En el paisaje político argentino de los últimos años la palabra consenso se usó para organizar el discurso político de la oposición frente a los gobiernos kirchneristas. Por mucho tiempo, una constelación de periodistas, políticos e intelectuales repetía una fórmula que decía que sin consenso no hay política; que el horizonte último de la política es el consenso, y que sin consenso no hay república.

Aquellos que blandían las banderas de ese consensualismo extremo excluían en el mismo movimiento y de un modo un tanto arbitrario a los actores supuestamente conflictivos y autoritarios de la sociedad, representados básicamente por el kirchnerismo. Ese argumento suponía la exclusión del concepto de conflicto de la vida política, y con él, al supuesto sujeto que lo expresaba. Como lo demuestra una vasta literatura -y el libro que aquí se reseña se inscribe en ese derrotero-, la idea de conflicto también explica y define a la práctica de la política. En efecto, en las democracias representativas la actividad política se articula a través del consenso y del conflicto. Si sólo se rigiese a través del puro consenso sería una sociedad autoritaria y no democrática, porque sus miembros podrían estar de acuerdo en todo sólo si se los obligase a ello, anulando así cualquier principio elemental de diferencia y pluralidad. Por eso, una definición mínima de democracia contiene dosis de consenso, conflicto y desacuerdo. Visto desde otro ángulo, pensemos por un instante qué sucedería si la política sólo se expresase a través del conflicto. Justificar la experiencia democrática a partir de uno de esos dos polos excluyendo al otro es un aspecto problemático. De un modo sintomático, no es casual que en tiempos recientes la idea de consenso haya ido perdiendo peso específico en la escena contemporánea.

En este panorama, el libro Polarizados. ¿Por qué preferimos la grieta? (aunque digamos lo contrario) editado por Capital Intelectual y coordinado por los sociólogos Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez retoma aspectos de ese debate y arroja luz en medio de la confusión conceptual. El libro se completa con la participación de María Esperanza Casullo, Emmanuel Alvarez Agis, Facundo Cruz, Natalia Aruguete y Natalia Zuazo. Escrito con solidez académica y narrado con un tono ameno, la hipótesis del libro aborda la polarización como la característica principal de la política actual y da sentido a la esfera pública. Según la mirada de los coordinadores, la polarización -un término que pertenece al campo del análisis teórico- es la ley de gravedad de la política contemporánea y se expresa necesariamente en diferentes dimensiones. Ahora bien, aunque es posible encontrar similitudes con tensiones que también dividieron el campo político en épocas anteriores, esta ley tiene las propiedades específicas de su tiempo, con sus propios lenguajes, estrategias y actores. Para explicar las condiciones de esta ley, Quevedo y Ramírez echan mano a una mirada multicausal a partir de las contribuciones de un conjunto de especialistas de las ciencias sociales que, atendiendo a los campos específicos en los que inscriben sus saberes, indagan sobre las causas de la polarización en el escenario local --aunque sin perder de vista el aspecto global del fenómeno-- buscando una interpretación estructural.

Ideologías y estructuras

Para una época que acostumbra a explicar los fenómenos sociopolíticos en clave moral, voluntarista o puramente personal, Polarizados repone una lectura de lo político a partir de dos conceptos que, no hace tanto tiempo, habían sido enviados al basurero de la historia. Por un lado, los autores se sirven del concepto de estructura (de un proceso de naturaleza estructural) para comprender más acabadamente la consolidación de la tendencia hacia la polarización como ordenadora de las identidades y las preferencias políticas. Por otro lado, acuden a la noción de ideología en tanto segregación ideológica, indicando con ello “la disolución de un espacio discursivo común: macristas y kirchneristas no habitan el mismo territorio cognitivo”. Esta idea articula el libro. Definidos los actores, la segregación ideológica no es un reflejo de la superestructura política o solamente un conjunto de ideas sino, acaso de un modo mas sutil y capilar, expresa la tendencia de unos y otros a construir mundos y lenguajes propios replegados sobre sí mismos en base a un conjunto de recursos informativos, sociabilidades y vínculos afectivos que, reafirmándose en su propia identidad de pertenencia, conforman un habitus de creciente aislamiento simbólico y material.

