Bailarines de todo el país, después de dos años sin poder bailar y con un desfinanciamiento constante a la cultura, reclaman una Ley Nacional de la Danza y la implementación de un Instituto propio que fomente la actividad. Desde la renuncia de Paloma Herrera al Teatro Colón y su denuncia sobre la emergencia en ballets estables quedó sobre el tapete la necesidad de una ley jubilatoria anticipada.

“Todo el sector del arte está movilizado ante la posible desfinanciación de sus institutos y la realidad es que en la danza la situación es aún peor porque no tenemos un presupuesto asignado. No existe un instituto, por lo tanto hay un vacío de política pública específica”, dijo a Página/12 Eugenia Shvartzman, integrante del colectivo Frente de Emergencia de la Danza.

El proyecto del Instituto Nacional de la Danza está inspirado en el Instituto Nacional de Teatro. Lo más innovador del proyecto es que el Instituto abarca todas las formas de movimiento incluso abierto a formas que todavía no fueron desarrolladas.

Hay cuestiones muy esporádicas que se resuelven a través de otros institutos como el INT pero son programas aislados, parciales y acotados en el tiempo que no tienen una proyección a largo plazo. “Necesitamos políticas específicas a través del Estado - remarcó Shvartzman-, que puedan acompañar porque en este momento la comunidad se autogestiona su trabajo”.

La jubilación

“En la danza independiente es peor la situación porque no han tenido un sueldo regular todos los meses. Ellos para sobrevivir no solo bailan sino que dan clases, coreografía y hacen un montón de otras actividades que le exigen aún más al cuerpo”, dice Ernesto Chacón, Integrante de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea y de la Comisión de Jubilación de ambos organismos nacionales de danza.

En los ballets estables la situación también es grave porque exceptuando el ballet del Sur, en Bahía Blanca, el ballet del teatro argentino de La Plata y el ballet de la provincia de Córdoba, los demás no tienen la situación de su jubilación resuelta.

Los bailarines cumplen con dos ítems fundamentales para la jubilación anticipada. Uno es realizar tareas que impliquen un riesgo permanente de lesiones físicas y el otro que la exigencia de la actividad sea la causa de agotamiento o vejez prematura en las articulaciones. “Con eso se sobreentiende que no podemos llegar a los 65 años bailando igual que un joven de 20”, explicó Ernesto.

La exigencia al cuerpo empieza desde que son muy pequeños, que es cuando eligen su profesión. Para los 40 años las lesiones físicas no solo se dan a partir de accidentes sino de la repetición constante de un mismo movimiento, pero igualmente el proyecto de ley popularmente conocido como 20-40 contempla la posibilidad de que aquellos que quieran seguir bailando a pesar de la edad puedan seguir haciéndolo.

“Yo quiero jubilarme de bailarín porque es lo que soy. Es lo que siempre fui. Es lo que elegí ser en la vida, no quiero jubilarme como docente o como comerciante”, cuenta Ernesto que fue primer bailarín en el Teatro San Martín.

El ballet del Colón al ser estable, no permite que se habiliten nuevos puestos hasta que el bailarín se jubile a los 65 años. “Entonces para cubrir a los que no están bailando se toman contratados que termina con precarización del trabajo. Un problema trae otros problemas”, afirmó Ernesto.

Y añadió: “El ballet del San Martín es aún peor porque al no ser estable directamente los echan, por eso siempre es un ballet joven, porque se renueva cada 10 años. Es bastante cruel”.

Las jubilaciones deben votarse en la Cámara de Diputados porque es la legislación nacional la que puede cambiar la situación de los bailarines. Igualmente cada jurisdicción es la encargada de la aplicación de la ley. 

Mientras tanto voceros del Ministerio de Cultura Nacional, que tiene a cargo solo dos ballets estables, informaron a este diario que están cerrando una paritaria “interesante”, en la que a sus bailarines los van a reconocer como solistas, por lo tanto van a pasar de la quinta a la segunda categoría. También se van a tener en cuenta las licencias por maternidad, para aquellas “que tienen que elegir entre maternar y bailar, por la exposición del cuerpo que conlleva y también los derechos de las mamás bailarinas y la paternidad al momento de la gira”, informó una funcionaria.

“Más alla de que no podemos meternos en la cuestión jubilatoria porque eso va por otras vías, encontramos un plan B que va a terminar siendo funcional para reconocer la actividad ejercida por los bailarines de más de 40 años”, cuentan fuentes del Ministerio sobre su paritaria.

“Es frustrante, tener que estirar una carrera y verla decaer es lamentable para todos, primero para el bailarín y luego para el espectador que paga una entrada para un teatro público, que debe garantizar una calidad”, dice Federico Fernández primer bailarín del Teatro Colón.

Situación del Teatro Colón

Los bailarines recalcan que el Colón es un teatro público con el presupuesto más alto de Latinoamérica, el 40 % de lo que significa el presupuesto de cultura de toda la Ciudad de Buenos Aires y que por eso “debe tener una responsabilidad mayor que cualquier otro espacio cultural”.

“Yo estoy hace 18 años en el Colón y hace 15 años que hay una misma línea política cultural que nos ha llevado a excluir a la ciudadanía del teatro Colón”, afirma Fernández.

“Cuando nosotros hacemos funciones tenemos entradas a 6 mil pesos, hay una exclusión directa a que la ciudadanía sea parte del teatro Colón”, explica Fernández y añade que “nosotros deseamos realmente que el público elija ir o no ir al teatro Colón. No que ya sepa que no pueda acceder, y no que se sienta excluido porque no puede ni siquiera pensar en ir”.

“Es el único teatro de Latinoamérica que puede realizar las producciones que hace y si eso no se cuida puede terminar siendo un salón de eventos”, concluye el bailarín.

Informe: Mercedes Chamli.