Portada original de Musicasión 4 1/2

En la soledad del living de casa, a la tarde, cuando daba el sol sobre una cortina verde claro, estaba yo, sentada con la tapa de Musicasión 4 1⁄2 en la mano, escuchando el disco. No tenía idea de dónde había salido, pero estaba ahí y lo ponía una y otra vez; salteaba algunas partes y escuchaba otras con suma atención, incansables veces. Me acuerdo, cuando oía “Suena blanca espuma”, me imaginaba a un grupo de señores sentados en una playa y lo blanco era su barba. Esas cosas que pasan con la música, que representan una imagen que nunca se sabe de dónde sale y es siempre la misma. Por eso la recuerdo ahora, 50 años después.

Musicasión 4 1⁄2 era un disco que yo no mostraba a mis amigos, primero, porque todavía éramos muy chicos como para compartir música y, segundo, porque las veces que aparecía alguien no parecía hacerle mella. Musicasión 4 1⁄2 es algo que guardé para mí y me alimentó sin que me diera cuenta. Canciones como “Muy lejos te vas” es de esas maravillas que uno puede cantar a capella de principio a fin: empezando por la tumbadora, la increíble entrada del bajo, que aparece en los intervalos de la melodía como eslabones para seguir andando, y sin faltar jamás el “¡papú!” antes de que vuelva la estrofa. “Hombre” era otro de mis temas favoritos, veía (y aún veo) un desierto un poco oscuro, más color tierra, y en el polvo, gente se mueve. En realidad, todas las canciones del disco tienen esa cualidad: la de llevarte por un camino que seguís con sus subidas, sus vueltas y sus vericuetos. Y siempre son los mismos. Cada vez que escucho esa canción (me doy cuenta ahora) le presto atención a las mismas partes. Sigo una línea melódico-rítmica. Puedo compararlo con el viaje en colectivo al colegio. Siempre miraba por la ventanilla lo mismo: habiendo una ciudad entera delante de mí, yo miraba siempre la misma puerta, el toldo rojo, el kiosco de revistas, un balcón determinado, trazando siempre la misma línea que dibujaba el viaje.

De todos modos, esto lo puedo decir ahora, años después, cuando al hablar con otros músicos empezaron a aparecer frases como “la línea de bajo” o “el arreglo de la viola”. De golpe me fueron develados los secretos y vi los hilos de las marionetas. Sufrí la pérdida. Para mi era todo una sola cosa, como una pintura: yo no veía las pinceladas, ni los colores; no separaba los instrumentos (que ni siquiera los consideraba presentes, porque no son más que herramientas para llegar al resultado final), ni sabía quién hacía qué. Era una cosa terminada que me llevaba de viaje a través del universo abstracto y propio de la música. Con los años me corrompí y rara vez me pasa (y soy muy feliz cuando sucede) que algo nuevo me impacta como un cuadro, que me lleva directamente al mundo puro de la música, en el que los intérpretes tampoco existen. Como debe ser: todos en función del viaje.

Letra manuscrita del tema Príncipe azul (archivo Verónica Indart)

Musicasión 4 1⁄2 llegó a casa porque Eduardo Mateo se lo regaló y dedicó a papá cuando estuvo en Buenos Aires grabando Mateo solo bien se lame en Estudios ION. Y yo lo atesoré como disco de cabecera junto con alguno de los Beatles, El niño y los sortilegios de Ravel y Canciones para mirar de María Elena Walsh con Leda Valladares.

Creo que hago lo que hago porque escuché Musicasión 4 1⁄2 desde mi más tierna infancia. Sólo con dos personas he podido compartir el amor, ¡la pasión! por las maravillas que la música uruguaya de fines de los 60 y principios de los 70 nos dio. Ellas son Alejandro Franov y Mario Agustín González, con quien me reencontré después de una pelea, en agosto del 2020.

