En la vida todo es dialéctico. “A ver si tenemos suerte en este feriado puente”, expresaba una madre desolada que necesitaba un hígado para su hijo. Lo dijo con toda la inocencia del mundo, como un reflejo condicionado, sin pensar que su esperanza estaba supeditada a las lágrimas de otra familia. Quien necesite un corazón, un riñón o un hígado piensa instintivamente en un fin de semana largo. Constituye un tiempo propicio para los accidentes de tránsito. Si todos los cuerpos son intercambiables se debe a que sus entrañas carecen de ideología. O eso es lo que creemos. Si un militante de izquierda recibe un trasplante de corazón de un activista de Milei, se supone que el posible rechazo será sólo inmunológico, no político. O no. Tal vez el nuevo corazón bombee al cerebro un flujo renovado de sangre neofascista que te fuerce a cambiar el pensamiento. Todo es posible. Lo cierto que a la hora de la verdad, un riñón o un hígado se cotiza mucho más que cualquier ideología.
El hígado del fascista Chilavert supura toneladas de veneno. Necesita de un trasplante. A su lado lo tiene a Milei, para lo que necesite. Más ahora, que se presenta como candidato a las presidenciales de Paraguay. Apenas hay fascistas que admitan serlo. Se entiende. El padre de Marine Le Pen es el mejor ejemplo de que si uno es nazi mejor que no lo vaya diciendo. Si eres fascista tampoco. Así nos encontramos en la política argentina con un fascismo sin fascistas. Curioso. Con sutilezas de microfascismo y un puñado de votos se puede crear un ambiente fascistoide de lo más logrado sin que lo parezca.
Frente a abstracciones teóricas, la defensa de la “libertad” es un compromiso inalienable del libertario. La libertad es un concepto. Sabemos que el ansia de libertad forma parte de lo humano y sabemos, sin ninguna duda que la privación de libertad envilece. Tenemos entre manos, por tanto, un concepto esencial. Que, a diferencia de otros, como la belleza o la felicidad, sólo existe como resultado de una transacción. La libertad nunca es completa. En ocasiones, la libertad del individuo, la responsabilidad del individuo, y el “hacer” colectivo del individuo, colisionan. Paradojas eternas. Sin embargo el pensamiento neoliberal tiende desde siempre a privilegiar el sentido económico de la libertad. Cuando Chilavert y Milei hablan de libertad, están hablando, fundamentalmente, de libertad económica, desregularizada, alejada del control del Estado y de los derechos colectivos. Días atrás el ex arquero paraguayo se fundía en un abrazo con Patricia Bulrrich. La presidenta del Pro no dudó en expresar que “con Jose Luis Chilavert coincidimos en la urgente necesidad de preservar las libertades”. Da la impresión que tanta libertad neofascista viene de una transfusión sanguínea conectada a la vena derecha de la oposición. Una derecha, en la que todos hablan mal de todos, y todos tienen razón.
Chilavert confesó que se viene preparando para ser presidenciable desde “hace más de diez años”. Uno se pregunta si hace falta tanta preparación. Gobernar a hombros del neoliberalismo es sumamente fácil, “Chila”. El mercado te lo hace todo. Privatiza, y el sector privado ya se encargará de la educación, la sanidad, las pensiones, etc. Y a vivir, que son dos días. Lo que se llama un gobierno sin gestión, un Estado sin Estado. Lo que Milton Friedman llamaba la privatización de la conciencia, la sociedad del yo. Los ejemplos se suceden. El padre del liberalismo, Friederick Hayeck, que en su defensa furibunda por adelgazar al máximo el Estado, nunca trabajó en el sector privado, chupó de lo público hasta quedarse sin aliento. Se entiende. Se necesita estar dentro para dinamitarlo.
(*) Ex jugador de Vélez, y campeón del Mundo Tokio 1979