Desde Córdoba
Carlos “Pecas” Soriano es todo un personaje en Córdoba. Reconocido por su intensa labor como médico especialista en emergentología y profesor de Bioética, estuvo a cargo durante años nada menos que de la sala de Emergencias en el Hospital de Urgencias de esta capital: un sitio que los fines de semana se parece más a un hospital de guerra que al de una ciudad en tiempos de paz. Decenas de accidentados, baleados, intoxicados, apuñalados y gente entre la vida y la muerte para que los atienda un puñado de profesionales de la salud entre los que Pecas se destacó también, por su calidad de poeta. De hecho, sus primeros poemas fueron publicados en el pizarrón donde enfermeros y médicos se dejaban mensajes unos a otros. Así, sus “Poemas del pizarrón” fueron publicados en varias ediciones y pasaron de mano en mano.
Desde hace ocho días, Pecas Soriano ya jubilado y con 64 años, está en huelga de hambre. El 6 de diciembre pasado y luego de “un peregrinaje desesperante” por clínicas que tuvieran los servicios de la Apross, “la burocracia de los papeleos y cuando el dolor ya me atormentaba y sólo se calmaba con morfina”, logró que lo operaran. Tuvieron que eviscerarle un ojo, ya que la infección que tenía en la córnea estaba a punto de pasar al cerebro y podría producir la muerte.
–¿Qué produjo esa infección?
–Un parásito llamado Acanthamoeba. Vive en el agua, en el aire, en todos lados... Atacó la córnea, la infectó y dañó y con el tiempo fue pasando capas. La cerebritis, la infección en el cerebro, si se producía, podría haberme matado. El dolor era enloquecedor –relata a PáginaI12 en su acampe frente a la obra social en la fría noche del sábado–. Era como si me clavaran un cuchillo en el globo ocular y otro en la cabeza (señala la parte superior de su cráneo). Ese parásito se encuentra en el aire, el agua, en todos lados. Yo usaba lentes de contacto y es una puerta de ingreso. No lo dicen, pero quienes los usan tienen un 20 por ciento más de posibilidades de infectarse.
Soriano explica su padecimiento mientras tiembla de frío. Lleva siete días sin ingerir alimento y está débil. No así su ánimo. “Mirá –se rearma– yo he aportado más de 35 años a la obra social y, como muchísimos pacientes que a raíz de esto me han escrito, llamado o pasado por aquí, no recibo de la obra social lo que debería en el momento que lo necesito. Que lo necesité. Con mi familia (tiene cinco hijos entre propios y “del corazón”) tuvimos que pedir prestados unos 140 mil pesos para afrontar los gastos. Y ahora lo que reclamo son 85 mil pesos por la operación y la prótesis con las facturas correspondientes. En los últimos días desde aquí (Raúl) Gigena (el contador titular de la Apross) salió a decir que presenté facturas apócrifas, lo cual es una calumnia. Yo presenté los comprobantes que tenía. A mí me atendía un médico (Reviglio), y me operó otro (de apellido Alé) que él designó. Ellos son los que tienen que ponerse de acuerdo entre ellos. Yo reclamo ante este organismo lo que me corresponde. Y en mi reclamo van los de otros tantos afiliados que siempre encuentran peros y escollos a la hora de que les reconozcan sus justos derechos”.
El reclamo de Pecas –así a secas, como se lo nombra en Córdoba– arrancó con una Carta Abierta que el médico publicó en su muro de Facebook y que reprodujeron los medios locales: “Señor contador Gigena, la verdad es que no me es grato dirigirme a usted en estas circunstancias. Ya lo decía Kant hace más de dos siglos: ‘Los hombres tienen dignidad y no precio’, y me parece indigno que un ser humano se dirija a otro para rogarle le reconozcan un derecho universal, como es la salud”.
Hasta hoy, y mientras espera una respuesta que se le ha negado –salvo para cuestionar la legitimidad de su reclamo–, Pecas Soriano no ha parado de explicar su situación a todas las personas que se han acercado a apoyarlo. Una de las primeras en llegar fue la titular de Abuelas de Plaza de Mayo-Córdoba, Sonia Torres. A ella le siguieron cientos de pacientes, ciudadanos de a pie, artistas, humoristas, legisladores, periodistas y sus propios colegas. En La Cañada, en la esquina donde está aparcada la casa rodante en la que Pecas duerme, son pocos los automovilistas que al pasar no tocan sus bocinas en señal de apoyo y le gritan, abriendo las ventanillas de sus coches, “¡Fuerza Pecas! ¡Resista doctor!”; o el más colorido y local “¡Paguenlé, che culiaus!”, dirigido a los funcionarios de la Apross.
Soriano sonríe, se emociona. Dice que se siente abrazado. “En cada voz, en cada gesto hay tanta solidaridad”. Tiene los labios cuarteados por el viento helado. Le tiembla el cuerpo y se abraza a sí mismo en un intento de disimularlo. Lleva una semana sin ingerir alimentos y su magra estructura lo resiente. Está débil. No así su ánimo. Hay muchos acompañándolo. Sabe que no está solo, y también que es la punta de lanza de un reclamo que –repite– “ya no me pertenece: es el de cientos de los más de 600 mil afiliados” que tiene la obra social de la provincia. Los próximos días serán decisivos.