El boxeo aún permanece en la mira de prejuicios que lo describen como “violento y salvaje”, y se pierde de vista su tarea social, humana y de vinculación. Para destrabar el estigma sembrado en tiempos lejanos, un proyecto barrial y deportivo, sale a contar la historia desde otra mirada, rescata los aspectos positivos de esta actividad y se posiciona como opción a los centenares de gimnasios que practican este deporte en Buenos Aires. El lugar se llama “La cultura del barrio”, está ubicado en la calle Murillo al 900, a pocas cuadras de Av Juan B Justo, y desde hace once años viene alentando varias consignas: cualquiera puede entrar al universo del pugilato, romper la barrera de las diferencias.
“Nosotros formamos parte de una cultura callejera que no tenía espacios propios. Teníamos una necesidad de conseguir un lugar y desde lo cultural empezamos a hacer esto que denominamos La cultura del barrio. El primer lugar que conseguimos en 2011 estaba en la calle Velasco, también en Villa Crespo. Lo arrancamos más que nada con el objetivo de un lugar para estar. Amigos, bandas de música de amigos y fue corriéndose la voz, hasta que empezaron a recomendarlo y la agenda de actividades se empezó a llenar. Trajimos un profe de Kick Boxing y después arrancó boxeo. Los deportes se fueron profesionalizando y se fue sumando más gente a entrenar. El lugar nos empezó a quedar chico y en 2015 nos mudamos a donde estamos ahora”, dice Luis Tabera, secretario y fundador del club.
La nueva locación está en un edificio restaurado, en el que antes funcionó una fábrica que ensamblaba computadoras. Al ingresar y subir unas escaleras, se llega a un gran buffet decorado con banderas y camisetas de fútbol. Varios murales intervienen las paredes y la premisa es clara: no a los prejuicios. Se definen como el primer club barrial antifascista del país y de Latinoamérica, libre de “xenofobia, racismo y machismo”. “Al venir del antifascismo creemos en un montón de formas que son alternativas a lo que ya existe: creemos en la economía social, en el cooperativismo y vamos por esa línea”, cuenta Tabera. “Somos un club social y deportivo, y demostramos que se pueden hacer las cosas de otra manera. Clubes de barrio hay millones, el tema estaba en ver cómo nos diferenciábamos. Y la diferencia está en que justamente creemos que las cosas se pueden hacer de otra manera, desde las alternativas. Volvemos a la vieja lógica de clubes de barrio frente a la mercantilización del deporte”.
Y agrega: “El club de barrio nos vino justo a lo que nosotros buscábamos como lugar que nos aglutine. Y qué hicimos: desde lo deportivo, ser lo más profesionales posible. Bruno –el profesor de boxeo– hizo boxeo toda su vida, pero después quiso ser director técnico de boxeo. Hizo el curso en la Federación Argentina de Box y le dieron el título. Todas las personas que hoy dan clases acá tienen el mismo el título. Después conseguimos un ring profesional. Nosotros no competimos y demás, pero estamos a la altura de un montón de escuelas de boxeo que son centenarias, haciendo las cosas de otra manera”
El aspecto social, el cooperativismo y la rápida adhesión a sus propuestas, ayudó a que se animen a expandir sus fronteras. A través del deporte, lograron plantar bandera en los barrios y además de enseñar el arte pugilístico, se concentraron en darle de comer a los pibes y pibas que todos los sábados concurrían a sus talleres. “El boxeo nos sirvió para entrar a los barrios. Tenemos un proyecto territorial que se llama Boxeo Popular que arrancó en Dock Sud y la Isla Maciel, pero hoy se hace solo en la Isla. Ahí se dan muchas otras cosas que por ahí acá no se ven. Nosotros en ese proyecto trabajamos con adolescencia y niñez y tenemos otras problemáticas que no son las que tienen las personas que vienen acá”, cuenta Tabera y sostiene: "Nosotros como organización tenemos tres preceptos fundamentales: organización de base, el apoyo mutuo y generar alternativas. En base a eso hacemos todo. Con boxeo popular estamos haciendo eso. Generar un espacio de contención y volver a reafirmar un montón de cosas que no están, que no se dan y volver a atacar problemáticas desde nuestra postura”.
Entre las cuerdas
–¿Cuándo sintieron que el proyecto estaba creciendo más de lo que esperaban?
–Un momento fuerte se dio en el momento que arrancamos con en el primer espacio, porque se empezó a acercar gente que no era del círculo. Venían a entrenar y hacer deporte. Ahí nos chocamos con la realidad de que ya no solo entrenábamos con pares y amigos. El rol se vuelca más al de profesor o de alumno y no tanto a hacerlo como hobby. Estar al frente de una clase fue un primer quiebre y después pasar a estar acá con un gimnasio de primer nivel, cuando hay tan pocos. Tiene todas las instalaciones de un gimnasio de primer nivel de boxeo: ring profesional, un montón de bolsas, un espacio enorme. Eso da cuenta del nivel de compromiso que le metemos a las actividades. (Responde Bruno Szerman, profesor de boxeo y coordinador de la parte de deportes)
–¿Cómo se manejan los sueños de aquellos que llegan a entrenar boxeo con el afán de ser campeones mundiales?
–Primero tenemos que bajarlo a la realidad. El 1 % de los boxeadores se salva, los demás laburan el doble, porque tienen que trabajar y después entrenar. Siempre recomiendo tener una profesión y hacer boxeo porque te gusta. Está buenísimo tener sueños –ser campeón mundial–, pero lo mejor es tener objetivos más cortos. Eso a nivel deportivo. A nivel humano: ser mejor persona, poder compartir un espacio, relacionarse. En estos tiempos se está perdiendo bastante el poder encontrarse, más allá de la pandemia. Ya veníamos con el tema del individualismo, que cada uno se salva solo y el club lo que viene a traer es un espacio para encontrarnos, juntarnos y hacer.
Todos los años en el club hay exhibiciones de boxeo. El evento fue creciendo año a año y fue sumando más visitantes. La última se hizo hace un mes y concurrieron más de 500 personas, entre distintos gimnasios y espectadores. “Huracán, Almagro, Atlanta, todos los gimnasios consolidados vienen a los festivales. Eso es por el nivel de profesionalismo al que apuntamos. Se fue mejorando mucho la organización festival a festival y eso lleva a que las escuelas quieran venir. Se sienten cómodas, pelean todos los pibes y las pibas que se anotan”, dice Szerman. “En esta instancia donde se sube gente novata al ring, que está dando sus primeros pasos, se le da una entidad importante. Se los llama por su nombre, por su escuela. En otros festivales no se hace eso. Acá se le da calidez a la presentación. Para los profes eso también está bueno”, revela.
A una de esas presentaciones, sin que lo sepan, se acercó Carlos Irusta, periodista de larga trayectoria en el boxeo. Llegó por propia curiosidad y quedó pegado al ring, entusiasmado con el semillero que se estaba gestando en Villa Crespo y por la camaradería entre los distintos clubes y gimnasios. “No existe rivalidad ni competencia. No es que venís al club de otro lugar y te miran raro. En el último festival, todas las escuelas se sacaban fotos con los murales que tenemos acá. Estaban muy felices. Eso es una devolución que está muy buena”, concluye Gabriela Mink, presidenta del club.