Esta semana fueron suspendidos más de mil trabajadores por la empresa que explota las terminales de Puerto Rosario, entre ellas Vicentin. Como denunció el diputado santafesino Carlos Del Frade, no hicieron las inversiones debidas justo cuando "es fundamental recuperar el control sobre las terminales portuarias para asegurar las fuentes laborales, controlar lo que entra y lo que sale y evitar el contrabando, fugas millonarias, narcotráfico y circulación de armas". Pero lo más asombroso es el silencio de los mentimedios del Sistema de Incomunicación Nacional increíblemente tolerado.
Según Del Frade en los últimos 15 años la justicia federal rosarina miró –haciéndose la distraída– el crecimiento del narcotráfico. De ahí "la fenomenal impostura del desembarco de los integrantes de la Suprema Corte de Justicia, dos de los mismos de origen santafesino, que solamente sirvió para que esos mismos medios impulsen la intervención de la ciudad". Circo y modus operandi que ya se conoce en Latinoamérica, donde el servicio público que debe ser la justicia federal es, en rigor, más parte del problema que de la solución. Recuérdese que el narcotráfico siempre prospera en segundas o terceras ciudades, no en las capitales federales. Ahí están Medellín y Cali, en Colombia; Durango y Guerrero en México, y Río de Janeiro en Brasil.
Vinculado a todo esto se quiera o no, el inesperado pronunciamiento de Axel Kicillof en favor de la recuperación de la soberanía fluvial y marítima argentina resultó, por eso mismo, sorpresiva pero también valiente y esperanzadora. Desde que se consolidó la línea Randazzo-Massa-Meoni-Guerrera en el Ministerio de Transportes y al indisimulable servicio de la Bolsa de Comercio de Rosario, las decisiones en contra de la soberanía nacional y en favor de corporaciones extranjeras que se adueñaron del río, han sido tan obvias como reiteradas.
Fue así como se delineó un contexto continental en el que la Argentina se viene quedando sola debido a la inexplicable decisión presidencial de no denunciar y en cambio tolerar la lamentable claudicación del actual gobierno uruguayo, claramente cipayo y antiargentino. Y actitud a la vez contraria a los claros pronunciamientos de los gobiernos de México, Honduras y Bolivia, por lo menos, que reafirmaron soberanías absolutas sobre sus bienes naturales (litio, hierro, cobre, petróleo, maderas, etc) como ya lo hicieron a su modo Cuba y Venezuela, y también Brasil y Colombia. Pero Argentina no está en esa línea. Y quizá en ninguna, por su política exterior en líneas generales errática y genuflexa. Y más cuestionable ahora, cuando Chile anuncia el dominio "absoluto, exclusivo e inalienable" de sus recursos minerales, a la vez que desprivatiza el agua.
La Argentina, en cambio, sigue dando pasos atrás, inocultables y algunos vergonzosos, producto evidente del extravío de una política exterior que desmerece el nombre de su sede: Palacio San Martín. Y cuya debilidad frente a Inglaterra, que ya domina todo el Atlántico Sur y se instala en islas que siempre se tuvieron por argentinas, es por lo menos ominosa. Y encima con los medios distrayendo al pueblo con la estúpida borrachera de un vicecanciller denunciado por ingleses y no por argentinos.
Lo cierto es que nuestra república –en la que el "acuerdo" con el FMI impuso condiciones que producen más vergüenza que esperanzas– está al borde de un colapso de Soberanías perdidas y en ese contexto son subrayables los dichos de Kicillof.
En el escenario geopolítico de derrota en que se encuentra hoy la Argentina, la cuestión no es –como "defienden" algunos bienintencionados que rodean al Presidente– un simple juego de negar y tapar agujeros en cielorrasos ministeriales. Como heredada del anterior desastre macrista, la circulación de amantes del sushi con champán no disimula el proceso de disolución nacional en que la Argentina parece inmersa. Y decirlo no es alarmismo sino lectura realista de la decadencia institucional y social que vive nuestro país, lo admitan o no algunas dirigencias. Y es que es indesmentible que en las últimas tres décadas, salvo los períodos más o menos recuperatorios de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, hoy todo está muchísimo peor a la vista de tanto cipayo suelto, tanto sojero evasor de impuestos, tanto gringo reverenciado por neoliberales expertos en eludir retenciones y controles. Es en ese contexto que hay que leer el esperanzador pronunciamiento de Kicillof el viernes pasado.
Las mañosas decisiones del consolidado tándem funcionarial al servicio de la Bolsa de Comercio rosarina, son –se dice sotto voce– tan inocultables como hipócritas, porque son todos jugadores de alto nivel. Bien trajeados y en cochazos de alta gama, y rodeados de cipayos todo-terreno, no son más de unas pocas decenas de miles –minoría total para un país de casi 50 millones de habitantes– pero poderosos y mezquinos hasta el colmo.
En ese contexto, nacional y continental, inexplicablemente la Argentina se viene quedando sola y aislada. Como una república derrapante que duele hata el caracú, somos desde por lo menos 2016 una república que se autodegrada ante nuevos amos que hablan Inglés y ordenan seguir al más desprestigiado y perverso organismo internacional –el FMI– que impuso condiciones que producen más vergüenza que esperanzas y que nos tienen al borde de un colapso de Soberanías perdidas.
Claro que lo indignante no es sólo comprobar lo des-soberanizada que está la Argentina de este tiempo, sino también la sensación de frustración que impera en la ciudadanía y en particular el pueblo trabajador. País de inmensa riqueza pero ya en camino de ser otra vez colonia, ya saben quienes luchan para recuperar la soberanía argentina plena y total sobre el Paraná que ésa es, en realidad, una lucha de pacíficas batallas para recuperar el control del otrora gran río al que sus apropiadores le cambiaron el nombre –como hacen siempre los apropiadores– y que encima también anulan el Canal Magdalena, que es la única vía nacional y soberana que tiene la Argentina para salir al Atlántico y al mundo.
Millones de compatriotas ignoran, ahora mismo, que están sometidos a ese montón de puertos extranjeros que privatizaron toda la costa santafesina y confluyen en el gran puerto británico que es hoy, de hecho, Montevideo. Verdad intolerable que sólo sectores recalcitrantes siguen negando. Porque la Argentina hoy no tiene salida al mar. Lo que hace doloroso ver el mapa de nuestra larga costa atlántica, pero en la que ningún buque entra ni sale al Atlántico con bandera y por aguas argentinas.
Corregir esto –que sólo depende de una decisión gubernamental—es tan importante como la nacionalización de todos los bienes naturales del subsuelo argentino y entre ellos la prohibición absoluta de cortar un solo árbol más. Todo lo cual es perfectamente posible, y urgente e inaudito que no se haga.
Por todo esto fue entusiasmante la definición de Kicillof, quien parece haber comprendido cabalmente –y ojalá fuese imitado por sus 22 colegas– que el manejo de las aguas, las costas y los puertos debe ser –como en los Estados Unidos, China y casi toda Europa— función indelegable de una nación independiente y libre.
De ahí la reiterada convicción y metáfora de esta columna de que entregar el Paraná es como entregar las Islas Malvinas. No hay causa nacional más digna y urgente.