“No me gusta tu aspecto, esto no puede seguir así. Te tienes que ir de la casa”. Con esta frase, que resumía el camino que la vida de Jimmy Butler estaba tomando a los 13 años, su madre lo echó de su propio hogar. El chico estaba entrando en la adolescencia, momento decisivo, de quiebre... Y a ella no le gustaba en lo que se estaba convirtiendo. Acuciada, sola, sin la ayuda de su marido, quien como muchos hombres afroamericanos de Estados Unidos se había marchado, tomó una determinación tajante y, de repente, el pequeño Jimmy se encontraba solo, como un homeless, en una pequeña ciudad llamada Tomball, en los suburbios de Houston (a 40 km), mayormente poblada por blancos (80%). Una situación desesperante, porque tampoco tenía familiares a los que recurrir. Pero Jimmy, fiel a su personalidad, supo surfearla. Durante casi dos años se la pasó viviendo en distintas casas, básicamente de amigos. Cuando se agotaba el tiempo en una, se iba a otra. Hasta que conoció a su amigo de la vida, Jordan Leslie, y encontró su nuevo hogar. Michelle Lambert, su madre, se convirtió en la figura materna que él necesitaba y se aferró al básquet como tabla de salvación. Así la vida cambió. Para siempre. Casi 20 años después, Butler es millonario y parte importante de la mítica NBA, una superestrella desde hace ocho, que intenta ganar un título con Miami Heat, el mismo que se le escapó por poco, hace dos años, cuando brilló pero perdió la final ante los Lakers y que ahora lo tiene de nuevo, a dos pasitos –jugará la final del Este ante Boston Celtics, que se impuso 4-3 en su serie de semifinales al vencer ayer Milwaukee Bucks por 101-77–. Por lo pronto, lo suyo inspira. Su historia, digna de una película, vale la pena conocerla. Para emocionarse y aprender, porque no se supone que este hombre, hoy de 32 años, llegaría a este lugar…

Quedarse sin padre y crecer sin una figura paterna fue difícil, pero es complejo imaginarse cómo fue quedarse huérfano, sin hogar, cuando apenas Jimmy estaba despertando a la vida… Por suerte, se trataba de un chico querible que supo mantenerse a flote, aferrado al deporte y a la amistad… Fue a los 17 años, en su último año de secundario, cuando se produjo un quiebre. Fue cuando conoció a Jordan, una figura incipiente del fútbol americano de la región –sería elegido en el draft de la NFL, donde jugó del 2015 hasta el 2018- quien un día lo retó a un mano a mano en el básquet. Aquella competencia circunstancial dio paso a una amistad entrañable. Y así llegó Jimmy a la casa de los Jordan. En realidad, a la casa de una familia ensamblada, numerosa, de clase media, a la que no le sobraba nada, salvo la empatía y el amor por el prójimo.

Michelle, la madre, blanca, rubia y de amplia sonrisa, había tenido tres hijos pero, como tantas mujeres en USA, se había quedado sola en la vida, en este caso por el fallecimiento de su esposo. Pero apareció Michael, quien a su vez tenía tres hijos de una relación anterior. Ellos ensamblaron una nueva familia, que ya tenía seis hijos cuando Jimmy llegó a la casa. Económicamente, mantener a un nuevo integrante no era una decisión fácil, pero el corazón era más grande que la billetera…

Desde lo económico no fue sencillo para esta nueva pareja de clase media recibir a un séptimo integrante, pero el amor pudo más… Jimmy, con apenas 1m50, decidió dejar el fútbol americano, el deporte donde había conocido a Jordan. Al revés que su amigo, quien terminaría haciendo una interesante carrera, siendo elegido en el draft de la NFL (en 2015) y jugando tres años en la famosa liga. “Leslie era más grande, rápido y fuerte que yo. Yo, realmente, temía que me aplastasen y tampoco me gustaba el sol y el calor”, contó Jimmy en referencia a lo difícil que le resultaban bancar la rudeza de un deporte que se jugaba al aire libre en una ciudad calurosa la texana.

Jimmy junto a Michelle, su mamá adoptiva.

Lo suyo fue el básquet y a eso se dedicó, siempre esforzándose y entrenando más que el resto. Pero ni siquiera así pudo sobresalir. Cuando salió del secundario, en 2007, estaba rankeado como el jugador N° 72 en Texas. Sus estadísticas no decían mucho y tampoco era muy seguido por el mercado universitario. Por eso debió empezar en una facultad menor, Tyler Junior College. Ahí fue cuando apareció Buzz Williams, veterano coach de Marquette –universidad de División I- que vio algo especial en él. “Jimmy era especial porque había soñado con eso, ni siquiera había estado en posición de soñar con algo así”, recordó. Entre ambos construyeron una relación muy especial. “Fue una figura paterna para mí y fue el responsable de introducirme al trabajo duro. Fue duro y emocional conmigo, me ayudó mucho, por eso lo quiero tanto”, admitió Butler, quien sigue teniendo una gran relación, muy fluida, con su ex coach. Tras un flojo primer año (5.6 puntos), en el que entendió que era un jugador del montón, dio un salto grande en la segunda temporada (14.7 y 6.4 rebotes), nivel que sostuvo en la tercera. Pero, claro, no eran números ni rendimientos como para soñar en grande. “Nunca nadie entrenó más que él ni vio tantos partidos conmigo como él”, dijo el DT, quien quedó impresionando con la capacidad de absorber conocimientos que tenía Jimmy. Luego de un trabajo de Williams, quien se encargó de hablar con varios equipos de la NBA sobre la ética de trabajo y el potencial de su pupilo, los Bulls tomaron la decisión de elegirlo en el último puesto (#30) de la primera ronda del draft.

