joven Mahler de componer música, von Bülow le había lanzado una terrible admonición: “lo suyo no es música, es lo más horrible que he escuchado, no se dedique a componer”. Por su parte, Abraham, con quien Reik se había analizado, le había dicho que se dedicara a la investigación y a las actividades académicas, pero que no practicara el psicoanálisis.
La pronunciación del discurso fúnebre produjo el cese de la melodía obsesiva. Según el análisis del propio Reik, su alocución pública lo liberó del agobio que representaba la palabra admonitoria de Abraham en contra de sus aptitudes como psicoanalista: finalmente, el que había muerto era su enemigo. De este modo, el análisis de este episodio devela la lógica identificatoria de Reik con Mahler y la consecuente analogía evocada por las dos parejas de varones, maestros y discípulos, represores y reprendidos, en ambos casos.
En cuanto al segundo tipo de presencia inquietante, molesta, los flashbacks, sueños recurrentes y también ideas hiperintensas y obsesivas, ellas no producen formaciones sintomáticas insertadas en la trama discursiva que, en el caso de una consulta, se entabla entre el paciente y el clínico. Cuando este último es un analista hay lugar para que los matices más sutiles del recuerdo y del olvido tomen su lugar en la conversación, exponiendo de ese modo la lógica que sostiene la formación sintomática y, por eso mismo, la posibilidad de su deconstrucción. En este segundo tipo de presencia traumática, lo que está en primer plano es la angustiay la potencia traumatizante una vez más, la mostración de la continuidad discursiva interrumpida violentamente por fenómenos extraños a su naturaleza.
En el primer caso, la presencia molesta e inolvidable representa el padecimiento psíquico reprimido a través de una manifiesta ineficacia del olvido. El resultado es que, para mantener a raya lo sepultado, se torna necesaria una presencia constante que funciona como tachadura de que hay represión, al mismo tiempo que la delata, en una manifestación irónicamente distractiva de retorno de lo reprimido. En el segundo caso, la presencia invasiva encarna lo traumático no subjetivado que busca enlazarse a la urdimbre de lo simbólico, hecho dificultosamente posible, salvo que una escucha analítica aloje ese fuera de discurso que atormenta y con él la posibilidad de un sujeto allí donde solo hay angustia y desasosiego.
Martín Alomo es psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación.