El Paraná recuperó algo de caudal y vuelve a parecerse, de a poco, al Río Marrón que cantó Jorge Fandermole, en un tema que mostró su poética, esa que tantas personas descubren en la Oración del Remanso. Las canciones de Fander son una compañía constante. Si suena Cuando, las ideas vuelan “sin miedo al movimiento ni al dolor”. Las hojas secas de los árboles forman un colchón en ese sector donde los fresnos y los plátanos se van desnudando, mientras las personas se abrigan cada vez más.
La intemperie signa a quienes, de forma incesante, revisan los contenedores, todo el tiempo, para buscar lo que se pueda rescatar para vender y también, como en tiempos que hubiéramos querido dejar atrás para siempre, algún resto de comida que pueda llevarse de inmediato a la boca. El hambre urge, no hay metáforas ni belleza posible.
Una ciudad de contrastes: por la zona donde camino, la violencia son titulares de diarios, la noticia que se escucha con pavor, el miedo latente. Bien presente en otras zonas, allá donde la ciudad ya no es postal sino herida abierta. Escucho La ciudad liberada, de Fito Páez y me resuena, aunque esté situada en Parque Patricios.
Es que queremos vivir en la ciudad liberada. No ésta, donde las reglas las ponen otros, sino una que liberemos de tanta violencia. ¿Será que estamos en La Ciudad sin Alma, como canta el Cuarteto de Nos? “Murió la mujer baleada en el ataque en el que fueron asesinados su pareja y el bebé de ambos”, decían los titulares del 3 de mayo. Micaela Bravo tenía 27 años. ¿Cómo seguir escuchando música si lo que suena son los alaridos de quienes pierden a sus seres amados? Balas y chocolate, canta Lila Downs, porque la música es necesaria también ante el dolor.
El 2022 comenzó con una embarazada asesinada. Débora Celeste Andino, de 31 años, estaba con su nena de 9, que también recibió un tiro en el hombro. El año avanza. Ámbar Auriazul tenía 6 años, fue acribillada junto a su padre, Rodrigo y la mamá, Naila Gabriela Altamirano, de 25. Garibaldi y Chacabuco es en el sur de la ciudad, no tan lejos: a 47 minutos caminando derecho desde el Parque Urquiza, en el coqueto barrio Martín. Los pasos que van desde un circuito aeróbico donde las personas caminan en círculo a una zona -no tan- alejada donde circulan las balas.
La playlist salta a La Patria Madrina. Lila está en carne viva por los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, en 2014. México, Argentina, naturalizar la violencia parece cuestión de tiempo. ¿Será que se toleran mejor en dosis homeopáticas? Creo que esta columna ya trajo la cita de Margaret Atwood en “El cuento de la criada” y si bien no quiero repetirme, vuelvo a pensar en su metáfora de la rana que se va acostumbrando a la temperatura del agua hasta que el hervor la mata. ¿A cuánto nos vamos acostumbrando? Quiero seguir escuchando a Lila, no para acostumbrarme, sino para que la música haga soportables estas palabras.
Pensar que en una época, no hace mucho, unos 15 años, Dignificada era un tema obligado en las marchas feministas. “Porque una mujer defendió sus derechos”, cantábamos a los gritos. La Downs, con toda la belleza de su voz, recogía tradiciones potentes en su homenaje a la abogada defensora de derechos humanos Digna Ochoa. “No te olvidaré”, le prometía. ¿Cómo prometer que no olvidaremos si la vida requiere del olvido para hacer soportable la memoria?
Mientras tanto, ciudad gótica, allá donde vivo, hay reuniones, promesas, pedidos de fuerzas federales, juicios a narcos. Hay impotencia, desesperación, miedo. Nadie debe acostumbrarse, pero las muertes extramuros parecen importar menos que las del centro, y la sangría continúa.
Parece Ciudad Gótica el escenario del cónclave de jueces federales, una demostración de poder. ¿Cuánto les importan Naila, Ámbar Auriazul, Débora, Micaela a esos magistrados que se sacan una foto en las escaleras de un edificio imponente? No tengo respuestas. Me dan ganas de seguir escuchando a Lila, entre el presente y el pasado. Ella soñó con Emiliano Zapata y escribió una canción que me hace pensar en revoluciones. Zapata se queda me hace mover los pies con otro ritmo, mientras veo el vallado en la plaza San Martín para proteger a sus señorías. Ellos sí merecen protección.
El día anterior, en un tribunal, dos fiscales que ya forman parte de la historia digna de la ciudad, Matías Edery y Luis Schiappa Pietra, irán al Consejo de la Magistratura para que se investigue por qué un juez federal, Marcelo Bailaque, uno de los que levantan la voz para reclamar, denegó medidas para investigar al narco Esteban Alvarado, uno que mató a mansalva y dejó su sello con el mensaje: “Con la mafia no se jode”. El hilo que une las balas con el dinero es más visible de lo que parece, hay que saber verlo, al caminar por las torres de Puerto Norte, pero también al indagar en lugares más recónditos, como los escritorios.
No puedo dejar de escuchar a Lila, ella es magnética. Clandestino, de Manu Chao, me lleva a pensar en tantas soledades… “Peruano, clandestino; hondureño, clandestino, mexicana, clandestina”, canta la Lila en su versión personalísima. La grabó en su disco de 2019, se llama “Al Chile” y lo primero que me pregunté fue si aludía al país que justo ese año inició su rebelión. No, mi ciela, es por el pimiento típico de México. Pero también es una expresión de ese país, que refiere a hablar con honestidad. El chile me lleva a la cumbia del mole porque, si no puedo bailar, ya saben.
Y necesitamos la revolución para que no nos sigan matando. Está de moda culpar a los feminismos, y eso se reproduce en todos los medios. Mientras tanto, a Nora Escobar, en Granadero Baigorria -una ciudad también sobre el Paraná, al lado del río-, la mató su pareja. Ella lo había denunciado, estaba buscando departamento para alquilar, trabajaba como empleada de casas particulares. La vieron por última vez el 21 de abril. Hizo falta una movilización para que la buscaran con premura. Estaba enterrada en el patio de la casa que había compartido con Gregorio Britez, al que pudieron encontrar -de casualidad- mientras intentaba escapar al Paraguay. La bronca la expreso con Rebeca Lane, porque Nos queremos vivas.
Inhóspito, como el invierno que se anuncia. Ya añoro las flores de lapacho que traerá la primavera. Recuerdo Alma de Lapacho, de Ramón Ayala, para ponerle poesía a tanta desolación.
Sí, es cierto, mientras camino mezclo todo, no hay forma de sustraerse al torbellino de los pensamientos que vuelan al ritmo del oxígeno en la sangre. ¿Por qué no pensás en cosas lindas?, me preguntaba mi mamá cuando era una niña atormentada que no podía despegarme de los espantos de la vida. Llevó sus años entender que es necesario aligerar, sin anestesiar. Demasiado discurso new age apunta al pensamiento positivo, un antídoto con camas individuales. Mientras suena La Maza de Mercedes Sosa y Shakira, apuesto a encontrar la fuerza colectiva para cambiar este presente horrible.
Esta nota tiene playlist.