En las primeras dos temporadas, fiel a su disciplina, se encargó sólo de hacer lo que le pedían, en general defender a los mejores perimetrales rivales, dentro de un equipo que tenían los Bulls. Pero hubo una charla que lo cambió, que terminó de potenciar ese deseo por llegar que siempre había tenido. La ambición se transformó en desesperación luego de unas palabras del entrenador Tom Thibodeau que quedaron marcadas.

-¿Sabés cuántos chicos elegidos en el puesto N° 30 del draft no llegan a un segundo contrato en esta liga?

Butler se quedó perplejo cuando escuchó la pregunta. Y no la tomó bien. “Me pareció una falta de respeto para alguien que entrenaba al 100%, que respetaba todo y hacía su trabajo. Me hizo sentir que me quedaba poco en la NBA. Pero, claro, a la vez, me motivó”, recordó. Jimmy hizo el ejercicio que le pidió y buscó, literalmente, cuantos jugadores habían logrado lo que le preguntó su coach. “No encontré muchos, es verdad”, precisó. Pero, inmediatamente, puso manos a la obra para ser una de las excepciones. Y no paró de trabajar. Se comió cada entrenamiento, exprimió cada minuto de juego y espero su gran chance.

Y ese momento llegó en los playoffs del 2013, cuando jugó más y respondió (13.3 puntos y 5.2 rebotes). Así fue que, en las temporadas siguientes en Chicago, se convirtió en una figura del sistema del entrenador que lo había desafiado. Entre 2014 y 2017 llegó a tres All Stars (2015, 2016 y 2017) y tuvo tres temporadas promediando al menos 20 puntos, 5 rebotes, 3.5 asistencias y 1.5 robo. Eso le dio un contrato millonario y la chance de jugar en su seleccionado. Pero, en su mejor momento, lo sorprendió un canje a Minnesota.

Lo golpeó pero no lo detuvo y, en su primera temporada, metió en playoffs a unos Wolves que llevaban 13 años sin lograrlo. Pero allí, sorprendentemente, duró poco más de un año y los rumores comenzaron. Se empezó a decir que era un chico difícil, hasta llegaron a hablar de un “veterano tóxico”. Y así llegó a Filadelfia. En la cancha, sobre todo en momentos decisivos, como en los playoffs, volvió a hablar en una cancha, llevando a los 76ers hasta el borde de una final de conferencia. Pero otra vez volvieron los rumores sobre la relación con compañeros, en especial las figuras del equipo (puntualmente con Ben Simmons) y otra vez fue él quien salió eyectado, menos de un año después de su llegada. Algo que le quedó atragantado y que sacó al público en estos días… Cuando se iba camino al vestuario, luego de eliminar con Miami a su ex equipo, pegó un grito para que todos escucharan. “¿Tobias Harris sobre mí?”, fue la frase que retumbó y dejó claro a quién había preferido Philadelphia. Joel Embiid, la figura de los 76ers, completó el combo. “Aún no sé por qué lo dejamos ir”, dijo tras perder el sexto juego.

Le dolió a Jimmy. A esa altura nadie creía que podía ser la estrella de un candidato. Pero Pat Riley y Erik Spoelstra, presidente y coach de Miami, pensaron distinto. Los constructores de una exitosa cultura de trabajo que lleva dos décadas creyeron que podía ser el líder ideal, esas figuras-obreros que predican con el ejemplo, del trabajo duro, del esfuerzo. Y se lo dijeron. No pudo caer en un mejor ámbito porque su forma maniaca de concebir el deporte y el esfuerzo encontró allí el lugar ideal. En el Heat nadie le iba a decir nada por ser duro, justamente porque la cabeza de todo es Riley y no hay nadie más duro que el Padrino.

Así fue que, a los 30 años, alcanzó su mejor nivel, explotando en los playoffs de aquella burbuja en Florida, donde Miami mostró todas las virtudes de un equipo durísimo y se convirtió en uno de los finalistas más inesperados de las últimas décadas. Y en ese éxito fue decisivo Butler, promediando 22 puntos, 49% de campo, 6.5 rebotes, 6 asistencias y 2 robos. Una máquina de ir para el frente, motivar compañeros y desafiar rivales. Al fin, entonces, había encontrado su casa deportiva. La derrota ante los Lakers, en la definición, sólo lo motivó más. Y, claro, no se detuvo con la barrida sufrida ante los Bucks en la última postemporada. Fiel a su carácter, siguió, de la mano de un equipo armado para competir. Durante esta fase regular, Miami terminó primero en el Este (marca de 53-29) con Butler como faro deportivo (21.4, 5.9, 5.4 y 1.9) y hoy mete miedo en los playoffs. Ya eliminó a Atlanta y está cerca de repetir contra Philadelphia. Sí, justo el equipo que nunca terminó de confiar en él. Como mucha otra gente que terminó siendo la motivación para el camino de Jimmy.

“Nunca fui considerado el mejor. Siempre apostaron en contra mío y enfrenté obstáculos... Pero encontré la forma de seguir y de lograr que las cosas funcionaran. Siempre sentí que estuve en el camino correcto y que, en el final, tendría mi recompensa”, fue su reflexión. Pero, en su caso, lo interesante fue su actitud. En vez de enojarse, siempre entendió que todo lo que le pasó fue para algo mejor. Un mensaje que le dio a un importante periodista que, cuando fue elegido en el draft, se acercó para hacerle una entrevista, conociendo su impactante historia de vida. “La hacemos a la nota, no hay problema. Sólo te pido que, cuando la gente la lea, no sienta pena por mí. Porque todo lo que me ha pasado me convirtió en la persona que soy. Estoy agradecido por todos los desafíos que he enfrentado. Me han hecho mejor”. Jimmy Butler, está claro, es un sobreviviente.