Caminar en soledad por la noche e imaginar cosas horribles causa un dolor sin cuerpo que puede ayudar a la creación de nuevas vidas y, por carácter transitivo, nuevas relaciones en el universo de las interespecies.

Por ejemplo; qué nos pasa por la mente cuando el deseo nos nubla la razón, en la decisión de tomar un camino, y nos deja sin combustible no pudiendo llegar a lo que imaginábamos como un paraíso.

La decepción de un vínculo idealizado puede ser el opuesto a la señal de la naturaleza con aquella flor pasajera, como una charla de ascensor, que vivió solo dos días desde las espinas de un cactus. Ese dato que parece confuso abre otra dimensión emocional, donde las miradas que llamamos humanas nos limitan a vivir sentimientos más amplios y nos acotan el concepto de felicidad y dolor solo a lo que se comprende con sentimientos personales.

Inexplicablemente hay puntos comunes con otros corazones anónimos, en un cruce sin tiempo, como si los minutos tuvieran más templanza para brillar en el recuerdo, que uno guarda, de la belleza en estado efímero.

Después de esa reflexión vuelvo a caer nuevamente en la trampa de ser parte de un cuento donde todo plan puede ser el Edén por un instante, para salir de la violencia vehicular y huir a la pintura “El jardín de las delicias” de Bosco.

Frente a Parque Lezama, en la calle Brasil, arranco en dirección directa para encontrarme con amigos en el asado de Rafael Castillo, cuando repentinamente me cruza un siniestro en la esquina de Defensa, casi frente al Bar Británico.

Todo cambia en segundos y la muerte de un ciclista atropellado por un camión, en pleno San Telmo, hace que todo sea el purgatorio de un infierno rodante. Llantos de sus compañeros, la desesperación del conductor y la curiosidad como bandera del morbo.

Todos se sorprenden más aún, cuando ven a Charly, según indica su chapita en el collar, chorreando sangre de su cabeza y la boca abierta. Se escucha una voz suave entrecortada: “El felino es masculino”, dice el agente que controla la situación por un radio llamando al sistema de emergencias. Después de esa tragedia no me queda otra que tener una charla imaginaria con Nietzsche y asentir que el ser humano, en el fondo, siempre tiende a creer que las cosas deben ser justas, en un mundo que desde su concepción es completamente opuesto a ese concepto engañoso. En la lógica de sobrevivir a la tristeza de “La insoportable levedad del ser” que marca Milan Kundera, toma fuerza en estos tiempos la corriente de pensamiento de las interespecies. Desde esa perspectiva, se afirma la amistad entre distintos tipos de seres en un ámbito completamente sostenido por la fuerza natural.

Los puentes emocionales despegan a relaciones intangibles para no caer en la cárcel del cuento de la media naranja. Lo que pensábamos como alma gemela en el paraíso terrenal, puede vivir en el fondo del mar y llenarnos del mismo modo que una vida compartida, sin necesidad de poseerlo físicamente. La teoría del nuevo sistema de creencias en lo natural puede abrir un aeropuerto donde los sentires vuelan alto y liberarse del legado que viene implícito en el ADN del cuentito “para toda la vida”.

Desde esa mirada, hay razones para creer que existen interrelaciones entre los que llamamos humanos, que justamente van al contrario de lo que una relación comprende, que es darle bienestar al otro.

Probablemente la mugre del paraíso nos esté avisando que lo emocional no corresponde al sentido humano sino que es mucho más amplio. Así, vivir en el sistema de las interespecies nos calma la pose tóxica de la felicidad en un sistema de vínculos que tapa las pulsiones naturales.

En la cultura de la muerte humana se plantaron pirámides, museos y todo tipo de dialogo con "el más allá". Esas construcciones de lo monumental, homenajeando a lo que desaparece de este mundo, dejan huella de un misterio en vano que se transforma en industria turística.

Mientras tanto voy bajando en la salida de la autopista del oeste, después del peaje, en un debate con la finitud del paraíso. No quiero llegar tarde al almuerzo y me doy cuenta que me pasé de largo. Freno para retomar y cuando bajo el vidrio para preguntar por la salida al cementerio de Morón, escucho el grito del héroe anónimo. Por la impresión que me da, parece ser un ayudante media cuchara en la obra en construcción de un shopping de zona oeste: "El negocio que más garpa, del paraíso terrenal, es vender la muerte de los otros". En ese instante pensé: “cómo salgo de la autopista después de esa reflexión”.

Elijo distanciarme por un rato porque me dejó temblando la mirada del oficial albañil que presumía de su oficio entre tanta media cuchara en la construcción.

Pensando en la avenida Martin Fierro de Parque Leloir, se marca con tilde azul el café de velatorio como la interacción morbosa del chisme, en una funeraria de barrio.

En el campo, el gallo tiene la misma humanidad que el líder de un territorio, el vínculo es tan importante con su periferia que toma una relación comunitaria y queda arcaica la situación de ser amo, como dicta la fantasía humana de someter al otro.

En la intuición de las interespecies eso supone que tener un amigo y pasearlo con el collar por la vereda, es andar buscando la felicidad.

Tener una biblioteca enfrente y elegir el paraíso que queremos tener de la mano de otro, nos aleja de la sensación del golpe certero que nos despierta con el drama de la vida.

Vuelve a renacer una idea que la humanidad soslayó: La armonía de lo natural.

Sigue vigente el miedo a lo desconocido porque el poder en la tierra no es el humano sino la humanidad que está compuesta por interespecies. Esa unidad podría dejar libre el temor a la muerte. Para ello primero se tendría que resolver un conflicto de hoy: La persona por arriba de las interespecies. Por ejemplo: El político aspira al poder porque cree ser el poderoso, no obstante, el verdadero poder lo tiene la política.