Hace 32 años, un 17 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud decidió finalmente declarar que la orientación sexual por sí misma no debía ser vista como un trastorno. Por esta razón, desde 2004 se celebra esta fecha como el Día Internacional contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género.

A la distancia este evento puede pasar como una efeméride respetable, uno de los tantos logros que la comunidad LGBT celebra como conquista, pero créanme que quienes nos criamos con ese paradigma estigmatizante lo dimensionamos como un hito imborrable.

Detengámonos a analizar solo el hecho, centrémonos en lo que era validado por la ciencia: ¿se dan cuenta de que hasta los 90, si una persona se sentía atraída por alguien de su mismo sexo se suponía por default que requería algún tipo de tratamiento psicológico/psiquiátrico? Y quizá en vez de escribir «por default» debería usar la expresión «por defecto», que casualmente le queda mejor a la frase. Es que aunque cueste creerlo, ¡lo que se pensaba en aquel entonces era que teníamos un defecto, que había algo que arreglar, balancear, corregir, tratar! Muchxs padres y madres, aún con dolor, sometían a sus hijxs a tratamientos tormentosos y tremendamente traumáticos para «curarlxs».

Como imaginarán, una presunción así no es algo que una declaración de la OMS pudiera borrar tan fácilmente. Estaba instalado en el imaginario de gran parte de la sociedad. La gente creía en eso que leía, en aquello que quienes eran la autoridad en materia de saber sostenían (aquí médicos, pero también en otro orden podría ser la religión). Por supuesto que siempre y en todas las épocas hubo personas a la que poco les importó lo que dijera la ciencia o el mandato social, pero si tenemos que hacer una revisión, estaba muy arraigada la imagen nuestra como personas trastornadas.

Me gustaría proponerles un ejercicio: ¿recuerdan cuándo fue la primera vez que sintieron que podían expresar libremente sus identidades? ¿Qué sentimientos exteriorizaron en ese momento? ¿No hay ningún recuerdo específico? ¿O reconocen un momento nítido de redención?

En otras ocasiones, ya les he contado que asumir mi identidad de género en una sociedad machista y prejuiciosa que condenaba tanto lo diferente no fue nada fácil. Los años 70, 80 y 90 fueron realmente muy duros. Los edictos policiales se crearon en la época de la dictadura justamente para vulnerar nuestros derechos. Eran el terror de las travestis. Lxs valientes que decidimos hacer la transición en esa época debíamos ocultarnos. Durante muchos años tuve que esconder mi identidad de género por miedo. Salir de día a la calle era todo un desafío: nunca sabías si ibas a volver a tu casa.

La primera vez que sentí que podía expresar libremente mi identidad de género fue en el año 1997, cuando debuté en el teatro. ¿Por qué atesoro este momento y no otro, si yo ya me vestía como mujer desde antes y había decidido respetar lo que mi deseo proponía? No podría afirmarlo, pero es claro que el aplauso del público fue un componente fundamental para que yo me permitiera sentirme así de libre. No frenó la discriminación de raíz, pero fue un respaldo enorme que significó que ahí, dentro de la misma sociedad que me había segregado, había lugar para la diferencia.

Puede que a muchxs les parezca monótono que insista con la importancia de visibilizar y concientizar, pero es un camino que no está recorrido hasta el final. Por muchos más hitos, por muchos más triunfos y aplausos para quienes formen parte de las diferencias que proyecten un futuro para otrxs, y como digo siempre: una sociedad del mañana será cariñosa solo si nos incluye a todxs.