Después de ajustar las diferencias que nos habían alejado, Marito me contó algo que me dejó estupefacta: mientras estábamos distanciados, un amigo suyo lo llamó para contarle que su mamá se mudaba y que iba a deshacerse de un montón de discos “de esas cosas raras que te gustan a vos”. El sabía que Marito era la persona indicada para tenerlos, y le ofreció ir a buscarlos. Marito salió raudo en plena cuarentena en el auto de otro amigo a buscar los vinilos. El otro amigo era Roque Di Pietro –periodista y editor de discos y libros de música–, el único dispuesto a desafiar el confinamiento. Los discos eran muchos y al salir vio, medio arrumbada, una caja de cartón con cintas adentro. Preguntó: “¿y esas cintas?”. “Ah”, le dijo la mamá de su amigo, “son cintas en las que solíamos grabar discos para no arruinarlos. Si querés, llevátelas, no creo que encuentres nada interesante ahí”.

A Marito no le alcanzaban las manos para llevarse las cosas. Y con la avidez, la excitación y el temor absurdo de que alguien viniera y se llevara todo antes que él, empezó a cargar el ascensor mientras la mamá le decía: “¡arriba hay más!”. La mamá de su amigo, Joaquín Píriz, no era nada más ni nada menos que Victoria, la ex mujer de Carlos Píriz. Cuando con el auto lleno llegó a su casa , empezó a revisar las cajas y de pronto leyó cosas como “Información para corte de acetatos: Don Pascual / Ni me puedes ver”. Casi se infarta. Pero lo mejor fue cuando empezaron a aparecer títulos desconocidos dentro de las planillas de cintas de El Kinto, como “Rosa” y “Solo me he de quedar”. Empezó a faltarle el aire y lo peor: estábamos peleados y no podía compartirlo conmigo.

Las cintas recuperadas (Foto: Maximiliano Pezzoni)

Marito se dedicó a limpiar y a catalogar las cintas, cosa que le llevó largas semanas. No tardó mucho en darse cuenta de que había que hacer algo con todo eso: se acercaba el 50 aniversario de Musicasión 4 1⁄2 y entre los hallazgos también estaba la copia del master de la edición original de 1971, nunca reeditado desde entonces. Con la idea más o menos clara, fue a través de Roque –encargado de editar las últimas dos ediciones del libro Razones locas: El paso de Eduardo Mateo por la música uruguaya–, que se puso en contacto con el periodista Guilherme De Alencar Pinto (autor de Razones locas) para ver cómo poder llevar el proyecto a cabo.

Después de contarme todo esto, llegó el momento de mostrarme las canciones. Las escuchamos una única vez directo de las cintas mientras las bajábamos a digital, sin saber con qué nos íbamos a encontrar (bueno, Marito sabía) y si bien el orden era completamente aleatorio, parecía que hubiera sido un disco pensado así como lo oíamos. Cuando escuché “Rosa” casi me desmayo. Le pedí que lo pusiera de nuevo, y otra vez y una vez más. Estuve en shock varios días hasta que pude ir escuchando el resto, todo de a poco y con la misma intensidad. La guitarra esa de Mateo en “Rosa” es una de las cosas con más swing que yo haya oído jamás; la voz de terciopelo de Urbano, con la gracia de un músico de veras; la letra; los arreglos... ¿¡cómo podía ser que eso hubiera quedado sin ver la luz durante tantos años!?

Durante un larguísimo tiempo sólo pude escuchar estas canciones. Siempre fui muy fanática de Urbano, desde que escuché por primera vez a El Kinto, aunque fue mucho después que supe que era él el que hacía esas cosas maravillosas (hace muchos años me lo encontré en el Polonio y le declaré mi amor, pero él no tenía ni idea de quién venían esos halagos). La base para “Las cosas”, canción que nunca se terminó, es tan sugestiva que el tema está tácito, pero está. ¡Esa batería, por favor! una locura esa base. Cuando Marito me mostró todas estas cosas, empezamos a fantasear con la idea de la reedición más concretamente. Yo quería ser parte de eso.

Lo primero que hicimos fue encontrarnos con Carlos Píriz, esperando que nos dijera “no, chicos... esto fue un error, devuélvanme todo”, pero no, con su parquedad característica, nos dijo: “Cuenten conmigo para lo que quieran”. Salimos de Moebio saltando en una pata, no podíamos creer que teníamos la venia y la bendición de Píriz para seguir adelante con el proyecto. El paso siguiente fue, entonces, licenciar el álbum a Sondor, cosa que gestionó Roque. Y una vez que firmamos, empezamos a llamar a todos los participantes del disco para contarles sobre las canciones inéditas.

