En marzo de 2002, los principales diarios del país informaban acerca de un hecho que impactaba a la sociedad argentina por su crudeza, pero mostraba a las claras la difícil situación que se vivía por aquellos días. “Cargado de hacienda, un camión vuelca en la ruta a Rosario. El ganado queda desparramado y casi un centenar de personas se abalanzan sobre los animales para faenarlos”; “Habitantes de una villa en Rosario faenan vacas de un camión que volcó”; eran algunos de los titulares con los que se informaba sobre lo sucedido a la vera de la ruta que une Rosario con Buenos Aires.  Este acontecimiento fue el disparador argumental de Kilómetro Limbo, la pieza teatral del dramaturgo Pedro Gundesen, protagonizada por Osvaldo Santoro y Claudio Rissi, que se presenta, todos los lunes a las 20, en El Tinglado (Mario Bravo 948). 

Este acontecimiento, que es el punto de partida de esta historia, es el pretexto que utiliza el autor para indagar sobre temas profundos: las relaciones humanas, el vínculo con el Otro, el olvido, la pobreza, la violencia y los prejuicios. La obra introduce al espectador en el  microcosmos de dos individuos que son, de distinta forma, desamparados por la vida: por un lado El Nene (Osvaldo Santoro), el  veterano camionero accidentado. Un hombre lleno de prejuicios, que cree que todos los habitantes de la villa son ladrones y malvivientes que lo quieren robar. Por otro lado, El Taqueño (Claudio Rissi), un transexual que ofrece sus servicios a los pasajeros de tránsito y a su vez, una especie de Robin Hood vernáculo que ayuda a los vecinos de la zona. El es quien recoge al camionero accidentado y cura sus heridas.  Dos personalidades completamente diferentes, pero surgirá entre ellos un vínculo humano que superará todas las diferencias.  

“En el escenario se ve el encuentro de dos seres absolutamente dispares: el camionero y un travesti que vivía en la zona. Establecen una relación muy particular, que no tiene nada que ver con lo sexual ni nada por el estilo, sino que ejemplifica el choque de dos mundos absolutamente distintos. Dos visiones que hacen que la obra se desarrolle”, explica Santoro en diálogo con PáginaI12. “En ese breve lapso que comparten se forja un vínculo amistoso  entre los personajes. Intercambian experiencias, recuerdos, y terminan modificándose, porque a pesar de todas sus diferencias pueden dialogar y entenderse”, completa Claudio Rissi. 

–Kilómetro Limbo afronta su segunda temporada, tras su paso por el Teatro Cervantes el año pasado. ¿Cómo viven el reestreno? 

Osvaldo Santoro: –El trabajo con Claudio, el año pasado, fue muy atractivo y eso para mí fue una motivación importante para volver. Queríamos reestrenar porque estamos muy bien y además porque creemos que es una gran obra para disfrutar.

Claudio Rissi: –La obra tuvo poco recorrido el año pasado porque estuvimos muy poco tiempo en cartel. Entonces, consideramos que ameritaba darle una chance más y quisimos hacerlo de una manera independiente. En una sala diferente, otro espacio y otro público, sobretodo. Se hizo un trabajo a  consciencia, muy profundo y de mucha búsqueda, con el director Luis Romero, con Cristian Aguilera (el otro actor) y con Pedro Gundesen. Se armó una unión, una cofradía, que es muy placentero, y de allí surgió un muy buen producto. 

–La obra está basada en un hecho real, que hace referencia a un momento muy especial de la historia argentina. ¿Cuál fue su reacción al recibir la  propuesta?

O. S.: –En general, cuando leo una obra lo que me interesa es el personaje a desarrollar y también con quién voy a trabajar y quién la dirige. Pero  con esta historia me pasó algo muy particular. Ese acontecimiento del camión que se desbarrancó y luego los pobladores de la villa que faenaron las vacas y se llevaron la carne, me recordó mucho a la historia de El Matadero – de Esteban Echeverría–, libro que había terminado de leer a poco de recibir la propuesta y me resultó muy interesante. Las comparaciones o las similitudes fueron inmediatas.  Creo que los actores tenemos una relación muy particular con cada uno de los personajes que interpretamos: no los buscás consciente ni intencionalmente, sino que llegan en el momento justo. 

C.R.: –A mí me sucedió algo similar. Cuando recibí la propuesta, estaba haciendo una obra en la que interpretaba a un personaje muy fuerte, de mucha potencia, y recién terminaba de grabar El Marginal. Estaba un poco cansado y sentía que se había agotado ese proceso y que tenía que descansar. Pero a su vez, tenía ganas de hacer algo diferente en mi carrera, encarar un desafío, un personaje que nunca había hecho, y pensé en un personaje homosexual.  Al día y medio de esta autoreflexión me llamó El indio (Luis) Romero y me contó de Taqueño. Fue como si lo hubiese llamado o él me estaba llamando a mí. No sé bien cómo fue.

–Muchos definen a Kilómetro Limbo como un símbolo de la argentinidad. ¿Comparten esta visión?

O.S.: –Me parece que la obra abarca toda una gama de características que han marcado históricamente al teatro argentino: hay naturalismo vinculado con el afuera, el entorno; hay realismo concreto en tanto se establece una relación que se desarrolla en un espacio determinado; pero también hay una suerte de surrealismo, con esa zona muy particular que es el limbo. Allí las cosas que suceden no son las habituales, es un territorio distinto. Además, mi personaje, El Nene, es un típico personaje argento, con toda la historia sobre su espalda, con todos los vicios y los prejuicios propios,  lo discriminatorio y lo fachista. 

C.S.: –Comparto lo que dice Osvaldo y quiero agregar un factor que considero, no menos importante: estamos haciendo esta obra en un momento histórico particular… difícil, complejo y lleno de contradicciones. La famosa grieta, que está super instalada, no es un invento de hoy ni de ayer, sino de antes de antes de ayer. Me atrevo a decir que Kilómetro Limbo es una obra esperanzadora respecto a este tema porque plantea que a pesar de estar en desacuerdo podemos escucharnos. Eso es lo que pide a gritos esta obra y fundamentalmente mi personaje. Taqueño ha sido muy bastardeado durante toda su existencia, pero a pesar de ello tiene una enorme bondad y sensibilidad. Intenta que el camionero entienda que no se trata de mirar todo el tiempo para afuera y señalar con el dedo, sino que “la cosa” está dentro y que es uno quien debe calmar un poco las ansias y escuchar al otro. 

–Esta obra llega en un momento político, económico y social, particularmente sensible para la sociedad argentina ¿Se observa algo de esto en la reacción/ respuesta del público?

O.S.: –Sí, totalmente. Hablar hoy de aquel 2002 tiene una significación muy importante,  porque lo que pasa en la sociedad no queda aislado. Los actores desde arriba del escenario percibimos ese termómetro inevitable que es ver qué le pasa al espectador: qué llega, qué los conmueve, con qué carga viene y con qué carga se va.  Si bien no es la propuesta, ni el objetivo de la obra,  creo que deja un mensaje respecto de “la grieta”, del otro, del que piensa diferente.  Hoy, más que nunca,  está presente el tema de la diferenciación: qué sos y qué no;  si tenes plata o no; si estas arriba o abajo; y me parece que todo influye, de una manera extraordinaria,  en lo que nosotros estamos diciendo arriba del escenario. 

C.R.: –El teatro tiene esta cosa catártica. Cuando uno elige este tipo de obras parece ser una excusa para contar lo que nos pasa. Hay algo que está vibrando en mí y no sé cómo contarlo, pero de repente  aparece una excusa para que salga. 

Entrevista: Florencia Coronel