Por otro lado, Quevedo y Ramírez observan la consolidación de esta tendencia desde otro aporte: el partidismo negativo. En las sociedades del siglo XXI, donde los criterios de verdad y mentira se han debilitado, el partidismo negativo se hace fuerte como creencia y relación sociopolítica a través de la cual un determinado actor público pone en duda los atributos democráticos de otro actor relevante o colectivo social. Este clima de época de radical desconfianza sobre el otro se desprende del relevamiento de actitudes y percepciones políticas en votantes de las dos principales coaliciones políticas (Frente de Todos y Juntos por el Cambio). Allí detectan un similar patrón de comportamiento en torno de la representación negativa del otro, que llega a poner en duda su carácter legítimo y democrático. Según los autores, la percepción negativa aumenta en los votantes de la coalición de Juntos por el Cambio por sobre los del Frente de Todos. Traducido políticamente, esto adquiere peso propio al considerar ciertos discursos públicos de destacados miembros de Juntos por el Cambio, que en los últimos tiempos han venido interpelando en esa clave negativa a las bases de su propio electorado.

No son lo mismo

Aunque siempre es tentador ir en busca de los orígenes fundantes de cualquier fenómeno que se quiere explicar, en las sociedades contemporáneas los problemas se encuentran sobredeterminados y se miden por sus efectos. Parafraseando a Jaques Derrida, “no hay un origen del origen”. Y por eso, las causas de la polarización no parecen poder obtenerse desde una respuesta unívoca. En este sentido, el otro argumento fuerte del libro es la toma de distancia respecto del discurso sobre “la grieta”. Este término vaporoso y poco explicativo fue popularizado por el periodista Jorge Lanata y luego potenciado por el olvidado slogan de Sergio Massa de la ancha avenida del medio, expresión de una tercera posición imposible.

Las explicaciones sobre la polarización dejan de ser un asunto de dos “minorías intensas” que de un modo perverso y caprichoso se aprovechan de una sociedad pasiva y meramente receptiva. Por el contrario, los autores intentan explicar los modos en que el desacuerdo político estructura la esfera pública a partir de las posiciones ideológicas y las creencias de sujetos que se manifiestan en discursos, prácticas y representaciones que cobran una dimensión objetiva (por ejemplo: las elecciones periódicas donde las ciudadanía decide quién gobernará durante cuatro años es un momento de objetivación de esa voluntad). Pero además, y para agregar complejidad en la interpretación, la polarización ideológica en la Argentina no ejerce siempre y necesariamente un efecto regresivo, ya que también puede producir un orden positivo organizando a las dos principales fuerzas políticas. Como lo muestra muy bien Facundo Cruz a propósito del actual bicoalicionismo partidario argentino y a diferencia de experiencias de otros países, sus rasgos más moderados evitan la dispersión y la fragmentación del sistema político simplificando la oferta electoral de cara a la ciudadanía.

Así pues, ¿qué es lo que produce la polarización política de las sociedades? ¿Es la creciente desigualdad socioeconómica entre las clases sociales? ¿La distancia entre los políticos y “la gente”? ¿Los medios de comunicación y las redes sociales que con su lenguaje radicalizado construyen burdas caracterizaciones del otro? ¿La pérdida de un horizonte de futuro compartido? ¿Las “minorías intensas”? ¿Será el malestar en la cultura? Sin agotar estas inquietudes, muchas y otras respuestas pueden encontrarse en este libro. Al proponer una lectura dinámica que presta atención a la interacción entre el sentido de la acción, las representaciones ideológicas y la estructura social, los autores logran evitar las interpretaciones maniqueas y voluntaristas, alcanzando una comprensión más acabada de la ley política de nuestro tiempo.

Polarizados es un libro fundamental para el lector interesado en la discusión pública a partir de un ejercicio conceptual que abarca diferentes registros. Como los buenos libros, es una pausa que invita a pensar, y como los libros necesarios, produce en el lector una distancia con la realidad, pero sólo para volver críticamente a ella.


* Nicolás Freibrun es doctor en Ciencias Sociales y profesor universitario.


Polarizados
¿Por qué preferimos la grieta? (aunque digamos lo contrario)
Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez (coord.)
Capital Intelectual, Buenos Aires, 2021.