Palabras dichas in situ, al lado del hecho. Para Raúl Porchetto, lo que se vivió durante el Festival de la Solidaridad Latinoamericana –llamado inicialmente “De Solidaridad Americana”- fue algo “impresionante”. A Miguel Cantilo le temblaron las piernas cuando subió al escenario y Antonio Tarragó Ros -además de “sentir miedo” al ver tanta gente junta- resaltó lo “abierto” que era el rock entonces, al permitir la convivencia con otros géneros. La suya misma, dado el caso, compartida con León Gieco en una sentida versión de “El que pierde la inocencia”. Pero fue el mismo Gieco quien dio en el punto con la definición exacta de lo que pasó aquel domingo 16 de mayo de 1982, hace hoy 40 años. “Esto superó todos los límites de la imaginación”, dijo entonces el rosquinense.
Y sí. Aunque el Movimiento de Rock Argentino -cuando aún se lo llamaba así- ya había dado muestras de su popularidad Sui Generis, Arco Iris, Invisible o Serú Girán mediante, jamás había concitado semejante atención popular y mediática. Más de 60 mil personas dentro -y unas 20 mil afuera- de las canchas de rugby y hockey de Obras Sanitarias, por un lado. Trasmisión en vivo, en directo y sin cortes publicitarios -hecho inaudito también- a través de Canal 9- por otro. También Juan Carlos Badía y Graciela Mancuso haciendo notas en vivo a los músicos para ATC, y dos radios –las FM de Del Plata y Continental- trasmitiendo desde el lugar del concierto. Esto sí nunca había pasado. Jamás.
Tampoco la polémica que empezó el mismísimo día de hace hoy cuarenta años cuando Pil Trafa de Los Violadores, tal vez impregnado de la impronta reactiva de Combat Rock (disco que The Clash recién había editado de editar), y los hermanos Moura de Virus decidieron no estar, pero que se agigantó con el paso del tiempo al punto de tener en el mismo Gieco a alguien que modificó su mirada años después.
Como fuere, los hechos se cuentan en contexto. Y este hecho contado en su contexto obliga a recalar en el run run social de la época. En la voz de la calle y la angustia popular. En la emocionalidad colectiva, muy sensibilizada tras hundimiento asesino del General Belgrano, que empezaba a divisar que los pibes no la estaban pasando tan bien en Malvinas.
Y no solo por el ataque inglés, sino también porque faltaban frazadas, abrigos, cigarrillos alimentos o ropas -objetos que fueron el valor de la entrada aquel día- y había que hacérselos llegar de alguna manera. Imperioso era hablar de paz más allá del gobierno de facto, porque lo que explicitaban los músicos en ese momento era precisamente eso. No había una sola palabra entre ellos que ameritara el menor atisbo de apoyo al gobierno, como imaginaba Pil. Por lo contrario, lo que se pedía era cesar con el derrame de sangre en las islas del sur. Lo dijo Luis Alberto Spinetta cuando, al terminar el set que compartió con Leo Sujatovich y Diego Rapoport –hermosísimas versiones de “Umbral”, “Barro tal vez” y “Ella también”- dejó en claro que todo lo hecho era en nombre de la paz. Así lo explicitó también Porchetto antes de tocar “Algo de paz” junto a Charly García, Gieco y Nito Mestre. “Una manera de ejercitar la paz es ejerciéndola ahora”, fue la palabra del cantautor mercedino, que no se había dejado amedrentar antes de subir a escena. “Un coronel con una 45 me dijo, 'che Raúl, hoy no es para cantar 'Algo de paz', no sé si entendés, ¿o querés que te haga entender?'", recordaría él.
Por otra parte, lo que se consolidó en ese festival fue el fortalecimiento, el crecimiento del rock hecho en la Argentina. No solo estuvieron al tanto las más 80 mil personas que poblaron Obras por dentro y fuera, sino una sociedad que le entraba al rock casi sin querer. Que se reconciliaba con los “maltrazados pelilargos” de ayer. Que accedía, como esa abuela que se sienta a tomar mate frente a una telenovela, a un concierto de rock que empezó a la hora del té y terminó a la de la cena. Y encontraba, en vez de a Verónica Castro o Silvia Montanari, al Dúo Fantasía, tocando “Corrientes esquina tango” y “Carta a los que pueden cantar”, tema dedicado por Gabriel Maccioco a los cantantes complacientes. A Ricardo Soulé y temazos como “El dragón furente”, “El cantar del juglar” o “No tengo destino”, donde el fundador de Vox Dei volvía sobre su armónica, soleaba a morir con su guitarra, y se dejaba acompañar por otro crack, Edelmiro Molinari, en uno de los mejores momentos musicales de la jornada.
El país entero pudo enfrentarse también a lo que Miguel Cantilo y Jorge Durietz imaginaban sobre el devenir, a través de “La gente del futuro”, además de dos estrenos: “Contracrisis” y “La legión interior”. El frío otoñal y la lluvia pertinaz tampoco impidieron que Pappo se plegara a los Dulces 16 para hacer una apoteósica, furiosa versión de “Fiesta cervezal”, otro gran momento de la jornada. Que Ricardo Mollo debute ante el gran público como guitarrista invitado del dúo Moro-Satragni. Que Héctor Starc luciera orgulloso su guitarra firmada por el Carpo, bien usada para electrificar el sonido de Tantor. Que el Flaco Spinetta -además de lo antedicho- pidiera un fuerte aplauso para Javier Martínez, el pionero de la idea de hacer un festival así. O que Rubén Rada con “Malísimo” por un lado, y el gran Litto Nebbia, a través de “Solo se trata de vivir”, “Gente no sabe lo que quiere” y “Zamba para mi tierra” por otro, hicieran bien lo suyo.
Las juntadas del final (García + David Lebón = “Música del alma” y “San Francisco y el lobo”; Mestre + Gieco = “La colina de la vida”; García + Mestre + Porchetto + Lebón = “Rasguña las piedras”, entre ellas) coadyuvaron para ubicar de una vez por todas al rock argentino en un lugar central, impensadamente socorrido por el decreto que prohibía la difusión de música en inglés en las radios.
Fue aquella jornada también la vez que, impregnado por el aura calma que se apoderó del clima humano y además de imaginar un supergrupo con Alfredo Toth y Porchetto para cortar un poco con la salada rabia de Riff, Pappo abrazó en público a Spinetta y dijo: “¿Ven que somos todos amigos?”