La mezzosoprano española Teresa Berganza murió a los 89 años. De reconocido prestigio, llevó por los escenarios de todo el mundo una extraordinaria técnica que la elevó al podio de los mejores cantantes operísticos del siglo XX, un virtuosismo que ella atribuía no solo a un don innato sino al estudio tenaz y la disciplina, que defendió con ahínco: "Yo soy música antes que nada".

Nacida en Madrid en 1933, Berganza paseó su voz por la Scala de Milán, la Ópera de Viena, el Covent Garden de Londres o el Metropolitan de Nueva York y el Teatro Colón. 

Antes de elegir el canto estudió piano, armonía, música de cámara, composición, órgano y violonchelo.

La zarzuela fue el género que constituyó uno de sus emblemas musicales, junto a Rossini y a Mozart.

Junto a Plácido Domingo y otros gigantes de la ópera como Montserrat Caballé, Victoria de los Ángeles, José Carreras, Pilar Lorengar y Alfredo Kraus fue galardonada en 1991 con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.


Dedicada a la docencia musical, sobre todo desde finales de los 90, se retiró de las tablas, tras 58 años, en 2008 al quedarse sin voz durante un espectáculo.

Berganza se divorció dos veces y tuvo tres hijos, una de ellas la soprano Cecilia Lavilla.

En su voz brillaron los papeles de Cherubino en "Las bodas de Fígaro", Rosina en "El barbero de Sevilla", Angelina en "La Cenerentola" o el de la mejor "Carmen" de Bizet. Solo se quedó "con las ganas" de cantar "Tosca", de Puccini", y "La traviata", de Verdi.


La mezzo madrileña presumía de no haber forzado nunca su voz, algo que intentaba inculcar a sus alumnos, y de ser una artista con personalidad propia.

Teresa Berganza siempre cantó para el público, en un acto de "amor, de entrega y de humildad", recalcaba.