Fue realmente gratificante la emoción y la alegría con la que la noticia fue recibida por todos ellos. Tuvimos conversaciones de horas con cada uno: Urbano, Diane, Rada, Verónica. Fue lindísimo, como si nos conociéramos de siempre (bueno, yo en el fondo, los amaba desde muy temprana edad).

Este proyecto fue el resultado de las casualidades de la vida: que justo las cintas hayan ido a parar a manos de Marito; que justo Marito y yo fuéramos amigos y por ende terminaran en mis manos también. Fue, siento yo, como un círculo que se cierra. Tan potente que me llevó, nos llevó, a fundar un sello, cosa que jamás se me habría cruzado por la cabeza.

La alegría y entusiasmo con el que todos recibieron la noticia fue un condimento esencial a la hora de llevarlo adelante.

Así que gracias. Gracias a la vida que me ha dado tanto.

La preventa de Musicasión 4 1/2 comienza el viernes 20, a través de Sonamos (sonamos.com.ar) y en Uruguay por Little Butterfly Records (@littlebutterflyrecords). La salida del disco está anunciada para el 3 de junio en argentina, y el 14 de junio en Uruguay.

El Kinto, en su formación sin Rubén Rada (Foto: archivo Guilherme De Alencar Pinto)

AQUEL GRUPO FANTASMA

Por Rubén Rada

Los Beatles, los Rolling Stones, los Kinks y todos los grupos de esa época que estaban en Inglaterra, tenían los medios y los productores que bancaban para que pudieran desarrollar sus ideas en un estudio y hacer las cosas de la mejor manera. El Kinto solo contaba con un equipo de guitarra, uno de bajo y las congas, que yo ponía entre las patas de un banquillo de boliche al revés. No teníamos nada. Así todo, no le temíamos a ningún conjunto.

Como tantos proyectos que aparecieron en su momento y que se desarmaban, El Kinto fue un grupo fantasma, que nunca trabajó para una compañía. Pero también fue una bendición, una casualidad: nadie nos contrató para grabar un disco y, luego de millones de años, me encuentro con un proyecto que nunca hicimos, que se dio gracias a Rubén Castillo, que hizo Discodromo Show y nos invitaba a tocar ahí.

El Uruguay produjo por año una cantidad enorme de artistas (grupos, solistas) que desaparecieron, y El Kinto sobrevivió. Sobrevivió al tiempo. Y fue gracias al gran Carlos Píriz que la música de El Kinto existe en disco o cassette, ya que Píriz supo guardar esas maravillosas músicas grabadas originalmente para Discodromo Show.

Urbano, Chichito Cabral, Antonio Lagarde, Luis Sosa, Walter Cambón, Diane Denoir, Verónica Indart, y Eduardo Mateo –que fue lo más grande que conocí en mi vida– son las personas que curtieron y pueden hablar de El Kinto Conjunto y Musicasión 4 1/2. Contaron con el talento de Horacio Buscaglia para Musicasión, que fue, para mí, el mejor concierto que se haya visto y escuchado de la música uruguaya.

En Latinoamérica, en ese momento, no hubo un grupo como El Kinto. Si hubiéramos nacido en Inglaterra, sería recordado como hoy, pero por mucha más gente en el mundo. Pienso también que, si El Kinto hubiese cruzado a Buenos Aires, sería uno de los mejores grupos de culto de la historia de la música rioplatense. Fue una suerte –un duende que pasó por Uruguay e iluminó a Mateo, a todos sus músicos, y un poco a mi también– que pudiéramos lograr esa música tan maravillosa.

Viva Musicasión y El Kinto Conjunto por siempre. Amo a El Kinto.

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Esta Nota de Tapa se completa con una columna de Guilherme de Alencar Pinto, que también se podrá leer completa en la reedición de Musicasión 4 1/2.